Arcadi Espada.El Mundo
SI LA RAZÓN estuviera al mando, al asesino confeso de Diana Quer le esperaría hoy por hoy el siguiente porvenir: un control absoluto de su vida hasta el día final y una investigación permanente de su cerebro. Seguiría con vida, pero no podría decirse que fuera ya enteramente propia. No podría devolver la muchacha a la vida, pero debería dar una gran parte de la suya a los demás. Ninguna de las medidas que se tomaran con él tendría que ver con el castigo. La imposibilidad de que viviera la vida libre y anónima que vive la mayoría de los hombres estaría menos vinculada al asesinato de la joven Quer que a los futuros asesinatos que pudiera cometer. El examen del funcionamiento de su cerebro sería la mejor huella, tal vez la única, que podría dejar de su desgraciado paso por el mundo y la mejor forma de redención posible. Sería razonable que la comunidad pudiera facilitárselo. Es probable que la comunidad debiera discutir en qué medida esta observación continua podría vulnerar su humanidad. Sería una discusión interesante. La comunidad podría invocar su derecho elemental a la defensa: el conocimiento de la cabeza de un asesino puede evitar asesinatos. No es un argumento mínimo. Pero la discusión crucial sería convenir hasta qué punto deberían reducirse los derechos de un hombre capaz de cometer determinados crímenes. Hoy ya se reducen derechos, en las cárceles, a todo tipo de criminales, a causa de la redención, del castigo, es decir, de la redención por el castigo. La supervivencia fija normas. Para asegurarla la comunidad hace cosas terribles, por ejemplo, con otro tipo de animales, no humanos, que mueren de una manera masiva, indiferente y mecánica. La inmensa mayoría de ellos sirven de alimento en las cocinas; otros ayudan a curar enfermedades en el laboratorio, incluida la más grave que es la de envejecer. Todo este tratamiento del asesino debería erradicar, por supuesto, anacrónicas consideraciones, como la existencia de un Mal que no viaja por la misma circuitería cerebral por donde lo hacen las psicosis bondadosas; y que solo es, en consecuencia, un soplo del demonio. Ese Mal, al que enfática, mayúscula y religiosamente así se llama con la única intención de justificar la venganza.
Si la razón estuviera al mando, el asesino de Diana Quer sería un enfermo peligroso, sometido a un riguroso tratamiento crónico.