El Congreso pasó del Rey. La sesión de control ignoró la efeméride real, diez años, salvo alguna referencia excepcional. Sánchez colgó un tuit y mantuvo el gesto iracundo durante la jornada. La Corona le produce sarpullidos
Era el día del Rey. Diez años en el trono. En la sesión de control de la Cámara Baja, apenas alguna voz subrayó el momento. Los socios del Gobierno regüeldaron contra la monarquía, como de costumbre, sin escuchar reproche alguno por parte de madame Francina, que ofrecía un aspecto brumoso y desmejorado desde su vertical butacón. Pedro Sánchez había remitido un tuit de circunstancias alabando la «ejemplaridad, lealtad y transparencia» del monarca. Y poco más. Alberto Núñez Feijóo algo dijo a su llegada, en los pasillos, a una reportera que le inquirió sobre el particular. Un silencio desolador.
Cayetana Álvarez de Toledo cubrió el hueco. «Quiero hoy reconocer al Rey, al que la amnistía condena y convierte en blanco de críticas injustas. Su discurso de octubre de 2017 no debe ser derogado, no porque sea el del Rey sino porque es el de la razón democrática, el discurso de un Estado en el que rige la libertad, la igualdad y la fraternidad». Llegaron luego algunos rebuznos desde el frente de Frankenstein, en la boca de una diputada de ERC que cargó contra los Borbones, ofuscada sin duda por las incógnitas políticas de su formación ante una Cataluña que no ve la puerta de salida. Lo previsto. La efeméride real apenas dejó huella en el Congreso, que se ha convertido en una especie de holograma esotérico, un artefacto extraterrestre por el que pulula un puñado de semovientes amarcianados que cacarean sin criterio, ni sentido, y a los que ya apenas alguien escucha.
Algunos de los diputados presentes pensaron que con las celebraciones de Palacio, un rato después, ya era suficiente. Al cabo, diez años no son nada y el Rey estorba. El presidente lo maltrata, posiblemente lo desprecia, le achica la agenda, le hurta los ministros en las visitas oficiales y, hasta se mete ostensiblemente las manos en los bolsillos en un acto oficial para subrayar que su garrulez republicana vale más que la dignidad ética una monarquía parlamentaria.
Incluso se escuchó más lo del ‘fango’ y los ‘bulos’ de la ultraderecha desde la bancada de la derecha que en la de los ministros, muy apagados en las formas, muy poco beligerantes en el fondo»
Los escribas de Sánchez no dan con el tono, no logran escapar de sus tediosas muletillas. Parecen letristas de Jorgeja. La última novedad consiste en investir a Aznar, Abascal y Ayuso de ‘los jefes de Feijóo’. Chascarrillos de monologuista de madrugada, cuatro copas después. Dentro de poco le sumarán a Le Pen, que se acaricia ya en el Gobierno como el próximo espantajo con el que encabritar a su militancia, algo huérfana de eslóganes. Se escuchó más lo del ‘fango’ y los ‘bulos’ desde la bancada de la derecha que en la de los ministros, muy apagados en las formas, muy poco beligerantes en el fondo. Quizás Cuca Gamarra provocó que las aguas del debate no entraran en ebullición al sumergirse en el tráfago de los impuestos, la financiación autonómica y otros asuntos económicos poco apropiados para el formato de estas tenidas parlamentarias. La bajada del IVA de los alimentos es un gran tema, en efecto, pero poco adecuado para estos lances dialécticos, este duelo a guantazos en los que ha de buscarse la quijada, sacudir con fuerza y se acabó.
Agustín Conde, veterano del lugar pero no gran orador, tuvo el acierto de adentrarse en el territorio que parecía vedado, el de Begoña y su brumosa realidad judicial, recordando las embestidas del Gobierno, presidente incluido, contra los magistrados, en acometidas parejas a las de Trump y otros cernícalos. El incisivo Miguel Tellado se enceló con Tezanos y su CIS, «incurre en la malversación de fondos». Un Figaredo de Vox demuestra cada semana que su oratoria está al nivel de la prestancia de sus patillas.
Puente, a quien, inconcebiblemente, Feijóo dedicó algunos momentos de su intervención, se encontraba a disgusto, como con la neurona escocida y la prosa de pan rallado
El ministro de Justicia, Félix Bolaños, recién salido del hospital, se mostró romo y redundante, con una argumentación espesa, un rosario de frases inconexas y un despliegue de ideas de rebajas. Cuando intenta la ironía resulta algo patán. Cuando se pretende gracioso, chirría como el sobaco de una aspiradora. No era su día. Tampoco el de María Jesús Montero, menos agresiva que de costumbre y hasta más prudente de lo acostumbrado. Apenas insultó a alguien. Quizás estaba pesarosa porque su gran narciso había cruzado cuatro palabras con Yolanda, que sigue castigada, al comienzo de la sesión. Marlaska, el siniestro querubín, recurre a unas muletillas mugrientas en las que no duda en parapetase tras los cuerpos y fuerzas para ocultar el interminable prontuario de sus villanías. Puente, a quien, inconcebiblemente, Feijóo dedicó algunos momentos de su intervención, se encontraba a disgusto, como con la neurona escocida y la prosa de pan rallado. Con sus gracietas sobre el AVE español y los apellidos foráneos de la derecha, hace bueno lo de Arendt: «El fanatismo es la antesala del odio».
Fuera, en la calle, masas primaverales de madrileños se dirigían a la Plaza Mayor, y luego al Palacio Real, donde se celebraba con prudentes honores, el aniversario de la proclamación. Sánchez, toda la mañana con el gesto torcido, permitió este expansivo festejo. Con el permiso de la madrastrona de Cenicienta, la fiesta -que contó con un brindis improvisado de la princesa Leonor y la Infanta Sofía- , se prolongaría hasta la noche y luego, ya, vuelta a la normalidad de la España negra y triste, la de las loas y parabienes a bildus y golpistas, los ataques a los jueces y la persecución de periodistas.
Había advertido Cayetana una verdad que en ocasiones se difumina, como un móvil sin cobertura: «Sánchez pasará, la Monarquía constitucional perdurará». Amén.