- Amortizada la amnistía, la corrupción, el amaño de elecciones, la prostitución y la destrucción de las instituciones con una cínica petición de disculpas, ¿qué bala queda en la recámara?
Continuamos los periodistas españoles cometiendo el mismo error que hemos cometido desde el primer día con Pedro Sánchez: juzgarle desde parámetros políticos.
Como si el hecho de que apareciera el jueves frente a la prensa maquillado como un khawaja sira pakistaní para simular una pesadumbre que estaba muy lejos de sentir no fuera la prueba de cargo de que esto no va de política, ni de responsabilidad, ni de gobernanza, ni de corrupción, de la misma forma que una estafa piramidal no es economía, ni inversión, ni finanzas ni nada que se le parezca.
Como si hoy lunes no hubiera comparecido de nuevo para anunciar que la víctima de la corrupción de su gobierno y de su partido es él.
Que corrupto, corrupto, lo que se dice corrupto, sólo lo es el PP.
Que él representa a millones de personas y que no puede decepcionarlas dimitiendo.
Que se va a esforzar mucho en no hacer nada y que esa nada va a ser fiscalizada por quienes dependen de él.
Que su forma de asumir toda la responsabilidad es no asumir ninguna responsabilidad.
Y que le horroriza el machismo de aquellos con los que compartió Peugeot durante varios meses en 2017 hablando, por lo visto, de la Crítica de la razón pura.
¡Quién iba a decir que Santos Cerdán, Koldo García y José Luis Ábalos no eran esos lords británicos perfumados con Erba Pura de Xerjoff que parecen a primera vista, sino unos simples corruptos cuyo zona de confort era el prostíbulo más cercano!
¡El primer sorprendido ha sido él!
Hasta ha tenido que decir que España no es una dictadura, cuando nadie se lo había preguntado. El detalle ha sido muy revelador.
Pido disculpas a toda la ciudadanía, a los militantes y simpatizantes del PSOE.
No existe la corrupción cero. Pero sí debe existir la tolerancia cero cuando esta se produce.
Seguiré trabajando por lo que siempre he defendido: la política limpia y la regeneración democrática. pic.twitter.com/ynZGk2ftGs
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) June 12, 2025
Esos personajes de los que habla el presidente como si fueran un recuerdo lejano son los mismos que le auparon hasta la secretaría general del PSOE por dos veces, que amañaron las primarias de su partido en su beneficio, que él convirtió en su mano derecha e izquierda tanto en el Gobierno como en el PSOE, y a los que puso al frente de dos gigantescos presupuestos: el de su partido y el del Ministerio de Fomento. El mayor de todos los presupuestos ministeriales.
Ya es tener ojo, poner al frente de la mayor porción de la tarta de los Presupuestos Generales del Estado al más corrupto de tus colaboradores.
Qué mala suerte, ¿verdad?
En Pedro Sánchez todo es mentira y esa es la única verdad a la que los españoles podemos aferrarnos hoy. Todo es teatro, todo es paripé, todo es una escenificación cínica. La rueda de prensa de hoy no ha sido una excepción. Los mismos clichés de siempre. El mismo cinismo.
Todo en él es mentira. Pedro Sánchez no es doctor. No ha escrito ninguna tesis doctoral. Mucho menos dos libros. No es víctima del acoso de la ultraderecha. No es un pobre hombre engañado por aquellos en los que confió. No tiene un proyecto progresista. No es valiente. No es inteligente. No es un genio táctico. No ha mejorado España. No ha tomado jamás una sola decisión en beneficio de los españoles si esa decisión no le beneficiaba antes, y primerísimamente, a él.
Y no es el legítimo líder del PSOE tras el amaño de las primarias de 2014 y probablemente de todas las que llegaron después.
Esa habría sido una buena pregunta para la rueda de prensa de hoy.
– Señor presidente, ¿por qué cree que Santos Cerdán quiso amañar las elecciones primarias de 2014? ¿En qué le beneficiaba a él ese amaño, si usted no conocía sus intenciones?
¿No es esa una pregunta interesante?
Porque ¿quién amaña unas elecciones en favor de un tercero sin contraprestación de por medio? Sin comunicárselo al beneficiado, sin conchavarse con él, a cambio de nada. ¿Quién se arriesga a la muerte civil por dos miserables papeletas que, como bien dijo Sánchez el jueves, no pueden alterar en nada el resultado de una votación que se decide por miles de votos y no por uno o dos?
¿Tan estúpido era Santos Cerdán?
¿O, aplicando la navaja de Ockham, esa que dice que en igualdad de condiciones la explicación más sencilla es siempre la correcta, podemos concluir que Pedro Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE amañando unas primarias?
Es decir, estafando a su propio partido.
Decía Pedro J. en su carta de este domingo que Sánchez es nuestro Nixon. Es una buena comparación, pero demasiado halagadora para él. Porque Nixon era un político tramposo.
Pero Sánchez no es un político. Es sólo un tramposo.
Yo lo compararía más bien con Enric Marco, el farsante que se hizo pasar por superviviente del Holocausto.
O con Paco Sanz, otro farsante que atracó a media España fingiendo una enfermedad rara presuntamente letal y que en realidad era benigna.
Otro, por cierto, que también se maquillaba en sus vídeos para parecer más enfermo de lo que realmente estaba. Como Sánchez.
