ABC 19/04/16
DAVID GISTAU
· De continuar demorándose el desenlace, el PP todavía es capaz de completar su autodestrucción
UN conflicto interno en un partido comunista y revolucionario resulta más atractivo que otro dentro de unas siglas conservadoras. Aunque sólo sea porque trae el recuerdo del piolet, las ejecuciones en sótanos y las reprogramaciones en psiquiátricos. Por eso, prestamos más atención a la guerra entre Errejón e Iglesias, que más parece la pelea entre el bajista y el cantante divinizado en una «boy-band» del pop –una ruptura de los Beatles donde Yoko Ono es el poder–, que a la sorda intriga sucesoria en el PP que llena las portadas de daños colaterales. Esto es como cuando el FBI logra deducir que en Brooklyn ha estallado una guerra subterránea de la Mafia después del cuarto cadáver tiroteado en una barbería.
El episodio del exministro Soria tiene una particularidad argumental. Es la primera vez que «los líos», tanto los de la corrupción como los que provoca la vicepresidenta haciéndose sitio a codazos en el saque de un córner, profanan el Consejo de Ministros. Es decir, es la primera vez que falla la teoría de los compartimentos estancos, según la cual todos los desmanes de la condición humana ocurrían en ámbitos municipales y periféricos, como mucho en la jurisdicción partidista de Cospedal. Mientras que, en Moncloa, una Tabla Redonda de superhéroes tecnocráticos, puros de condición y ahormados por la camaradería y la noción de destino, se dedicaba a restañar todas las heridas de la patria sin que la alcanzasen siquiera los gemidos terrenales de los simples mortales. Ignoro si estamos en los minutos de la basura de lo que acaba, en el extenso preámbulo de lo que ha de empezar o en una pausa demasiado larga después de la cual, al despertar, descubriremos que Rajoy sigue ahí. Pero sí parece obvio que, de continuar demorándose el desenlace, el PP todavía es capaz de completar su autodestrucción antes de que se disuelvan las cámaras.
El vacío de poder y la ociosidad relativa de los que están en funciones, y sin «hobby», han hecho que empiecen a disputarse los primeros descartes y las escaramuzas previas de la maraña sucesoria. Los vicesecres han zafado más o menos y siguen en pie, pero la cabeza de Soria fue expuesta en la picota del viernes. La riña no respeta ya ni el templo gubernamental. Los antaño miembros del sagrado batallón de la salvación económica ya no beben el vaso de agua que les tiende un compañero si no lo prueba antes un catador egipcio: los viernes, todos llegan con uno, y con chaleco antibalas debajo del traje, y con una gorguera de caucho para prevenir los estrangulamientos. La posibilidad de que la sucesión comience en junio, si finalmente Rajoy no logra armar un modelo gubernamental por entrañar más dificultades que las estanterías de Ikea, está precipitando ajustes de cuentas para cribar a los aspirantes. A este paso, cuando haya congreso del PP, a Sáenz de Santamaría le preguntarán por sus adversarios y tendrá que decir lo mismo que Narváez cuando le pidieron que perdonara a sus enemigos: «No puedo. Los fusilé a todos».