Rubén Amón-El Confidencial
El presidente del Gobierno, recibido como un mandatario extranjero, desconcierta a Torra con las medidas que Junqueras ha exigido para la investidura y los Presupuestos
Bien podría haber incluido Sánchez en la visita oficial a la república fantasma de Cataluña una autoridad eclesiástica y un directivo del Barcelona. Necesitaba extras y actores de reparto para enmascarar la cumbre bilateral que ha urdido junto a Torra, aunque ya se ocupó el anfitrión de remarcar la solemnidad que implicaba la cita en el Palau de la Generalitat.
Alfombra roja. Revista a las tropas. Fusiles enhiestos. Banderas de cada nación. Entrega de presentes. Faltaron los himnos y la mediación de un intérprete, pero el presidente Torra recibió a Pedro I con todos los honores litúrgicos. Y vistió a los ‘mossos’ de bonito para recrear la dramaturgia de la bilateralidad, como si fuera Sánchez un mandatario extranjero. De Estado a Estado, de canciller a canciller, Torra parodiaba el sueño de la independencia. Y Sánchez le correspondía con “la agenda para el reencuentro”, o sea, la factura desglosada que ha exigido Esquerra a cambio de la investidura y de los Presupuestos: mesa de diálogo en febrero, desjucialización de la política, privilegios de financiación autonómica, especificidades tributarias.
Torra vistió a los ‘mossos’ de bonito para recrear la dramaturgia de la bilateralidad, como si fuera Sánchez un mandatario extranjero
Son 44 medidas que abrumaron a Torra. No ya porque no se las esperaba o porque están dirigidas a Junqueras, sino porque él mismo ha liquidado la legislatura. Torra no se representa ni a sí mismo ni está en condiciones políticas de sentarse a mesa alguna. Le han despojado de legitimidad el Supremo, la Junta Electoral, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y el Parlament, pero Sánchez acudió este jueves a homologarlo y blanquearlo. Un encuentro-desencuentro que inaugura solemnemente la campaña electoral. Y que permite a ambos exagerar sus estrategias políticas. Torra necesitaba desenmascarar la traición de ERC con los socialistas. Y Sánchez necesitaba recuperar la hostilidad hacia la marioneta de Puigdemont, abjurando enfáticamente de las condiciones con que lo amenazó el fantasmagórico ‘president’: amnistía, relator internacional, referéndum de autodeterminación y “fin de la represión”.
No son muy distintas las pretensiones de Esquerra, pero Sánchez pretende subordinarlas a la fórmula catártica del tripartito. Socialistas, ERC y los comunes exteriorizarían en Cataluña el pacto implícito de Madrid. Es la razón por la que Sánchez va a confraternizar este viernes con Ada Colau. Y el motivo por el que la reputación izquierdista de la coalición pretende disimular las pretensiones separatistas de Junqueras. El planteamiento es interesante e inteligente, pero se resiente de su evidente precariedad. Primero, porque el PSC puede terminar convirtiéndose en cómplice silencioso de la desconexión. Y en segundo término, porque la batalla radical entre Puigdemont y Junqueras, espoleada hoy a conciencia por Torra, puede convertirse en una anécdota si el soberanismo supera el 51% de los votos en los comicios catalanes.
Prevalecerá entonces la llamada de la sangre y de la historia (“nación milenaria”, dijo Torra en un pasaje de la comparecencia). Y tendrá razones Sánchez para sentirse amenazado. Se le desmoronaría el consenso de la investidura. Se expondría a la ferocidad del monstruo independentista, esta vez legitimado con el fervor de las urnas ‘verdaderas’: nunca el soberanismo había superado la mayoría absoluta de los sufragios.
La batalla radical entre Puigdemont y Junqueras puede convertirse en una anécdota si el soberanismo supera el 51% de apoyo
El escenario no es inmediato, porque ni siquiera hay una fecha de las elecciones. Torra especula con la prerrogativa de convocarlas. Y de convertirlas en un instrumento de castigo a los compadres de ERC, no digamos si Rufián le garantiza a Sánchez la aprobación de los Presupuestos. No cabría mejor demostración de la felonía y del compadreo con los carceleros de Madrid, aunque la intención de Esquerra consiste en apretar a Sánchez con condiciones extremas, de tal manera que pueda venderse en Cataluña la sumisión de la Moncloa.
El embrión se aloja en la poética agenda de la reconciliación. Son 44 las medidas, muchas de ellas inocuas y otras inquietantes. Depende de cómo y hasta dónde pretendan desarrollarse. Y cuánto tendrá que estirarlas Sánchez para gobernar los 1.400 días que ha prometido. Para Pedro I, dialogar es ceder, conceder y sobrevivir. Otra cuestión es que sus ambiciones particulares pretendiera subordinarlas este jueves con el azúcar de una homilía sentimental y buenista, ‘dialoguista’, naturalmente reivindicando la noción del progresismo. Y citándose a sí mismo como visionario y fuente de autoridad. Lo hizo en dos ocasiones cuando compareció ante la prensa.