Jorge Bustos-El Mundo
Había una vez un apuesto candidato que quería ser príncipe, pero solo podía serlo besando unos sapos muy feos de color amarillo y morado. Así que los besó, y todos en el reino le vieron besarlos, y él sentía vergüenza de haberlos besado. Pero como ya era el príncipe, lanzó desde palacio una campaña contra una plaga de sapos más feos que los suyos, de un verde intenso, y el pueblo tuvo miedo y creyó la versión de palacio, aunque su inquilino seguía necesitando a sus sapos para reinar. El príncipe viajó por Europa, donde odian a los batracios, y decidió que él era un europeo demasiado guapo para depender de ningún sapo, así que hizo un discurso de investidura destinado a «hombres y mujeres libres e iguales en armonía con la naturaleza». Pero entonces los sapos amarillos y morados que le habían llevado a palacio se sintieron repudiados y dolidos. Y ahora todo el reino aguarda el final del cuento: no se sabe si el príncipe tendrá que volver a comerse sus sapos o provocará elecciones para que el pueblo le reconozca como príncipe absoluto, cosa que es muy difícil porque el sapo verde ya no da tanto miedo como antes.
Pedro Sánchez nos ha contado un cuento de investidura tan fantasioso que las taquígrafas de las Cortes iban ruborizándose al transcribirlo. Rubalcaba, que era científico, aportó la taxonomía precisa del engendro –Frankenstein–, pero Iván Redondo, que es guionista de ficción, se empeña en vendernos al Príncipe de Beaukalaer. ¿Cómo se pasa del verde monstruoso al rubio angelical? Pues negando la realidad como los niños: tapándose la cabeza con la manta para no ver al elefante morado en la habitación. Eso ha sido el discurso de Sánchez. Un acarreo de solemnidad plúmbea, clamorosas omisiones –¿Cataluña? ¿No está eso debajo del país de Emmanuel?–, estomagante cursilería y propuestas legislativas muy por encima de sus posibilidades parlamentarias. Tengo anotadas una Ley de Startups, un Estatuto del Trabajador y la Trabajadora, un Estatuto del Artista (y la Artista), una Ley de Igualdad de Trato (esta vez no de Trata), un reconocimiento del Derecho a Jugar de los Niños, otro del Derecho a Respirar Aire Limpio, una ¡Ley de Plásticos de Un Solo Uso! y hasta una Ley de Libertad de Conciencia. Que jurídicamente es algo así como una normativa de Respiración Espontánea. Todo ello en medio de amargos lamentos por «tres años de bloqueo político», expresión que en boca del padre de todos los noes motivó el respingo de Pablo Casado, que se giró asombrado hacia Teodoro García Egea para luego abstenerse de verbalizar la fascinante desvergüenza del hombre que va a gobernarnos.
Pablo Iglesias tampoco daba crédito. Pero ya no puedo asegurar que la rojez de su rostro, que rivalizaba con la de Albert Rivera, se deba al sol o al bochorno. Será que la presión broncea, porque los líderes de Ciudadanos y Podemos han sufrido en estos tres meses la radiación del poder que buscaba doblegarlos. Dicen ahora que la nueva política es igual de inoperante que la vieja, pero no es verdad: de hecho está sirviendo para retratar al príncipe de los trileros, y retratar también es regenerar. Rivera sabía que su resistencia le granjearía una campaña feroz y una crisis interna en el presente, pero también que investir a alguien como Sánchez, que no le guarda un compromiso ni al espejo, le costaría el futuro del partido. Iglesias sabía que después de robarle el discurso y los escaños a Podemos, Sánchez viraría hacia el centro para crecer a costa de Cs en las siguientes elecciones, y por eso necesitaba cortarle la huida amarrándolo a la izquierda dura y plurinacional desde un Gobierno de coalición.
Así que al Doctor Fausto de la Camilo José Cela le ha llegado la hora de pagar el precio. Pensó que las urnas de abril lavaban la deuda contraída en la moción, pero la España sanchista es una trama gótica y los novelistas góticos aseguran que nada es igual después de tener sexo con el diablo. A los admirados colegas que afean a Cs una pretendida traición al liberalismo con su veto al sanchismo les diría que no hay nada más iliberal que la anulación de la responsabilidad: negarse a blanquear a Sánchez es obligarle a asumir las consecuencias adultas de sus decisiones, de la moción a Navarra, pasando hasta por Baleares. Y en eso coincide con Iglesias, que no quiere ser el pardillo de otro PSOE felipista y socioliberal. Sánchez se lucró gratis de jugar a ser La Izquierda. Pues ahora toca alzar el puño, compañero. A ver esa reforma laboral, esa ley mordaza, esas subidas de impuestos, esos precios de alquiler fijos, ese melón confederal. Y si te rajas, a elecciones. Pero el socialtraidor, como antaño, como siempre, habrás sido tú.
Un entrañable editorial de un importante periódico advertía este fin de semana de que no vale «rasgarse las vestiduras» ante una coalición radical que ya rechazó Felipe González con Anguita, aunque con ella habría seguido en La Moncloa. Hombre, hombre. Algunos nos rasgamos la vestidura en la moción –porque no nos parece decente auparse al poder con partidos responsables de un golpe de Estado definido como tal por la Fiscalía del Tribunal Supremo– y no nos la hemos cosido desde entonces. Fueron otros los que tuvieron que zurcir en 48 horas una nueva línea editorial, después de marcarse un Romanov con los responsables de la que estaba vigente.
¿Habrá un Gobierno socialcomunista? Dicen los pesimistas que con él vamos a comer mierda. Otros creemos, sin embargo, que no habrá mierda ni para la mitad. Pero al menos sabremos de qué culo ha salido cada una.