IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El PSOE ha asumido todos los elementos que caracterizan a los partidos populistas. Lenguaje, ideario y praxis política

La atmósfera treintañista en que flotó esta semana el Congreso no era sólo el fruto de la baja calidad de nuestro actual parlamentarismo. Hay mucho de estrategia y de artificio en la creación de ese clima de hostilidad incendiaria que pretende convertir la escena pública en un laberinto abrasivo. La desventaja demoscópica del sanchismo lo empuja a una escalada de máxima tensión bipolar en la que cualquier método, por irregular que sea, está permitido. Se trata de llevar a la sociedad española a una colisión frentista, a un desencuentro paroxístico mucho más profundo que la clásica activación electoral a base de recursos emotivos. Es un proceso de deslegitimación del adversario para plantear los próximos comicios en los términos radicales de un conflicto trincherizo.

El PSOE ha ido asumiendo, uno tras otro, todos los elementos que caracterizan a los partidos iliberales y populistas. Primero el lenguaje, luego el ideario y por último la praxis política. Su reclamación de una mayoría popular sin cortapisas institucionales ni jurídicas tiene el mismo perfil antisistema del discurso soberanista, al que se asimila también al acusar de golpismo a los tribunales de justicia. Esta convicción de supremacía plebiscitaria no la ha expresado uno de esos garrulos con ínfulas que menudean en el Parlamento; la ha manifestado un ministro del Gobierno, el de Presidencia en concreto, un profesional del Derecho perfectamente consciente de la intrínseca falacia del planteamiento y por tanto de su tergiversación sesgada de las reglas de juego. Demagogia de manual, argumentos de brocha gorda para engaño de legos.

El objetivo ya no consiste sólo en intentar ganar las elecciones de cualquier manera, sino en preparar el ambiente para una gran crispación civil en caso de perderlas. En los próximos meses se viene encima una nueva campaña de descalificación de la derecha. Otra ‘alerta antifascista’ en la que esta vez irán incluidos los jueces, los empresarios y hasta la prensa que no se pliegue a la propaganda oficialista y sus consignas maniqueas. La capacidad de desdoblamiento del populismo contempla movilizaciones callejeras, promovidas desde el poder, contra instituciones del Estado dispuestas a defender su principio de independencia.

Es cierto que hasta ahora esas tácticas de agitación no han funcionado. En Madrid y Andalucía incluso se saldaron con notables descalabros. A escala nacional, sin embargo, pueden derivar en una peligrosa desestabilización que, aunque no logre evitar la derrota de Sánchez, deje un escenario poselectoral inflamado. En los extremos del espectro ideológico empiezan ya a atisbarse indicios de un inquietante cuestionamiento preventivo del resultado. Es lo que ocurre cuando quien debe respetar y proteger el orden democrático –entre otras cosas porque así lo ha jurado– parece el más interesado en subvertirlo o perturbarlo.