Pedro Chacón-El Correo
Como recordarán todos, ésta fue la pregunta que le dirigió Patxi López a Pedro Sánchez en el debate de las elecciones primarias del PSOE de mayo de 2017, en las que salió elegido el actual presidente en funciones. Para aquella ocasión, López se había aprendido de memoria la nota que le preparó el ya fallecido Andoni Unzalu Garaigordobil, y se la espetó así a Sánchez: «La nación es un término absolutamente moderno. No tiene ni 200 años. Y siempre ha habido dos corrientes históricas para definir una nación: una nación en términos jurídico-políticos, que es la nación política que conlleva soberanía y, por tanto, la consecución de un Estado independiente y en la que estaremos radicalmente en contra los socialistas. Y una nación en términos culturales, que es el sentimiento de pertenencia a una lengua, a una historia, a una tradición…, que no lleva la consecución de ningún Estado».
Si Patxi López y Pedro Sánchez creyeron alguna vez que los nacionalistas vascos y catalanes se conformarían con una nación del segundo tipo, ¿no han tenido ya pruebas suficientes para convencerse de que lo quieren todo y de que no pararán nunca hasta conseguirlo?
Lo increíble del caso es que la pretensión de convertirse en lo más parecido a un Estado por parte de nuestros nacionalistas se hace frente a una realidad sociológica contraria, puesto que tanto el País Vasco como Cataluña son sociedades mestizas a más no poder, y donde el elemento originario es minoritario. Y se hace frente a unos presupuestos históricos contrarios, porque las naciones vasca y catalana son una completa fabulación, producto de la tergiversación de la historia, surgida a partir de la industrialización de ambas comunidades, para rechazar a la ingente inmigración que les llegaba del resto de España. Y se hace frente a una Unión Europea contraria, puesto que cualquier movimiento de fronteras convertiría el viejo continente en un avispero. Pero, en cambio, se hace gracias a un Estado, España, que desde que dejó de ser potencia mundial no ha sabido o podido poner en marcha un proyecto nacional propio, y eso que 600 millones de personas en el mundo tienen el español como lengua materna. Ha sido España la que ha fomentado, a conciencia, desde el final del franquismo para acá, por una especie de sentimiento de culpa mal digerido, tras una guerra civil y una dictadura demoledoras, que los nacionalistas alimenten unos proyectos políticos delirantes, donde la imposición de una cultura propia sobre la española, considerada invasora y extraña, ha supuesto un auténtico despilfarro de energías, voluntades, dinero, tiempo y, al fin y al cabo, vida, de tal calibre que verdaderamente asombra. Si los acuerdos para esta investidura de Pedro Sánchez se cumplieran, el desmantelamiento de España será un hecho y entraríamos en algo inédito y desconocido, que da bastante miedo.