- Ni sofisticación suiza ni ingeniería financiera. Más bien lo contrario: la cutrez ibérica de manejar miles de euros en metálico (¿qué tiene que decir Hacienda de eso, vicepresidenta Montero?).
La política española parece condenada a repetirse como un mal guion.
Cada cierto tiempo, se abre un sumario, aparece un sumidero de dinero negro, se descubren sobres repletos de billetes, intermediarios que se llevan comisiones, ministros que callan, dirigentes que miran a otro lado.
Lo vivimos con el caso Bárcenas, que dejó al Partido Popular marcado durante años con la imagen de los sobresueldos en B, los maletines y las cuentas en Suiza.
Y desde hace tiempo (¿dónde andará el ‘Tito Berni‘?) el mismo patrón reaparece en el PSOE de Pedro Sánchez, el partido que hizo de aquella indignación su catapulta política.
El caso Koldo / Ábalos / Cerdán es el síntoma de un modelo incrustado, no un accidente.
Los informes de la UCO y las filtraciones de la Fiscalía Europea apuntan a un sistema paralelo de financiación y enriquecimiento basado en contratos públicos, comisiones y bolsas de efectivo.
Las cifras bailan entre los cientos de miles de euros, los pagos reconocidos por el propio PSOE a Koldo García y la sombra de mordidas que habrían llegado hasta los despachos más altos de Ferraz.
Nada que no hayamos visto antes, salvo que quienes lo protagonizan ahora son los mismos que construyeron su poder sobre la debida denuncia implacable de los sobres del PP.
Es imposible no ver el paralelismo. Bárcenas lo confesó en el juicio: “Lapuerta metía el dinero en los sobres con el nombre correspondiente y hay una cinta en la que cuenta que pagaba a Rajoy”.
Bárcenas añadió que “la caja la tenía yo y la manipulación del dinero, en el sentido de meterlo en sobres y dárselos a Lapuerta lo hacía yo también. Me decía: ‘le voy a entregar el sobre a Álvarez Cascos y a tal y tal”.
Según su declaración, el propio Lapuerta se desplazaba a los ministerios a entregar los sobres en mano.
Esa fue la liturgia del PP: un tesorero meticuloso, sobres perfectamente preparados, destinatarios anotados.
Lo que emerge ahora en el PSOE tiene, en cambio, algo de caricatura. Un paso más en la obscenidad. Porque las imágenes que hemos visto de los sobres intervenidos por la UCO nos muestran fajos de billetes asomando su cara por la ventanita de los sobres corporativos del Partido Socialista.
Con su logo bien rojo y la dirección de Ferraz.
Con nombres y cifras garabateadas a lápiz.
Ni sofisticación suiza ni ingeniería financiera. Más bien lo contrario: la cutrez ibérica de manejar miles de euros en metálico (¿qué tiene que decir Hacienda de eso, vicepresidenta Montero?).
La chulería de hacerlo envuelto en la iconografía socialista.
Dinero sucio ensobrado como si fuera propaganda electoral.
Si la confesión de Bárcenas mostraba un mecanismo casi burocrático, de contable con manguitos, los sobres del PSOE exhiben la vulgaridad del saqueo sin decoro. Esa grosera pose, tan de sobrados, que se permite incluso dejar pruebas a la vista, convencida de que nada ocurrirá.
Pero alguien siempre sigue la pista. Ahí está, de nuevo, la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, los agentes que cada día hacen honor a su lema (“El honor es mi divisa”). Son ellos quienes vuelven a desenrollar el enésimo ovillo pringoso, con paciencia de hormiga y obstinación casi artesanal.
Una fuerza del Estado, con medios limitados y bajo presión política constante, tirando del hilo hasta mostrar lo que los partidos prefieren esconder: sobres, billetes, comisiones, puticlubs de carretera convertidos en despachos paralelos.
Porque ya sabemos que esos “gastos” que se pagaban al exministro y ex secretario general socialista y a su asesor no eran sólo de hoteles, billetes de avión o cenas oficiales. Según los informes y conversaciones filtradas, los viajes de Ábalos y Koldo estaban acompañados por un elenco de prostitutas que iban rotando, integradas en la logística del poder como si fueran un apéndice natural del cargo.
Esa es la pieza que no conviene olvidar. El dinero público sirviendo para costear una vida paralela de excesos, convertida en rutina. La corrupción económica enlaza aquí con la corrupción moral, y ambas se retroalimentan.
Los audios que hemos ido conociendo son la encarnación de la zafiedad extrema. Las mujeres “se enrollan que te cagas” o son “sobrinas disponibles”. No se trata ni mucho menos de anécdotas privadas: es la radiografía de un ecosistema político que naturaliza la vulgaridad y el abuso mientras predica igualdad y regeneración.
El daño político y, sobre, todo, social es profundo. No se mide sólo en votos perdidos ni en portadas incómodas. La herida está en la creciente percepción (o convicción) ciudadana de que todos son iguales.
Cuando un partido que prometió ser distinto repite los mismos vicios, erosiona no sólo su credibilidad, sino la de todo el sistema.
Los sobres de Bárcenas fueron el fin de una era en el PP. Los sobres para Ábalos y Koldo pueden ser el cohete final de la era sanchista, barriendo de paso todo rastro del relato de limpieza, transparencia y modernidad.
El PSOE juró y perjuró que la corrupción ajena le daba autoridad moral. No puede extrañarse de que se le aplique esa misma vara de medir.
El PP sobrevivió al caso Bárcenas, a costa de perder años de crédito político. El PSOE de Pedro Sánchez encara ahora su propio espejo, que no es sino el de un Dorian Gray que construyó su legitimidad sobre la censura de lo que ha terminado por tolerar.