Guadalupe Sánchez-Vozpópuli
Sánchez se considera la personificación de la equidad social, el garante de la dignidad y el ejecutor de la verdadera igualdad
“Érase un hombre a su ego pegado, / érase un hombre con un ego superlativo, / érase un hombre de Su Persona enamorado / érase un Presidente de narcisismo infinito”.
No me cabe duda alguna de que el genial Francisco de Quevedo, uno de los más grandes genios de la literatura española, hubiese retratado a nuestro presidente del gobierno en similares términos si hubieran sido contemporáneos.
Sánchez profesa un enorme amor por sí mismo y le gusta que los demás manifiesten ante él con fervor el afecto y admiración de los que se estima merecedor. Cree, además, que su grandeza no se circunscribe a su aspecto físico o a una cualidad personal, sino a su labor de gobierno, por lo que ordena que cualquier gestión o avance se publicite como una enorme gesta que, para cualquier otro, sería inalcanzable. Iván Redondo lo tiene calado, así que su labor como asesor presidencial se centra en alimentar el ego de la persona que le da de comer al tiempo que consigue que la impostada idolatría que profesan a Sánchez sus ministros pase ante la opinión pública como un ejercicio espontáneo y sincero de reconocimiento por una ardua y difícil labor. De esta forma, con performances como la del paseíllo de aplausos ministeriales en la recepción de Moncloa o el palmoteo atronador en su entrada al Congreso, Iván consigue matar dos pájaros de un tiro.
El problema llega cuando te das cuenta de que Pedro concibe la gobernabilidad del país como un medio para satisfacer su vanidad y pedantería. El Gobierno de la nación convertido en el instrumento idóneo para compensar las carencias de un fatuo necio, que antepone las necesidades propias a las de sus compatriotas, hasta el punto de negar la realidad si es menester.
El presidente del Gobierno es un socialególatra que se rinde culto a sí mismo a través de las instituciones democráticas del Estado
Por eso Pedro Sánchez no es un socialdemócrata, porque por mucho que abandere la lucha por la justicia social, ésta le importa un bledo: él es su primera y única preocupación y las políticas sociales la herramienta perfecta para colmar plenamente sus emergencias onanísticas. Mientras que la teoría política señala que un socialdemócrata es aquél que tiene como objetivo unos resultados igualitarios y solidarios en el marco de una economía de mercado, el presidente del Gobierno es un socialególatra que se rinde culto a sí mismo a través de las instituciones democráticas del Estado y a costa del erario. Él se considera la personificación de la equidad social, el garante de la dignidad y el ejecutor de la verdadera igualdad.
Decir la verdad
Pero para que la socialegocracia triunfe no sólo basta con un presidente de ego desmedido: precisa también de una comparsa dispuesta a marcarse una salve rociera cuando se les requiera o sea menester. Y que también esté dispuesta a colmarle de alabanzas y halagos, no sólo de palabra sino también a través de sus acciones. La idoneidad de cualquier decisión gubernarmental se mide, en primer lugar, por su capacidad para colmar las ínfulas de grandeza del Presidente, relegando las posibles desventajas o carencias a un segundo plano. Entre dos posibles soluciones a un problema, se elige siempre aquella que más enaltezca a Su Persona y no la que más beneficie al conjunto de la sociedad. Y es que un socialególatra nunca asume responsabilidades, sean propias o ajenas, ni mucho menos se sacrifica. Tampoco tiene que decir la verdad o cumplir con la palabra dada. Lo de predicar con el ejemplo lo ve como algo propio de tontos y feos que no va con él. En este caso concreto, que no va con Pedro Sánchez. O ‘Su Persona’ que es como él gusta de referirse a sí mismo.