- Sánchez quiere levantarse de nuevo y tiene decidido aprovechar la reunión de los magnates mundiales para mostrar su determinación política para este último tramo de la legislatura
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, ha regresado a Davos para resucitar políticamente y, quizás, esta sea la última oportunidad que tiene en la legislatura. Ya han pasado dos años y medio desde la última vez que estuvo en este pueblo de la montaña suiza y lo único que se mantiene igual desde entonces es su desconfianza hacia Podemos, sus socios de gobierno, a los que jamás ha permitido que ocupen, ni por un solo segundo, la presidencia en funciones de España mientras él está de viaje en el extranjero. Eso se mantiene, aunque sea al coste de que la vicepresidenta de Economía, Nadia Calviño, no pueda ir al principal foro de economía del mundo: lo esencial para Sánchez es que nadie de Podemos ocupe la silla del presidente; ni Pablo Iglesias antes ni Yolanda Díaz, ahora.
Pues bien, salvo esa desconfianza, todo lo demás ha cambiado y el tiempo para impulsar su gestión, antes de llegar a unas nuevas elecciones generales, se está agotando. Esa es la oportunidad que el presidente socialista busca en Davos. Como ya ha hecho en otras ocasiones, Pedro Sánchez quiere levantarse de nuevo y tiene decidido aprovechar la reunión de los magnates mundiales, de los grandes ejecutivos y los políticos de los países más destacados para mostrar su determinación política para este último tramo de la legislatura. Y esta vez sí, les dirá, España revolucionará su futuro, y también el europeo, con la creación de la mayor industria de microchips del continente. Esa es la apuesta de la resurrección. Veremos… Porque Pedro Sánchez ha llegado a este punto de necesidad después de perder estrepitosamente la iniciativa y el control de la agenda política por la nefasta gestión de los últimos escándalos que le han afectado, fundamentalmente el espionaje de Pegasus. Como si Murphy fuera el ‘cerebro gris’ de todos sus estrategas, todo lo que podía empeorar, se han encargado de empeorarlo él y su Gobierno.
Por el momento, lo único que podemos constatar desde la última vez que fue al Foro de Davos es que, como se decía antes, la desconfianza del presidente Sánchez con sus socios de gobierno no se atenúa con el paso del tiempo. En enero de 2020, recién constituido el Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, en Suiza estaban expectantes y alarmados por las propias palabras del líder socialista español, unos meses antes, cuando decía que no podría dormir si tuviera que meter a unos antisistemas en su Gobierno. Como Pablo Iglesias acababa de ser nombrado vicepresidente segundo, Pedro Sánchez los tranquilizó con la reafirmación de su compromiso para reducir el déficit público y el nivel de endeudamiento de España.
Ya sabemos que nada de ello ha sucedido, que la deuda pública se ha desbocado y ya se sitúa en un máximo histórico del 118% del producto interior bruto español. En moneda contante y sonante, asciende a la delirante cifra de casi 1.500 billones de euros. Si el objetivo europeo era que el techo de deuda pública de cada país miembro no superase el 60% del PIB, ya podemos imaginar fácilmente lo lejos que se encuentra España de ese objetivo, pero también es cierto que la pandemia ha desbaratado todas las previsiones y ya ni siquiera la UE se muestra exigente con esas reglas de gasto. Por el contrario, lo que sí ha comenzado a bajar notablemente ha sido el déficit público, nada menos que un 39% en el primer trimestre del año, aunque también esto tiene ‘truco’. Se trata de un buen dato macroeconómico engañoso, “un espejismo presupuestario”, porque se debe, fundamentalmente, a la enorme inflación que se padece y al aumento, en consecuencia, de la recaudación fiscal. Pero, en plena oleada de subida de precios, cuando más elevado es el coste de la vida, que el Gobierno obtenga unos buenos datos gracias a la recaudación de impuestos como el IVA, el IRPF y sociedades, nunca puede ser una buena noticia para la sociedad que soporta esa presión fiscal, además de la inflación.
Al final, con todo, lo fundamental para Pedro Sánchez ante ese Foro de Davos es que, aunque no haya cumplido totalmente con sus promesas de reformas, tiene excusas suficientes para justificarlo. La pandemia, la paralización de la economía y la posterior guerra de Ucrania son agentes externos desestabilizadores de la economía mundial y, cuando el presidente español los invoque, todo el mundo será receptivo. Además, como le viene ocurriendo desde los primeros meses de esta legislatura, el presidente Sánchez está convencido de que las ayudas europeas para la recuperación económica tras la pandemia, que supondrían el mayor nivel de inversión pública conocido, le salvarán ampliamente la legislatura.
Hoy mismo, mientras que Pedro Sánchez va de un lado para otro por los pasillos de Davos, en Madrid se reunirá su Gobierno para aprobar “el mayor proyecto estratégico de todos los previstos para la recuperación y la transformación económica de España”, como se repetirá constantemente en los próximos días. Un total de 11.000 millones de euros de inversión para colocar España “a la vanguardia del progreso industrial y tecnológico”. Como ha dicho alguna vez el propio Sánchez, este proyecto es “la gran apuesta”, y así mismo lo repetirá ante los cientos de políticos, académicos, millonarios, grandes ejecutivos y empresarios de todo el mundo que quieran oírle en la montaña suiza. Lo que no les dirá es que esta es, además, su última gran posibilidad de levantar la legislatura y resucitar políticamente como líder socialista.