Diego Carcedo-El Correo
- La única alegría que ha vivido en más de un año fue la victoria del Partido Socialista en Cataluña frente al independentismo
Pedro Sánchez atraviesa horas bajas, no es un secreto. Yo creo que debería mirárselo, pero él se resiste. Los problemas políticos que a veces da la sensación que encara con placer a pesar de la mala suerte que le persigue, no cesan. Son su pan nuestro de cada día, porque, aunque sea él quien los crea y afronta, la realidad es que a quien afecta es a todos los españoles, sean cuales sean nuestras ideas políticas. A pesar de la crítica generalizada que su gestión crea, a veces despierta pena. Nunca es agradable ver que a otros les vayan mal las cosas, empezando por las familiares, que siempre son las más dolorosas. Pero las cuestiones familiares, de las que nadie está libre a veces para bien y a veces para mal, es mejor dejarlas en sus mano y de los jueces y lo mínimo que cabe desearle es que las consiga afrontar con suerte.
Son las políticas las que requieren atención general, conceden el derecho a reivindicar su solución y, llegado el caso, a condenarle por la parte de errores que le conciernen. A pesar de haberse empeñado y logrado asumir el poder pagando apoyos propicios a incumplir la legalidad constitucional y enfrentados entre sí por cuestiones ideológicas y enemistades tradicionales, el resultado no puede ser más negativo: treinta y dos derrotas seguidas en el Congreso y gobernar a la intemperie sin presupuesto indispensable.La suerte ya no le acompañó en las elecciones generales, en que compitió desde su partido acostumbrado a ganar, respetar la democracia y patrocinar las libertades y la igualdad las perdió todas: generales, autonómicas, regionales, europeas… se quitó de en medio a Pablo Iglesias, un incordio seguramente, de lado y todo invita a pensar y lamentar, porque de desearle males no se trata, que duerma mal. Sé por experiencia lo que eso supone para tener que enfrentarse con insomnio con asuntos tan delicados como pueden ser unos socios de investidura que cada mañana exigen la paga por mantenerle en el poder, desde amnistía para golpistas y terroristas hasta romper las cajas nacionales para proporcionar más medios económicos a sus rivales.
La única alegría que ha vivido en más de un año fue la victoria del Partido Socialista en Cataluña frente al independentismo que no ceja en su empeño romper el país para satisfacer repartirse las pompas y vanidades bien remuneradas, además, porque la pela es la pela, también entre los independentistas gobernando un pequeño Estado olvidado en el complejo político mundial. Pero al final el triunfo también se le ha vuelto en contra. Los independentistas no reconocen su victoria, unos reclaman la caja de los impuestos y los otros, capitaneados por Puigdemont, el primer beneficiado por la costosa amnistía, amenaza con asaltar la frontera para participar en de la investidura en una actitud prepotente de reto a la Justicia y exigiendo al presidente que prohíba a los jueces cumplir con el deber de ejecutar su detención. Además de cómplice, humillado por los amnistiados dispuestos a quitarle el poder que contribuyeron a conseguirlo.