- En la encrucijada de gobernar España con quienes sabotean la política europea que él suscribe junto a la casi totalidad de sus colegas europeos, un presidente democrático no tendría otra (ni mejor) solución que anticipar las urnas como en Alemania
Con una Agenda 2030 camino de verse reducida a confetis cubriendo el suelo tras años de vino y rosas y con la Unión Europea procurando restablecerse de la resaca atenazada por la imprevista unión temporal de intereses entre la Casa Blanca de Donald Trump y el Kremlin de Vladimir Putin, cobra actualidad la respuesta que, en los 60, le dio el primer ministro británico Macmillan a una periodista. Al inquirirle sobre lo que más temía, fue rotundo: «Los hechos, señorita, los hechos». Aunque hoy se suplanten los hechos por las opiniones, la realidad se abre paso con la irresistibilidad de los ríos recobrando sus cauces secos con las torrenteras.
Así, Pedro Sánchez, con la insignia de la Agenda 2030 en el ojal como una hoja muerta, ha sido arrollado por «los hechos» tras el giro copernicano imprimido por Trump a las relaciones norteamericanas con respecto a Europa –el mejor y más rentable negocio común tras la II Guerra Mundial– para devorarla como el dios Jano a sus vástagos. Pero también por «lo hecho» por una inconsciente UE en unos «años bobos» en los que ha pasado de ser hormiga a cigarra. Primero trasladó su producción a factorías chinas y luego se olvidó de inventar en provecho de esos países cual barco varado en un puerto seco que recibe del exterior casi todo, tal y como se vislumbró trágicamente con el covid.
Lejos de escarmentar, el continente se ha embarcado en una delirante Agenda 2050 que ha agravado su dependencia al sembrar de sal sus campos de su riqueza hasta que se ha desperezado abruptamente con el aldabonazo de un Trump resuelto a repartirse el mundo con China y con Rusia –un auténtica trilateral autocrática– a costa de desguarnecer la UE y donar Ucrania a Putin para que el fantasma de la guerra –cual ave carroñera– sobrevuele el Viejo Continente. Pocos imaginaban que Trump desampararía tan criminalmente al pueblo ucraniano y que maltrataría a sus refugiados como a los japoneses de EEUU tras el bombardeo de Pearl Harbor. Por eso, hay que convenir con Lech Walesa, el gigante polaco de la libertad, que, con Trump, el Muro de Berlín persistiría intacto y los disidentes comunistas sufrirían aún el KGB del que Putin era agente en Berlín.
Al reventar la burbuja de la «Agenda 2030», en la que toda estupidez parece tener asiento y cobrar cuerpo de ley, Sánchez tiene que acometer la mucho más perentoria e inexorable «Agenda 2029». Cuando ya se disponía a estirar el chicle del 2030 al 2050, España tendrá que destinar a gasto militar el 2 % del PIB el próximo cuatrienio, según él mismo respaldó este jueves en el Consejo Europeo, lo que entraña un desembolso de 36.000 millones al situarse en el 1,28 % (unos 19.723 millones) en 2024.
Sánchez intentará por todos los medios demorar su deber arrastrando los pies hasta las elecciones de 2027 y luego ya proveerá hasta el 2029 si le dan los escaños
Como manifestó cierta vez el doble campeón Mike Tyson, el boxeador más joven en obtener el título mundial de los pesos pesados con 20 años, «todo el mundo tiene un plan hasta que le meten un directo a la mandíbula». Es lo que le ha sucedido a Sánchez al tener que rubricar el rearme europeo a los dos meses de perorarles a los diplomáticos –incluso a los dormidos– de que había prioridades más urgentes como «la seguridad climática y la necesidad de prepararnos para combatir sus efectos».
