Rubén Amón-El Confidencial
- La maquinaria propagandística de la Moncloa prepara un serial que enfatiza el narcisismo del presidente y que conlleva el escarmiento de unos efectos contraproducentes
El distanciamiento entre Sánchez y la sociedad ha adquirido su dimensión más pintoresca con la serie que la Moncloa ha amañado para gloria del presidente del Gobierno. Se titula ‘Las cuatro estaciones’, pero bien podría llamarse ‘Georgino’, más o menos como si la operación de propaganda emulara el serial narcisista de la esposa de Cristiano Ronaldo.
La diferencia consiste en que Georgina forma parte del hábitat ‘people’ y solo tiene que responder de sí misma y acaso de los parásitos que la rodean, mientras que Sánchez desempeña la jefatura del Gobierno. Por eso no debería permitirse utilizar tantos recursos públicos para su estricta vanagloria ni debería corromper la campaña electoral desde su posición de influencia. Ha elegido a dedo las productoras que están elaborando la hagiografía. Y piensa ‘estrenar’ a conveniencia ‘Las cuatro estaciones’ en el calendario de las municipales y de las generales.
Estas anomalías revisten menos inquietud de los peligros que implica la presencia de las cámaras en la vida de nuestro presidente. Solo le faltaba al síndrome de Narciso el estímulo de unos testigos, como si estuviera protagonizando un episodio de ‘The Office‘. Cabe pensar, incluso, si Sánchez gobierna para que lo filmen o lo filman para que gobierne, una perversión cuyas extremidades sobrentienden el delirio al culto de la personalidad.
Y puede gustarnos más o menos el presidente que tenemos, pero a todos conviene que se mantenga en los márgenes de la sensatez. Por la crisis en la que nos encontramos. Y por los intereses generales en juego. Necesitamos un Sánchez terrenal. Vanidoso y soberbio, claro. Pero no instalado en una célula onanista a la que pone música la demoscopia de Tezanos. Y a la que se adhieren los voceadores de la Moncloa.
‘Las cuatro estaciones‘ no es tanto una evocación de la obra de Vivaldi —ni del oratorio de Haydn— como una versión política de la pizza. Una amalgama de sabores y de sensaciones que Sánchez elabora con las reglas de la comida rápida. Y que lo convierten en Georgino, no digamos cuando el ‘biopic’ nos lo muestre a bordo del Falcon o nos lo exhiba a la vera de Zelenski en la visita al frente ucraniano. Sánchez ‘Superman’ en Nueva York. Sánchez apagando el volcán de la Palma. Sánchez con Francisco en el Vaticano. Sánchez levitando. Sánchez caminando sobre el agua.
Entiendo los aprietos en que se encuentra el director del ‘producto’, Curro Sánchez. Se apellida como el propio presidente y tiene ganada su buena reputación en el oficio, pero va a resultarle imposible sobreponerse a las condiciones de control y de sesgo propagandístico que se derivan del pastiche audiovisual. La Moncloa ya le ha dado entender que deben rectificarse “algunas cosillas”. Y que las modificaciones apenas comprometen el 3%.
No habría aceptado Sánchez que el narrador de la historia fuera Yasmina Reza. Sarkozy permitió a la escritora francesa compartir la gran campaña electoral que lo condujo a la victoria en 2007, pero el texto resultante de la experiencia —’El alba, la tarde o la noche’— no pudo ocultar a los lectores la vanidad, la vacuidad y la frivolidad del sucesor de Chirac en el trono del Elíseo. Reza desnudó a Sarko. Y escribió una premonición del desastre. No es el caso de ‘Las cuatro estaciones’. La serie ha sido concebida entre la gloria y la vanagloria de Pedro Sánchez. Y podría titularse ‘Primavera’ para certificar así incluso la eterna primavera del presidente ¿socialista?
El problema es la bomba temporizada que aloja el engendro mismo. Y sus efectos contraproducentes. Podemos reírnos con las excentricidades de Georgina, participar de sus peripecias mundanas —la versión posmoderna de ‘My fair lady’—, pero no tenemos sensibilidad, paciencia ni razones para celebrar el narcisismo de Georgino. Por eso ‘Las cuatro estaciones’ representa una iniciativa torpe y obscena. Van a notarse todas las trampas de la tramoya. Y puede terminar apareciendo el peor enemigo de Sánchez. Que no es Feijóo, sino él mismo y el síndrome del impostor.