Agustín Valladolid-Vozpópuli

Si algún mandatario europeo acumula papeletas para ser elegido por Trump como anticipo de un potencial escarmiento a Europa, ese es el presidente español

Estados Unidos destina el 3,38% de su PIB a financiar la OTAN. En términos de riqueza nacional no parece que sea nada extraordinario. Pero si para evaluar mejor la trascendencia de la aportación norteamericana a esta organización elegimos otra variable, la de su impacto en el presupuesto global de la Alianza, la cosa cambia. Los yanquis cubren casi el 70% de las necesidades del club: 967.707 millones de dólares en 2024.

España, con una cuota equivalente al 1,28% del PIB nacional, ocupa por este concepto el último lugar en la lista de los 32 países que pertenecen a la OTAN. No es la única que no llega al que hasta ahora era el mínimo comprometido, el 2%. También están en ese paquete de incumplidores Canadá, Italia o Bélgica. Pero es nuestro país el que cierra la lista de los más insolidarios.

Que Donald Trump sea un iletrado que ni siquiera sabe qué países forman parte de los llamados BRICS, en nada le desautoriza cuando reclama a la Unión Europea un mayor esfuerzo en materia de Defensa. Por cierto, opinión compartida por Kaja Kallas, la nueva alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad: «Rusia representa una amenaza existencial para nuestra seguridad hoy, mañana y mientras no invirtamos lo suficiente en nuestra defensa».

Pedro Sánchez ha criticado a Trump, Meloni, Orbán, Netanyahu o Milei como lo haría un dirigente político sin responsabilidades de gobierno. Y ahora hay muchas probabilidades de que nos toque pagar las consecuencias

En este escenario, quizá no haya sido la mejor de las ideas presumir en Davos del “éxito del modelo económico español” al tiempo que se intenta justificar por qué hasta 2029 no va a ser posible corregir nuestra escasa contribución a la defensa occidental. Y todo eso en paralelo a la autoproclamación de Pedro Sánchez como líder mundial de la resistencia frente a la ofensiva ultra que encabeza Trump.

Puede entenderse, yo desde luego lo entiendo, que Sánchez defienda que un país como el nuestro, con los mayores índices de desempleo de la UE y con una alarmante porción de ciudadanos rozando la pobreza, debe atender, por delante de la defensa, otras urgencias. Solo que no es fácil hacerlo desde la inmodestia, presumiendo de estar al frente de la economía que más crece en la OCDE mientras señalas como principal problema de la humanidad “los algoritmos amañados del trumpismo”.

Las siete plagas trumpistas

La contundente victoria de Donald Trump en las urnas no es la consecuencia de la fortaleza de los Estados Unidos de América, sino probablemente de lo contrario: de la decadencia de un sistema monitorizado por las elites políticas a espaldas de la realidad social. A Trump le han votado en masa los perdedores de ese sistema, blancos, latinos, negros. Los sectores más enfadados de la sociedad americana. Hasta 80 millones de almas. Le han votado, en la interpretación más benévola, como mal menor, como la única alternativa visible a la parálisis de políticos incapaces de enfrentar con valentía, y voluntad de construir consensos, o sea, con liderazgo, la demagógica exhortación de retornar, como mejor remedio, a tiempos pasados.

Nada me satisfaría más que contar en mi país con un líder que ejerciera, con razonable capacidad de persuasión, como contrapeso, siquiera modesto, de la ola conservadora y en algunos casos retrógrada que se nos viene encima. Con prudencia y un calculado posibilismo. Y siempre pensando en el bien común. Pero si de lo que estamos hablando es de la búsqueda de una salida personal a través de, qué sé yo, por ejemplo ese espectro llamado Internacional Socialista, pues mejor rendirse ya antes de que nos caigan encima las siete plagas trumpistas.

El uso que Sánchez ha hecho de las relaciones internacionales ha tenido que ver, en muchas ocasiones, con el fortalecimiento de su imagen doméstica, la del progresista que levanta un muro contra la epidemia reaccionaria, y no tanto con el interés del país. Ha criticado a Trump, Meloni, Orbán, Netanyahu o Milei como lo haría un dirigente político sin responsabilidades de gobierno. Y ahora toca pagar las consecuencias.

Por razones domésticas, Sánchez ha jugado a ser la némesis europea de Trump, y sin embargo puede acabar convirtiéndose en su mejor modelo para visualizar cómo pretende meter en cintura a Europa

Costó Dios y ayuda reconstruir con Estados Unidos los puentes que echó abajo la frivolidad de Rodríguez Zapatero. Ahora, los nombramientos de los nuevos embajadores en la UE y en España parecen indicar que en esta ocasión la factura puede ser aún mayor. En este artículo profusamente citado de Michael Walsh, profesor de las universidades de Stanford y Múnich, se enumeran algunas de las decisiones desfavorables a los intereses de España que puede tomar la nueva administración norteamericana, y que, más allá de las comerciales, podrían también afectar a áreas más sensibles, como la defensa y la lucha contra el terrorismo.

Un presidente de gobierno debe calibrar muy bien lo que dice. Un presidente de un país miembro de la Unión Europea y de la OTAN todavía más si cabe. Porque criticar a troche y moche a colegas que, al igual que tú, han sido elegidos democráticamente; hacerlo, además, no desde una posición de fortaleza, sino atrapado en las arenas movedizas (e imprevisibles) de una fragilidad parlamentaria que se antoja insostenible, es lo más parecido a hacerse, a hacernos, el harakiri.

Para desgracia de Sánchez, y la nuestra, si algún mandatario europeo tiene muchas papeletas para ser elegido por Trump como anticipo de un potencial escarmiento a los incumplidores, lanzando de paso un serio aviso a navegantes, ese es el presidente español. Ya hemos visto lo que ha sido capaz de hacer, a través de Elon Musk, con el primer ministro británico. Así que preparémonos para lo peor.

Por razones eminentemente domésticas, Pedro Sánchez ha jugado a ser la némesis europea de Donald Trump, y sin embargo puede acabar convirtiéndose en su mejor pretexto; en un inesperado, indeseado y a la vez oportuno aliado para visualizar por qué pretende meter a Europa en cintura.