AHORA que acabamos de salir de una moción de censura contra el PP, ha llegado el momento de preparar una moción de censura contra el PP. Bajo la apariencia de partido votado por algunos millones de personas, y que a consecuencia de tan terca adhesión gobierna España, el PP oculta su verdadera naturaleza de coartada azul para los entretenimientos censores de la oposición, del mismo modo que la censura franquista solo servía para afinar el ingenio de los creadores libres. Así que todos los compañeros analistas andan muy atareados en calibrar el grado de flacidez o de firmeza con que se tienden la mano Iglesias y Sánchez, y si uno la pone más dura que el otro, mientras a esta hora del viernes don Mariano digiere todavía el almuerzo con que celebró el miércoles el resultado de su (pen)última moción.
Unos, como El País, afirman que Ábalos tendió la mano a Podemos. Otros, como La Sexta, defienden que Iglesias tendió la mano al PSOE. Pero la mano se tiende bien para pedir socorro, bien para prestarlo. ¿Quién hace aquí de samaritano y quién de mendigo? Hubo un tiempo en que el pasatiempo favorito de don Pablo de la Cal Viva consistía en perdonarle la vida al PSOE, pero ahora es don Pedro de las Bases Vengadas el líder de moda en el corral de la izquierda, allí donde dos gallos nunca se darán la mano sino que se ofrecerán los espolones. Ni de la intervención moderada de Ábalos en el Parlamento ni del artículo que Sánchez publicó aquí se desprende una urgencia real por encabezar otra moción de la mano de sus ladrones de votos.
A Pedro Sánchez hay que observarlo con mucha atención porque da el cambiazo en lo que tarda en santiguarse un cura loco. Uno mira al Sánchez resurrecto del domingo de primarias –con la guadaña del apocalipsis–, parpadea y se encuentra al Sánchez de la llamada a Rajoy para apoyarle frente al chantaje separatista. Y al que integra en su ejecutiva a Patxi López y a Guillermo Fernández Vara. Y al que se rodea de veteranos felipistas. Y el que le dice a Iglesias que sí, que vamos hablando. ¿Qué Sánchez es Sánchez, aquel que gime herido por el Ibex ante Évole o este que presume de la Transición en Informe Semanal? ¿El socioliberal que le valía a Susana para desactivar a Madina o el doctor en revanchas que diseña su monstruo frentepopulista?
Mi arriesgada apuesta concluye que el alma de Sánchez por fin ha hallado la paz. El socialista errante vuelve a casa. Podrá ser él mismo por una razón: esta vez ha conquistado el poder por sí mismo y con el beneplácito de su tribu. Un hombre tiene derecho a que se le juzgue por las decisiones que toma libremente. Mientras fue el delegado en Madrid de la central de Triana jamás gozó de autonomía. Y negarle la libertad a un hombre, por mucho que se tratara de evitar que se hiciera daño –dañándonos a todos los demás–, le priva a la vez de responsabilidad. De ahí sus bandazos y traiciones. Pero ahora que se ha emancipado, sus primeras decisiones ligan al fin la coherencia de un socialdemócrata responsable.
Pedro Sánchez debía librar tres batallas. Una contra Susana, que ya ganó. La segunda contra Iglesias, que según los sondeos va ganando, y que ganará del todo si logra resistir la presión populista y apaciguar la impaciencia anti-PP de sus bases, en tanto articula una opción electoral solvente. Y la tercera, sometido Iglesias, será la final contra Rajoy. Quien entretanto calcula los días que faltan no para la próxima moción, sino para el arranque de la Liga.