Jorge Bustos-El Mundo
Volvía Sánchez al lugar de los hechos y todos esperábamos que el instinto criminal hubiera cambiado de bancada: se supone que ahora la víctima parlamentaria debía ser él. Pero no hubo derramamiento de sangre roja por dos razones: porque el PP se encuentra ocupado derramando la suya propia como para ponerse a hacer oposición –hasta Hernando sonó como un herbívoro– y porque Podemos ha caído bajo el hechizo sanchista hasta niveles que lindan con la diabetes. Hay que ver qué golfa es la sonrisa del destino, con qué insospechada facilidad muda en cuestión de meses de unos labios a otros. Sorprende que Iglesias se resigne a ver cómo su denostado Sánchez les achica espacio con juegos diarios de pirotecnia ideológica capaces de dibujar en el firmamento de la izquierda española una sola sigla: PSOE. Con Podemos en funciones de muleta, capote y alfombra persa. Cómo se miraban los ministros socialistas y los opositores morados. Al camarada antes se le hacía la autocrítica; ahora se le agradece el tono.
De momento Sánchez, a falta de programa, se aferra a un mantra: «Hay que reconstruir los derechos y libertades desmantelados por el PP». De ahí no le sacas. Más duro que Iglesias estuvo Baldoví, que empieza a olerse la tostada sin pan en que consiste la estrategia de supervivencia del ilusionista Sánchez. Preguntó el de Compromís por lo suyo, por la infrafinanciación de Valencia, que los votos no son gratis; Sánchez contestó que una cosa es el corto plazo y otra distinta el medio plazo, por no hablar ya del largo plazo. Y en todo caso, lo primero es reconstruir los derechos y libertades desmantelados por etcétera. Así pasó la sesión, mientras el bueno de Pedro Duque giraba educadamente su sillón azul para orientarlo al diputado interpelante y Santamaría y Cospedal salían a conspirar al pasillo. Cada una por su lado, se entiende.
En el proceloso asunto del Aquarius navegó con habilidad el popularCarlos Rojas, que empezó mostrando empatía con el gesto del Gobierno y terminó hilvanando una letanía de verdaderas incómodas: las concertinas de Zapatero, los 15.000 migrantes rescatados por la Armada, los miles que llegan a Andalucía en perfecto anonimato y la confusión reinante entre un acto de responsabilidad y un reality de caridad. Pero a Carmen Calvo se le torció el gesto definitivamente con la pregunta sobre la gestación subrogada de PatriciaReyes. Este asunto enloquece a la izquierda dogmática –incapaz de ver otra cosa que sucio dinero en el principio y fin de toda acción humana– y divide a todos los demás. Reyes desmontó las habituales falacias sobre la propuesta de ley de Cs que sus enemigos tratan de asimilar furiosamente a tenebrosas granjas ucranianas para no reconocer normativas garantistas como las de Estados Unidos, Canadá o Reino Unido, y pasó al nudo de la cuestión: «No puedo entender que una declarada feminista niegue la libre capacidad de decisión a otras mujeres, cosificándolas como vientres y despreciando sus cerebros». Calvo balbució que «solo» 12 países han regulado la gestación subrogada (España fue el tercero en regular el matrimonio gay), invocó el constitucionalismo portugués y casi enlaza con la encíclica de León XIII, el papa que condenó el liberalismo. Un pecado mucho más grave para nuestra nueva clerecía que el de mantenerse en el poder sin pasar por las urnas.