Francesc de Carreras-El Confidencial
- Es ahora cuando está demostrando su debilidad principal: su falta de estrategia, su incoherencia en buscar aliados y su constante improvisación
Pedro Sánchez llegó a la presidencia del Gobierno a primeros de junio de 2018 por un método legítimo —tan constitucionalmente legítimo como cualquier otro, que quede claro— pero no habitual. No fue investido como presidente tras unas elecciones generales, sino mediante una moción de censura que, en el sistema español, implica obtener una mayoría de diputados a favor en un procedimiento especialmente previsto al efecto.
Los grupos parlamentarios que lo apoyaron fueron de tendencia populista o nacionalista/independentista, con ideas, tácticas y estrategias en buena parte muy alejadas de lo que el PSOE había sostenido hasta entonces y con finalidades básicas que no habían sido nunca las del Partido Socialista, y en algunos casos eran totalmente contrarias. Por tanto, Gobierno legítimo pero incoherente, con escasas posibilidades de durar.
Como así fue: a los pocos meses, Sánchez tuvo que disolver las cámaras y convocar nuevas elecciones, no podía aprobar leyes ni presupuestos, la falta de colaboración de sus socios parlamentarios era patente. Para conseguir otra mayoría que le eligiera de nuevo, tuvo que repetir elecciones y a la segunda fue la vencida. Pero otra vez su mayoría parlamentaria fue la misma, aunque reforzó (sic) su Gobierno con la entrada de cinco ministros de Podemos.
Así pues, Sánchez fue quien primero llegó a presidente mediante una moción de censura y también el primero que formó un Gobierno de coalición. Todo constitucionalmente muy legítimo, pero también muy arriesgado y, además, con una debilidad añadida: en las elecciones se había obtenido uno de los resultados electorales más bajos de la historia del PSOE.
Estamos a principios de enero de 2020 y justo dos meses después se declara el estado de alarma y se entra en un paréntesis político inusual: todos los esfuerzos se vuelcan en el campo sanitario y, en cierto modo, los errores del Gobierno se perdonan porque ha debido enfrentarse a una situación inesperada y anómala. Pero tras la lucha contra el covid había, lo sabíamos todos, un problema económico, y por tanto social, muy grave, que se puede sintetizar en un solo dato: la deuda pública pasó en dos años del 95 al 125% del PIB, cifra récord en la historia de España. Las deudas hay que devolverlas y son responsabilidad de quien las contrae.
A Sánchez le escribieron un libro que se tituló ‘Manual de resistencia’, un buen título y en el que figuraba como autor, pero ahora le deberían escribir otro que se llamara ‘Manual de improvisación’: tal ha sido su trayectoria desde siempre, desde el momento en que dimitió como secretario general de forma voluntaria al quedar en minoría en el consejo federal de su partido —nadie le echó, como se dice— en octubre de 2016.
A continuación, abandonó su escaño parlamentario, pero volvió a presentarse como candidato a la secretaría general del partido en mayo de 2017 con el mismo programa con el que había perdido ocho meses antes: pactar con populistas e independentistas para echar a Rajoy del Gobierno, el famoso ‘no es no’, un eslogan publicitario sonoro, pero que no exige estrujarse las meninges, típico producto de su consultor de cabecera en aquellos momentos. A partir de entonces, todo han sido cabriolas políticas con el fin de alcanzar primero, y mantenerse después en él, el poder.
Quizás ahora le ha llegado la hora de la verdad, el momento en el cual ya no tiene excusa ninguna: es el presidente del Gobierno, debe rendir cuentas de sus decisiones y asumir responsabilidades. Pero precisamente es ahora cuando está demostrando su debilidad principal: su falta de estrategia, su incoherencia en buscar aliados y su constante improvisación. Precisamente por todo esto suscita en gran parte de los españoles una gran desconfianza, aquello que es necesario en una democracia parlamentaria para mantenerse en el poder. Veamos.
Un aspecto crucial de su programa político, el aumento del gasto social para hacer frente a las crecientes desigualdades, no podrá llevarse a cabo: con más deuda llegaremos a la quiebra, al ‘default’, como se llama ahora. Si ello es así, dudo que sus aliados de Podemos sigan en el Gobierno, aunque los mullidos sillones del poder sean muy confortables.
Las perspectivas económicas, que parecían relativamente favorables antes de la guerra de Ucrania, son hoy catastróficas, especialmente por la cuestión del aumento del precio de la energía y la inflación que todo ello produce en la economía general. Ya sabemos que la inflación es la subida de impuestos a los asalariados y pensionistas. De ahí la huelga de camioneros, y pronto de otros afectados, al parecer el comienzo de un movimiento que desborda a los relativamente controlables sindicatos mayoritarios. La misma colaboración en la guerra, obligatoria por la pertenencia a la UE y a la OTAN, suscita reacciones contrarias en sus aliados e, incluso, dentro de su mismo partido. ¿Y la mesa con el Gobierno de la Generalitat, hoy olvidada y hasta ridícula, pero que en cualquier momento pondrán sobre la mesa ERC y compañía, también Bildu y quizá Podemos? El programa de Sánchez se le está yendo al traste.
La acumulación de problemas para su Gobierno era ya mucha, pero él se ha encargado de añadir uno más: el acuerdo con Marruecos sobre el Sáhara, en sí mismo razonable, ya era hora de acabar con la farsa, pero que ha sido anunciado al mundo, no por Pedro Sánchez, que es quien cede y cambia de parecer, sino por ¡el rey de Marruecos! Surrealismo total. ¿Se puede confiar en alguien que comete tal error? Y no me refiero al rey de Marruecos —de quien también hay que desconfiar si da lectura a una carta sin permiso del autor de la misma—, sino al presidente del Gobierno de España, que da un giro de 180 grados prescindiendo de las consultas internas y del derecho internacional. Y a los dos días va a recorrer Europa con propuestas sobre la política energética de más que difícil aceptación.
España tiene muchos problemas, pero uno previo: Pedro Sánchez. La desconfianza que suscita es cada día mayor y la improvisación con que gobierna suscita rechazo general. Algo muy importante falla en nuestras instituciones políticas para que un individuo como él llegue a presidente del Gobierno. Habrá que revisar todo esto. Quizás estudiar su caso, su trayectoria, puede ayudar a comprender estos fallos en las instituciones. Al menos algo positivo podremos sacar de estos años de desgobierno.