La constatación de que Sánchez ha convertido al PSOE en un cascarón vacío, que altos cargos socialistas se enriquecieron estafando a los españoles con las mascarillas mientras el Gobierno los encerraba en sus casas ilegalmente, que el círculo más cercano al presidente se repartía las prostitutas con la misma elegancia que las mordidas, o que Sánchez ni siquiera debería estar donde está hoy porque el legítimo secretario general del PSOE es hoy Eduardo Madina no ha evitado que los periodistas españoles sigamos equivocándonos en el enfoque del caso Sánchez.
Y el enfoque correcto es que llevamos siete años viviendo una ficción.
Que Sánchez no debería estar ahí.
Que Sánchez es nuestro Goodbye Lenin!
Los españoles despertamos tras la moción de censura de 2018 en una España que creíamos igual que la del día previo, sólo que con un presidente más limpio que el anterior en la Moncloa. No sabíamos que un tramposo nos la había cambiado por un escenario de cartón piedra.
No sabíamos que el Estado de derecho, como el Muro de Berlín en Goodbye Lenin!, había sido laminado en España, y que de él sólo quedaban los cimientos.
Y a eso nos hemos dedicado los periodistas durante estos siete años. A merodear por las ruinas, como los turistas pasean por el Coliseo de Roma, fantaseando con la idea de que el imperio sigue en pie.
Pero España es hoy sólo un eco. Un souvenir, como ese imán del emperador Augusto que me acabo de traer de Roma y que luce ya en mi nevera. Creer que ese imán de poco más de cuatro euros es una verdadera reliquia de la Roma imperial no es menos absurdo que creer que las instituciones democráticas tienen hoy alguna fuerza en España contra un presidente que a todos los escándalos responde elevando la apuesta, en un órdago perpetuo e incansable.
Y Sánchez no está desolado. No está derrotado. No está apesumbrado. Está más fuerte que nunca, precisamente porque su fortaleza, entendida como aquello que le garantiza continuar en el poder, es su debilidad. Cuanta mayor sea su debilidad, cuanto más cercano parezca un gobierno del PP de Alberto Núñez Feijóo, más cerrarán filas con él todos sus apoyos.
El PNV.
ERC.
Junts.
EH Bildu.
Compromís.
BNG.
Coalición Canaria.
Sumar.
Podemos.
El Tribunal Constitucional.
La Fiscalía.
El CIS.
El Banco de España.
La 1.
Y, sobre todo, Vox, que el día en que se conoció el contenido del informe de la UCO sobre Santos Cerdán dedicó todos sus esfuerzos a criticar al PP. Por eso hoy Sánchez retaba a PP y a Vox a presentar una moción de censura: porque eso es precisamente lo que necesita para solidificar el apoyo de unos socios que, sin esa moción, tendrán mucho más difícil justificar su cercanía con el PSOE.
Todos esos apoyos de Sánchez tienen hoy más incentivos para continuar apoyándole que la semana pasada. Porque el punto de no retorno quedó atrás hace mucho. Y sobrepasado ese punto, todos ellos tienen mucho más a ganar cerrando filas con Sánchez que abandonando la formación.
No, Sánchez no va a dimitir. Y tampoco va a ser derrocado por el PSOE.
Creer que sólo el PSOE puede derrocar a Sánchez es, de hecho, la mayor de las victorias de Sánchez. Porque confirma que los españoles no creemos ya en la democracia, en nuestras instituciones y en los anticuerpos del Estado de derecho: sólo creemos en el PSOE.
«Sólo el PSOE puede hacer lo que ni la oposición, ni los jueces, ni la policía, ni el periodismo, pueden hacer».
¿No suena terrible esa frase? El PSOE como una fuerza superior a la democracia. El PSOE como última barrera frente a la corrupción del propio PSOE.
Ese es el demoledor estado de la España democrática.
Si con Sánchez sólo acaba el PSOE, es que no tenemos democracia. Tenemos un régimen como el ruso, en el que la única posibilidad de que caiga el líder de turno es la de un golpe interno a cargo de una facción rebelde que le arrebate el poder de forma cruenta.
El régimen renovándose a sí mismo para que algo cambie y todo siga igual. Lampedusianismo puro.
Así que los españoles ahora ya sólo creemos en Felipe González. Nada más y nada menos que en Felipe González. Si él es la esperanza, apaga y vámonos.
«Sólo hacen falta un puñado de diputados justos», dicen algunos.
Un puñado de diputados del PSOE, claro. Confiemos.
«La solución es Eduardo Madina«, dicen otros. El mismo Madina que, habiendo sido literalmente estafado por Santos Cerdán, no ha tenido todavía la elemental dignidad de poner una denuncia en comisaría por el amaño de las primarias de 2014.
¿Ese es el compromiso contra la corrupción de uno de los llamados a sustituir a Sánchez? ¿Esas son sus convicciones democráticas?
¿En qué ha cambiado España desde el jueves?
Ha cambiado en que la raya de «lo intolerable» está ahora un poco más lejos. Amortizada la amnistía, la corrupción, el amaño de elecciones, la prostitución y la destrucción de las instituciones con un maquillaje de carnaval y una cínica petición de disculpas, ¿qué bala queda en la recámara?
La de siempre. Que el PSOE nos salve del PSOE.
En la mente de millones de españoles, eso tiene toda la lógica del mundo.