En su momento, en 1976, cuando España empezaba a caminar para normalizarse con su entorno europeo, Basilio Martín Patino pudo estrenar Canciones para después de una guerra, el documental que rodó en 1971 y que no pudo exhibirse hasta después de que muriera Franco.
De alguna manera, Martín Patino demostraba con su Canciones que España seguía siendo un mismo país, en el que se cantaban las mismas coplas y en el que los sentires de sus distintas gentes eran bastante homogéneos, a pesar de las divisiones de la 2ª República, a pesar de la terrible Guerra Civil, y a pesar de la Dictadura franquista. El pueblo español había seguido existiendo como pueblo, y –más importante aún- como pueblo capacitado para construir un futuro nuevo y en paz entre todos.
En estos días, en los que parece que puede pasar cualquier cosa que lleve a España por senderos desconocidos y hacia destinos inciertos, a mí no se me ocurre ninguna canción que pueda servir para nada. A mí, lo único que se me ocurre es recomendar a los responsables públicos –si queda algún cinéfilo por ahí- que visionen cuatro películas:
1ª.- En Fantasía, de Walt Disney, sugiero la visualización del episodio dedicado al Aprendiz de Brujo, en el que Mickey Mouse, endiosado con sus escasas capacidades brujescas recién aprendidas, provoca una hecatombe que lleva a la ruina al taller de su maestro y a todo su entorno. En política, como en la brujería, interpretar un papel inadecuado para las propias capacidades puede llevar al desastre de muchas más cosas y personas que a uno mismo.
2ª.- Lincoln, de Steven Spielberg, también es una película que los aspirantes al liderazgo deberían repasar de vez en cuando. En ella, con auténtico respeto a la verdad histórica, se demuestra cómo el dirigente de verdad, el que quiere llevar a su pueblo hacia un nuevo destino, el que defiende sus ideas por encima de sus ambiciones, toma y mantiene tres decisiones fundamentales:
- En primer lugar, no se rodea únicamente de incondicionales y devotos, sino que integra en su gabinete a sus ex-competidores electorales para, en permanente diálogo y discusión con ellos, conciliar puntos de vista y hacer que asuman racional y cordialmente sus propuestas.
- Por otra parte, y sabedor de que el futuro de la nación y de la humanidad –la abolición de la esclavitud- se juega en el tiempo inmediato, y de que se puede perder si se aceptan condiciones de sus contrincantes en guerra, decide seguir adelante por muchos sacrificios militares y económicos que ello suponga, y por mucho que se pueda poner en riesgo su propia vida personal y familiar.
- Y finalmente, ya casi al final del combate civil, y ante la reiteración de condiciones por parte de sus adversarios sureños antiabolicionistas, les deja clara su posición: «Señores, este país es un solo país, con una única Constitución, en cuyo marco todos los ciudadanos tienen el derecho a ser iguales. Acepten esa realidad».
Churchill encuentra la fuerza necesaria para superar presiones abandonistas y para tomar las sucesivas decisiones que hacen posible la victoria contra los enemigos de la democracia
3ª.- En El instante más oscuro, dirigida por John Wrigth y basada en la magistral miniatura histórica Cinco días en Londres, mayo de 1940, de John Lukacs, se describe cómo Winston Churchill decide hacer una consulta-express a la ciudadanía, para superar el dilema planteado por su propio partido y por su propio Gabinete de Guerra, consistente en la alternativa entre continuar la lucha en defensa de Occidente contra Hitler o cerrar acuerdos de paz con el fascismo germano-italiano rampante. Tras el contacto directo con el pueblo británico –magnífica escena cinematográfica resuelta en el interior de un vagón de metro-, Churchill encuentra la fuerza necesaria para superar presiones abandonistas y para tomar las sucesivas decisiones que hacen posible la victoria contra los enemigos de la democracia. No todo estaba decidido de antemano; y no todo consistía en buscar el menor coste posible.
4ª.- Por último, y como coletilla dedicada a todos aquellos que se han escandalizado ante el hecho de que Felipe González y Alfonso Guerra, dos españoles maduros, con experiencia política, con buen hacer constatable a sus espaldas y reconocidos dentro y fuera de nuestro país, hayan expresado conjuntamente sus opiniones contrarias a las posibles derivas de la política española actual, yo les sugeriría que visionaran las primeras escenas de Eldorado, uno de los múltiples magníficos westerns de Howard Hawks. En sólo unos cuantos minutos se demuestra cómo y por qué dos antiguos compañeros de armas, con una vida anterior compartida y enriquecedora, tras años de no verse y con trayectorias divergentes, son capaces de ponerse instantáneamente de acuerdo ante lo que ellos consideran un grave peligro y un semillero de injusticias para la sociedad en la que viven.
Reflexión adicional: A la vista del vocerío producido por la aparición conjunta de González y Guerra es evidente que ambos siguen siendo importantes para España. Y habida cuenta del contenido de las voces manifestadas creo que es notorio que no se ha producido ni una sola crítica seria: entre otras, que «no saben envejecer«; que es una «cuestión de celos, porque Pedro Sánchez no les consulta»; que es «un problema de egos personales»…. Uno tras otro, en fin, meros argumentos ad hominem, y sin rigor alguno… Hasta el punto de que, tras tomar nota de las críticas, no he tenido más remedio que recordar una vieja copla andaluza que dice:
«El tambor es tu retrato
Que mete mucho ruío
Pero se mira por dentro
Y se ve que está vacío».