Juanjo Sánchez Arreseigor-El Correo

  • El error del presidente, y causa de la reacción israelí, es plantear que España podría reconocer por su cuenta un Estado palestino

Durante su gira por Oriente Próximo, Pedro Sánchez y el primer ministro de Bélgica proclamaron la postura oficial de la UE y de Estados Unidos sobre el conflicto árabe-israelí: Israel tiene derecho a defenderse, pero sin arrasarlo todo, y la solución ideal sería la coexistencia de dos Estados, palestino e israelí. La respuesta de Netanyahu ha sido visceral.

La idea de un Estado palestino choca frontalmente con el más irrenunciable designio de cualquier Gobierno israelí: la creación de un único Estado exclusivamente judío sobre la totalidad del antiguo Mandato Británico de Palestina. El verdadero error de Sánchez, y la causa de la hiperreacción israelí, ha sido plantear que España podría reconocer por su cuenta un Estado palestino, adelantándose al resto de la UE. Es como si Netanyahu amenazase a España con apoyar el separatismo catalán y reconocer a Puigdemont como presidente en el exilio. Es evidente que algo así nos sentaría como un tiro en las tripas. Y además, ¿por qué Palestina sí pero el Sáhara no? Es una incongruencia difícil de explicar.

La solución de dos Estados es inaceptable para cualquier gobierno israelí porque significa renunciar a parte de un territorio pequeño, un poco más extenso que la Comunidad Valenciana. Es necesario recordar que Cisjordania está incrustada justo en el centro-este del antiguo Mandato Británico de Palestina, dejando a su alrededor un Estado judío tres veces más extenso, pero fragmentado en varias partes separadas, conectadas únicamente por tiras alargadas y estrechas, indefendibles frente a cualquier adversario de mínima enjundia.

Para evitar un Estado palestino, Israel ha creado un ‘lobby’ de influencia que ha llegado a ser muy poderoso en Estados Unidos por diversos factores, pero entre ellos hay que destacar el adversario al que se enfrentaba. Los árabes han perdido todas las guerras, y los norteamericanos idolatran a los triunfadores y desprecian a los perdedores. Aunque lo nieguen en el plano consciente, legitimar la conquista judía de Palestina equivale a legitimar su propia conquista del Oeste, con los palestinos condenados al papel de indios salvajes. Y como remate, el terrorismo islamista, con su cantinela de ‘Muerte a Occidente’.

Por lo tanto, ningún presidente norteamericano desde Kennedy ha sido capaz de llevarle la contraria a Israel. A veces se ve que lo intentan, pero todos ellos, tanto demócratas como republicanos, acaban pasando por el aro, incluso aunque eso perjudique gravemente los intereses nacionales de EE UU. Si en Washington tienen que elegir entre Jerusalén o Madrid, nosotros vamos a salir escopeteados siempre.

Por otra parte, no existe un gobierno palestino al que pudiéramos reconocer. En 2005, el partido Fatah, de Mahmud Abás, perdió las elecciones frente a Hamás. Obviamente, a estos últimos no les podemos reconocer después de la que han organizado, mientras que Abás y la Autoridad Palestina ya no representan a nadie salvo a sí mismos. Además, la mayoría de la población española se opondría a una política proárabe, incluso aunque no hubiera que pagar precio alguno por ella.

Otra complicación es el deseo israelí de normalizar relaciones con Marruecos. Desde la declaración conjunta de diciembre de 2022, el sultán de Marruecos ha ido dando largas a Israel, y se ha especulado que exigiría como parte del pago un apoyo explícito israelí y norteamericano en sus reclamaciones territoriales contra España. Las declaraciones de Sánchez podrían constituir una advertencia: «Ni se os ocurra».

Pero aun así es un error, porque estas cosas se hacen en privado. De lo contrario parecen un desafío, que empuja al contrario a reaccionar de forma drástica, que es lo que se pretende evitar. Y si Israel decide vengarse ayudando a Marruecos en todo lo que pueda, y arrastrando a Washington en la misma dirección, España podría pagar muy caro el error de Sánchez. No perderíamos Ceuta ni Melilla, porque en una guerra es muy dudoso que unos marroquíes armados y entrenados por EE UU vayan a pelear contra nosotros mejor que los iraquíes, los saudíes o los afganos, todos ellos entrenados y armados por Washington pelearon contra Estado Islámico, los hutíes de Yemen o los talibanes. ¿Pero quién quiere una guerra, aun sabiendo de antemano que ganaríamos? Yo no, desde luego.

Palestina es una causa perdida. Los palestinos sucumbirán, y los israelíes les irán arrebatando todo el territorio que todavía les queda, que no llega ya ni al 38% del 24% que conservaban antes de la Guerra de los Seis Días. En muy pocos decenios les quedará el 0,0%, y no tenemos manera de evitarlo. Lo único que podemos hacer es quitarnos de en medio para que ese tren no nos atropelle también a nosotros.