Estefania Molina-El Confidencial
- Los hechos de Murcia no son hoy una anécdota más, sino que deben entenderse ya como el fracaso más significativo de Sánchez desde que llegó al poder en 2018
La principal baza de Pedro Sánchez para perpetuarse en la Moncloa era, hasta esta semana, la existencia de un Partido Popular laminado y débil dando bandazos en la batalla con Vox. Es por eso que a la Moncloa tal vez le pareció buena idea lanzarse a secar el poder territorial del PP junto a Ciudadanos, en pleno Covid-19. ‘Win win’. Inés Arrimadas daría oxígeno a los naranjas y Sánchez seguiría laminando de forma brutal a la única alternativa a su Gobierno. Pero la jugada salió tan mal en Murcia que los comicios de Madrid suponen ya algo más que el test de la legislatura para el PSOE, en esa pinza entre Pablo Iglesias y un PP que podría resucitar el 4 de mayo.
En primer lugar, los hechos de Murcia no son hoy una anécdota más, sino que deben entenderse ya como el fracaso más significativo de Sánchez desde que llegó al poder en 2018. Eso es así porque Murcia desencadenó Madrid. O lo que es lo mismo: noqueó el pilar estratégico que mantenía al presidente socialista tranquilamente gobernando y que le podía garantizar el sillón durante años. Esto es, la soledad política del PP –como expliqué aquí.
Ir a unas elecciones generales en octubre, con la población ya vacunada, podía antojarse como un escenario apetecible para Sánchez
De ese modo, la posibilidad de ir a unas elecciones generales en octubre, con la población ya vacunada, podía antojarse –hasta el batacazo de este jueves en Murcia– como un escenario apetecible para Sánchez. Es decir, con la esperanza de la luz al final del túnel de la pandemia tras haber consolidado el poder del PSC en Cataluña, aunque Salvador Illa no hubiera logrado formar Gobierno. Máxime si Inés Arrimadas se abría a noquear al PP en ciertos territorios, dejando a Pablo Casado muy cuestionado en el seno de su partido. Ello habría dejado el carril libre a Moncloa para consolidar al PSOE como poder incontestable por muchos años más.Pero como carambola del destino, la sonrisa de la moción de censura ha cambiado de bando. Tanto es así que, de 2018 a 2021, el mismo PP que se hundió en la inopia política con la salida de Mariano Rajoy es el mismo PP que podría renacer ahora. Es el verdadero “nuevo PP” por dos motivos. Uno, por la lenta desaparición de Ciudadanos y la refundación inminente del centoderecha vía cargos orgánicos –la estampida de esta semana– y posteriormente vía votos en las urnas. Dos, porque el PP asume ya sin complejo alguno la inclusión de Vox en gobiernos –como en Murcia, con la consejería para el exmiembro de ese partido– que se podría repetir en Madrid o en una eventual llegada a la Moncloa.
Asimismo, la posibilidad de que Isabel Díaz Ayuso arrase a Vox, con una estrategia de aire populista, podría ser el principio de la remontada de los populares en la batalla de la derecha –como expliqué la semana anterior. En términos de relato, ello podría tener una traslación a la arena nacional y que Vox dejara de crecer en las encuestas. Ahora bien, Madrid como tal tiene unas características muy concretas que pueden actuar distinto en otros territorios, aun con el riesgo de que una parte de votantes potenciales del PP los disuadiera del entendimiento con Vox.
El presidente asiste ahora también a los riesgos de la jugada de Pablo Iglesias intentando salvar los muebles de su partido
Pero a la postre, el nuevo frente a la derecha sería una amenaza para Sánchez, asumiendo que el tándem PP-Vox le pudiera arrebatar el Gobierno, si al convocar elecciones la izquierda se desmoviliza por los efectos de la economía o la pandemia.
De hecho, el presidente asiste ahora también a los riesgos de la jugada de Pablo Iglesias intentando salvar los muebles de su partido. El salto del vicepresidente se produce para evitar la posibilidad de que un hundimiento en Madrid reforzara el declive de Podemos en unas generales. Esto es, con el objetivo de retener el mayor número de escaños posible buscando ser decisivo de nuevo para un Gobierno de coalición como en 2019. En consecuencia, es de esperar una dura oposición al propio PSOE de suma-cero, por lo que UP tilda de “incumplimientos” del Gobierno de coalición. Esas tensiones y la nueva posición de Iglesias inevitablemente podrían acabar dando la legislatura por agotada.
Más todavía, por lo que Iglesias simboliza para la mesa de diálogo con el futuro Govern catalán. Se ha instalado en el seno del independentismo la idea de que Sánchez ha aparcado los indultos, e incluso que ha perdido interés en tratar de buscar su apoyo. No es de esperar que el eventual presidente Pere Aragonès, de ERC, dejara de sostener al PSOE en el Congreso. Pero si la pinza CUP-Junts tensa demasiado a Esquerra y no se aprecian resultados tangibles para los presos, Aragonés se adentraría en un callejón sin salida, que se podría agravar con una crisis o nuevas protestas en las calles –contado aquí.
Por otra parte, si a Iglesias no le saliera bien la jugada de sostener los muebles en Madrid, la señal será mala para el PSOE y para Podemos. Cabría la posibilidad de que la suma de ambos no fuera suficiente ni con ERC –en la lógica de los bloques polarizados. O incluso ante la posibilidad de que España se arrojara al abismo de la ingobernabilidad de nuevo, si la derecha no sumara y el PSOE necesitara una abstención del Partido Popular para gobernar.
A la postre, la contienda de Madrid será determinante para unas elecciones generales. La prueba fehaciente es el comportamiento de los partidos llamados de la “nueva política” tan personalistas, echando el resto en esa plaza, con el sacrificio político de Ignacio Aguado en Cs. La resistencia de Arrimadas de fundirse en el PP podría ser ahí un parapeto para el empuje de la derecha tras el 4-M, a favor de Sánchez.
Ahora bien, visto el panorama que asola al presidente del Gobierno con la pinza PP-Podemos sería de extrañar que la Moncloa no diera algún golpe de efecto en breve para recuperar el cetro de mando político, asumido que el PSOE se juega algo más que Madrid o la legislatura a partir del 4 de mayo. Se juega su estrategia política principal de arrinconamiento de la derecha y la envestida de su socio morado.