Primero fueron los indultos. Luego la amnistía. Ahora la independencia fiscal y económica de Cataluña acordada con Esquerra Republicana de Catalunya y ratificada ayer por las bases. Naturalmente falta el referéndum. Aunque vista la carrera emprendida por Sánchez para satisfacer a los separatistas de todo bando y condición, incluidos naturalmente los post terroristas, quizás ya no fuera necesario. Ya tienen prácticamente todo lo que demandaban, incluida naturalmente la retirada de los respectivos territorios de las fuerzas nacionales de orden público y seguridad. Y la decisión de permitir la existencia de formaciones deportivas con la bandera de las respectivas separaciones. ¿Hay quien dé más?

Cada uno de esos obscenos momentos ha generado todo tipo de reacciones críticas, con razón basadas en argumentos jurídicos y constitucionales y fundamentadas en el profundo y estricto conocimiento de las normas que rigen el todavía Estado de derecho que aún guarda el nombre y la integridad de la nación que, durante los últimos quinientos años, ha respondido y sigue respondiendo al nombre de España. Y seguirá siendo necesario que esas documentadas argumentaciones en contra de tal cúmulo de disparatadas decisiones sigan presentando sus razones frente al patente despropósito.

Pero convendría recordar e insistir en lo evidente: lo que los españoles están contemplando desde que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa es un imparable proceso cuya última finalidad es la destrucción de España, tal como todavía la conocemos, en su independencia política y en su integridad territorial. Si bien se mira, las concesiones que Sánchez y todos y cada uno de los miembros de su gobierno vienen impávidamente haciendo es dar cauce a las reclamaciones separatistas para convertirse en estados independientes. Naturalmente a cambio de los votos para que el traidor, porque no tiene ni merece otro nombre, siga como presidente del Gobierno. La última y pública desfachatez ha consistido en presentarse como el autor de la «federalización» de España. ¿Es que acaso existe esa posibilidad en la Constitución de 1978, a qué persona o institución ha consultado para proclamar con osadía tal engendro, cual es la vía jurídico-política que le permite lanzar tal delictiva posibilidad?

Nunca en la historia española la manada de los que han venido inventando las patrañas de sus supuestas «identidades nacionales» han estado tan cerca de conseguirlas. Precisamente porque para ello han contado, y siguen contando, ni más ni menos, que con el lamentable y traicionero personaje que aún ostenta la categoría de presidente del Gobierno de España. No constituye ninguna exageración afirmar que con Sánchez España vive el momento más grave de su historia contemporánea. Y reclamar la consecuencia: la unidad de todos los ciudadanos constitucionalistas sea cual sea su inclinación ideológica, para formar un bloque sólido y eficaz frente a los desmanes del impostor. Y frente a la locura indecente de sus socios separatistas. Son una ingente mayoría los españoles que en todo el territorio nacional quieren seguir siéndolo porque para ellos España debe seguir siendo la «patria común e indivisible de todos los españoles», según reza la Constitución. Precisamente la que intentan destruir Sánchez y sus aliados. Conviene recordarlo y actuar en consecuencia. España se está jugando la vida.