Si esto afirmaba en enero, este marzo ha de apañar un plan B para sacar adelante las partidas que sufraguen esas obligaciones europeas en las que carecerá del concurso de unos socios parlamentarios alineados con el Kremlin, cuya conexión con el golpismo catalán es fehaciente, y que, por ende, le puede dejar definitivamente sin Presupuestos del Estado, pese a otorgarles a estos el fuero y el huevo. Todas sus contradicciones chocan hoy con la fuerza de un gran oleaje contra el acantilado.
Para no besar la lona por el doble crochet de derechas e izquierdas, busca escurrir el bulto con el PNV –con otro pago extra– y con el PP apelando a su patriotismo y al consenso europeo de populares y socialistas para sellar la vía de agua norteamericana y el previsible final de la OTAN, como aconteció con el Pacto de Varsovia al implosionar la URSS. En cuanto a Voxemos (de soltera, Vox), ni está ni se la espera. Estrábico, Abascal mira con un ojo a Trump y con otro a Putin con los binoculares del premier húngaro Orbán, caballo de Troya de Putin en la UE, como acredita su rechazo a que Europa se pertreche ante el desentendimiento americano y el expansionismo ruso.
Por aquello de que, en política, si no puedes hacer algo o no te conviene, retrásalo, Sánchez intentará por todos los medios a su alcance demorar su deber arrastrando los pies hasta las elecciones de 2027 y luego ya proveerá hasta el 2029 si le dan los escaños. En caso contrario, que sea Feijóo quien arree afrontándolo de golpe y porrazo. Como Aznar cuando hubo de apechugar con los deberes contraídos por González al signar el Tratado de Maastricht de febrero de 1992 que transfiguró la Comunidad Económica Europea en la UE. Si puede o se lo consienten, Sánchez no renunciará a la agenda 2030 ni llevará a cabo las exigencias presupuestarias que se derivan del rearme salvo aquellas capitalizadas con préstamos mutualizados por la UE. De no ser así, arriesga sus menguadas probabilidades de aferrarse a La Moncloa como Zapatero en 2008 con la crisis financiera. Precisa ganar un bienio de disimulo plantando una vela al Dios de Bruselas y otra al diablo Frankenstein con el PP de cirineo.
Para ello, pretende pactar de tapadillo con el PP en vez de afrontar, como en toda democracia, un debate general de política de Defensa seguido de resoluciones votadas por la representación de la soberanía nacional, y no trampeando con decretos-leyes. Empero, rehúye este imponderable para que no se visualice que ha perdido la confianza de quienes lo hicieron presidente debiendo refrendar su palabra en Europa con aquel al que le birló su victoria en las urnas en compañía de aquellos.
Para no besar la lona por el doble crochet de derechas e izquierdas, busca escurrir el bulto con el PNV –con otro pago extra– y con el PP
Por eso, quien evita la tentación, evita el peligro con un jefe del Ejecutivo presto a mandar al margen del Legislativo y que quiere hacer entrar por el aro a un Feijóo con el que no quiere tanto quedar con él como quedarse con él –esa es la cuestión– estrechando la misma mano con la que firma el socavamiento del Estado de Derecho en España y la fractura de la integridad territorial con su ominoso entreguismo al separatismo xenófobo. En la encrucijada de gobernar España con quienes sabotean la política europea que él suscribe junto a la casi totalidad de sus colegas europeos, un presidente democrático no tendría otra (ni mejor) solución que anticipar las urnas como en Alemania y que sean los ciudadanos los que resuelvan el dilema, salvo que se empeñe en ser, no ya el Bolívar de Cataluña, sino el de Europa.
Con Sánchez, lo que es un imperativo democrático se transforma en un imposible metafísico. A estos efectos, evoca al protagonista de Al final de la escapada, de Jean-Luc Godard. Si la mayor ambición de éste es «ser inmortal y entonces… morir», otro tanto cabe con un temerario sin escrúpulos como Sánchez, que tampoco usa los frenos en la política al entender que ésta, como el coche para el delincuente que interpreta Jean-Paul Belmondo, se ha hecho para correr, no para parar. Conociendo el paño, Feijóo debiera echarle el freno para no ser su pagafantas al final de la escapada.