Una de las condiciones que Carles Puigdemont le exige al PSOE para votar favorablemente la investidura de Pedro Sánchez es que en el documento que selle su acuerdo se incluya el reconocimiento de Cataluña como nación, requerimiento al que los socialistas se resisten cual gato panza arriba porque los pocos de entre ellos que saben algo sobre el tema son conscientes del alcance de semejante declaración por parte de uno de los dos grandes partidos nacionales. En mayo de 2017 tuvo lugar un debate televisado entre los varios candidatos a la secretaria general del PSOE que se disputaban el puesto en elecciones primarias. En el transcurso de la discusión, Patxi López, entonces rival de Sánchez y hoy su felpudo, le preguntó con sorna a éste: “Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?”. El actual presidente del Gobierno en funciones, cuyos conocimientos de ciencia política y de derecho son más bien magros -y sus conocimientos en general- le respondió que una nación es “un sentimiento”, que albergan muchos ciudadanos catalanes y vascos, ligado a una lengua, una historia y una cultura. Otra luminaria de la izquierda, dedicado en el presente a la defensa de los intereses de un narcodictador criminal, José Luis Rodríguez Zapatero, en una comparecencia en el Senado en noviembre de 2011 afirmó que el concepto de nación es “discutido y discutible”. Estas referencias ilustran la combinación de ignorancia, frivolidad y confusión mental que ha adornado y adorna a ambos líderes del socialismo español.
Una nación puede ser vista a la manera orteguiana como un proyecto, a la herderiana como una identidad, a la rousseauniana como un pacto o a la kelseniana como un sujeto de soberanía espacio de derechos y libertades
La idea de nación, que es un producto de la modernidad que arranca en la Revolución Francesa, aunque está ligada a sentimientos, no se reduce a ellos, ni tampoco es discutible, salvo para los despistados, los oportunistas o los lerdos. Sin duda, su definición es compleja, pero no por ello deja de ser clara. Por supuesto, si se redujera a un sentimiento, no habría inconveniente en atribuirle tal condición a Cataluña, al País Vasco, a Extremadura, a Andalucía o a Murcia. Una nación puede ser vista a la manera orteguiana como un proyecto, a la herderiana como una identidad, a la rousseauniana como un pacto o a la kelseniana como un sujeto de soberanía espacio de derechos y libertades. De hecho, es todas estas cosas a la vez, aunque la mezcla de ingredientes depende de las circunstancias particulares de cada contexto. Escuchemos al prófugo de Waterloo en un reciente pronunciamiento al respecto: “Cataluña es una nación, una vieja nación europea, que ha visto atacada su condición nacional por los regímenes políticos españoles desde 1714, hecho por el cual ve en su independencia política la única manera de seguir existiendo como nación”. Dejando de lado la considerable dosis de fantasía victimista y de absoluta carencia de rigor histórico de semejante parrafada, no es difícil colegir el motivo profundo por el que el ex alcalde de Gerona reclama la cualidad de nación para su Comunidad Autónoma.
Puigdemont quiere imponer al PSOE su aceptación de que, en contradicción flagrante con el marco constitucional vigente, emerja un nuevo sujeto constituyente soberano desgajado de la común matriz española. En otras palabras, desea doblegar a Sánchez para que se trague que España desaparezca como Nación, liquidando así cinco siglos de existencia de uno de los principales actores colectivos en la configuración del mundo tal como hoy lo conocemos. Este pigmeo intelectual, este delincuente de barrio, este payaso cobarde que huyó escondido vergonzantemente en un maletero, abriga el deletéreo propósito de acabar con una nación de la envergadura, el calado y la grandeza de España para parir un ratón arruinado e irrelevante condenando de paso a más de la mitad de los catalanes a ser extranjeros en su propia tierra.
La total pérdida del norte y la alarmante carencia de criterio del actual equipo dirigente de Génova 13 es uno de los elementos más descorazonadores del panorama político
Cuando uno piensa que Alberto Núñez Feijóo dijo el pasado miércoles en Barcelona que sentía “respeto” por un sujeto de estas características y que existían amplias coincidencias entre el Partido Popular y Junts en los terrenos económico, fiscal y social, ya no sabe a qué santo encomendarse. Esta aseveración equivale a señalar que entre alguien que persigue a tu madre con un hacha con intenciones homicidas y tú hay una interesante convergencia de pareceres sobre cual ha de ser el color de las cortinas del salón. La total pérdida del norte y la alarmante carencia de criterio del actual equipo dirigente de Génova 13 es uno de los elementos más descorazonadores del panorama político en las dramáticas circunstancias que atravesamos.
Si el PSOE se pliega a deglutir que España desaparezca como Nación unida y soberana pondrá en marcha un proceso imparable de disgregación que sólo podrá ser detenido mediante la aplicación contundente de remedios altamente traumáticos. Los muchos millones de españoles que abrigamos la firme voluntad de seguir siéndolo hemos de estar preparados para lo que se avecina conscientes de que o hacemos frente a este ataque frontal con firmeza y coraje o tendremos que resignarnos a ser borrados del mapa. Suena duro, pero para nuestra desgracia es la inevitable realidad.