Rubén Amón-El Confidencial
- La corrupción, el empobrecimiento de los hogares, la crisis de la coalición, la alternativa de Feijóo, el caso Ferrovial, la psicosis de los agresores sexuales y la inminencia de las elecciones describen una tormenta perfecta que amenaza el porvenir
Entiendo que es un recurso bastante precario recurrir a las analogías de la política y la salud, a las metáforas sanitarias, pero tiene sentido identificar la situación de Pedro Sánchez con el diagnóstico de fallo multiorgánico.
Se le amontonan las patologías al presidente del Gobierno. Y le sobreviene una conspiración perfecta —una ciclogénesis— que enfatiza el escándalo de la corrupción. El caso Mediador desquicia la línea medular de la estrategia socialista. Y redunda en los efectos devastadores que se derivan de la crisis de la coalición, el ajetreo estadístico de agresores sexuales, la pujanza demoscópica de Feijóo y el empobrecimiento de los hogares.
El desgaste de la coalición amenaza la estabilidad de Frankenstein a cuenta del solo sí es sí y se resiente de la escandalera del Tito Berni
La subida de las hipotecas es tan evidente como el descontrol de la lista de la compra. Ni siquiera tiene razones Sánchez para vanagloriarse de los datos del empleo, como pretendía. Semejante contexto deprime el voluntarismo de la recuperación, sin olvidar el escarmiento en propia meta que ha supuesto la batalla de los de abajo contra los de arriba. La fuga de Ferrovial puede describirse como un ejemplo de antipatriotismo y de insolidaridad fiscal, como un despecho del capitalismo facineroso, pero también define el hábitat de la inseguridad jurídica y el clima de la desconfianza financiera. Cuesta creer que el populismo justiciero que ha emprendido el jefe del Gobierno se convierta en la solución a la psicosis del exilio empresarial. Sánchez se jacta de haber desenmascarado la codicia de los grandes empresarios, pero resulta temerario y negligente —y hasta contraproducente— inducir el revanchismo de clase en perjuicio del tejido social y financiero.
Está muy lejos el proyecto sanchista de la tonicidad y de la solvencia a las que aspiraba camino de las elecciones de mayo. Puede que le funcionen las medidas clientelares —pensionistas, funcionarios— y la distribución electoralista o limosnera de los fondos europeos, pero el desgaste de la coalición en el umbral del 8-M tanto amenaza la estabilidad de Frankenstein a cuenta del solo sí es sí como se resiente de la escandalera polifacética del Tito Berni.
Más todavía cuando el caso de corrupción ha empezado a instruirse y garantiza argumentos de actualidad en las semanas que anteceden a la convocatoria de las urnas.
El gran problema de Pedro Sánchez ha sido siempre la falta de credibilidad
Por eso, Sánchez ha ordenado una purga de ejemplaridad que aspira a extirpar radicalmente la crisis de reputación. Y que pretende exhibirse como la prueba de un partido incorruptible.
No va a resultarle sencillo cauterizar el estrépito ni amortiguar la credibilidad del PSOE con la política de sacrificios. La determinación y boato con que va a inaugurarse el patíbulo describen, en realidad, la emergencia de las medidas electoralistas. Está dispuesto Sánchez a sustraerse al garantismo y a las normas de expulsión de partido, con tal de que la ejecución del Tito Berni y de sus secuaces se perciba en la opinión pública como lo contrario de lo que está sucediendo: el PSOE no tendría —como tiene— un problema de corrupción, sino un mecanismo inequívoco y letal para combatirlo.
El gran problema de Pedro Sánchez ha sido siempre la falta de credibilidad. Más tiempo ocupa el poder, más se desdibuja la reputación del presidente del Gobierno y se desenmascaran los trucos y las fechorías.
Le conviene a Feijóo demostrar y exhibir que Vox es un partido impresentable e impropio de un proyecto común
El límite de tolerancia podría dilatarse si la economía doméstica se atuviera a las expectativas optimistas. Y si no hubiera una alternativa verosímil a la dieta proteica del sanchismo: el relevo de Feijóo en Génova 13 traslada la verosimilitud de un antagonismo corpulento. Sánchez pretende combatirlo identificando al PP con Vox, pero las distancias que ha adoptado el líder gallego se añaden a la maniobra autodestructiva que ha urdido la ultraderecha con la astracanada de la moción de censura de Tamames.
La necesita Sánchez para reanimar la coalición después de la colisión que se avecina el 8-M, pero también le conviene a Feijóo demostrar y exhibir que Vox es un partido impresentable e impropio de un proyecto común.