Antonio R. Naranjo-El Debate
  • Sánchez los quiere pobres, tontos y peatones, así que se dedica a crearlos, a ver si logra su voto cautivo

Pedro Sánchez ha celebrado los dos años de su investidura, que es ya de entrada como presumir de haber ganado la Champions con un gol con la mano, en fuera de juego y con Negreira de árbitro.

Ni él se cree que haya nada que conmemorar, pero aun así insiste en presentar como una fiesta lo que para casi todo el mundo es un funeral.

Hay que ser cruel para obligarle a bailar a gente sin piernas, a soplar matasuegras a sordomudos y a aplaudir a mancos, que es como se siente una inmensa mayoría de españoles ajena a la propaganda tonta de un presidente alocado: la telerrealidad que le fabrica TVE y le mantiene el ejército de apesebrados sincronizados le vale para creerse su mentira, pero no para revertir lo que el respetable ve con sus propios ojos y sufre en sus trémulas carnes.

Rodar y emitir un vídeo de exaltación de dos años infames es una agresión, un recochineo y un desprecio, pero también una delación, cuando Sánchez confiesa sin querer que su público potencial es el «ciudadano de a pie».

Lo dice como un reconocimiento, pero en realidad es una condena: les quiere a pie, que es algo que se hace sólo de vacaciones o cuando no queda más remedio, porque les necesita más dependientes, con la movilidad justa, sin recursos para vivir la vida y sentir un poco de libertad.

El buen gobernante aspira a que haya menos pobres, menos subsidiados, menos vulnerables, menos ignorantes y menos peatones forzosos, aunque de lograrlo pierda una parte de su ascendencia electoral y tenga que especializar su trabajo en buscar fórmulas para sembrar progreso, que es lo contrario del asistencialismo, un burdo intercambio de votos por ayudas mínimas para ir tirando.

Pero Sánchez solo quiere menos ricos, más ágrafos, más vulnerables, más dependientes y más sectarios, aunque para mantenerlos tenga que sangrar a esa misma parte de España a la que insulta y confina detrás de un muro y sea consciente de que, a medio plazo, no se sostiene un país financiado con los riñones exhaustos de una parte menguante y la indolencia clientelar de la otra.

Sánchez no va a pie porque no puede pisar la calle sin tener que mutar a Galgo de Paiporta ni generar un perímetro de seguridad equivalente al desierto de Atacama, pero quiere peatones para que le agradezcan que, gracias a él y siempre y cuando voten lo correcto, tendrán unas fantásticas alpargatas.

Si un político necesita pobres, tontos o dependientes para prosperar o sobrevivir, a generarlos dedicará su tiempo. Y en esto, Sánchez es el mejor: un tipo que no se baja del Falcon y no pisa la calle desde que la moneda en uso era el maravedí, se pone de ejemplo y guía de los «ciudadanos de a pie».

Que nadie diga que no avisa al menos: todos descalzos, para que él parezca menos desnudo.