Son los magos de la gresca, elevada a la apoteosis de los harapos mentales y discursivos
Enternecedor resulta observar a un grupo de amiguetes de los terroristas vascos preocupados por el daño que pueden causar las pelotas de goma en la anatomía de los manifestantes. ¡Qué encarnizamiento, qué desafuero, qué vileza la de los miembros de la policía! ¿Tendrán corazón estos uniformados? ¿serán personas observantes de la doctrina? ¿serán temerosas de Dios?
Menos mal que este desmán del lanzamiento de las pelotas, porque desmán ha sido, no lo volveremos a sufrir al haber sido cancelado gracias al acuerdo -hediondo- trabado en el Congreso de los diputados. Se ha visto contenta, en la rueda de prensa, a la portavoz, una dueña procaz, que no puede ver más pelotas que las impulsadas por el pelotari en los días de partido de los pueblos vascos.
Adulación interesada
Ocurre, sin embargo, que el tal acuerdo ha dejado al otro firmante, el Gran Despensero, con las pelotas al aire. Como quedaron Sancho, Ricote y los demás peregrinos cuando el pobre morisco empezó a contar sus desventuras desde que hubo de observar el bando de Su Majestad que amenazó con tanto rigor a los de su nación.
Pues es bien cierto que, a base de hacer la pelotilla al socio de enjuagues parlamentarios, acaba uno en pelotas. Es lo que tiene la adulación interesada que, al final, el pelotillero queda «in puris naturalibus«, o sea, en estado de naturaleza (ese del que tanto hablaba Rousseau), es decir, desnudo y desasistido, abandonado por la dignidad y burlado por la decencia.
Dicho de otro modo, el estado en que, según la teología católica, indica el estado original del hombre antes de su elevación por la gracia al estado sobrenatural.
La limosna de la burla
Lo bueno, y lo que mueve a la risa, es que todo esto no lo saben los protagonistas de la historia de miedo que estoy contando porque ni saben lo que es «puris«, ni saben lo que es «naturalibus» ni conocen el estado de naturaleza. De la teología católica ¿para qué hablar? Nunca la han visto en el orden del día de una sesión del Comité federal o federalizante o confederal o como diablos se diga. Cosas de curas y frailes, carcas abominables que no merecen más que la limosna de la burla.
Pues es bien cierto que, a base de hacer la pelotilla al socio de enjuagues parlamentarios, acaba uno en pelotas
De lo que sí saben estos sujetos es del «pelotazo». Dícese del artificio, componenda o infame trapicheo, vulgo, chanchullo que, como por arte de ilusionismo, permite abultar la cuenta corriente de forma fácil, grácil, alegre, ligera y despachada.
El pelotazo es el milagro del laico.
Como igualmente conocen los del abyecto pacto parlamentario la «pelotera», quiero decir. la riña, la agarrada con quienes no son sus cofrades, a quienes zahieren de palabra, cubriéndolos con improperios, insultos y descalificaciones a mantas.
Son los magos de la gresca, elevada a la apoteosis de los harapos mentales y discursivos.
En fin, en el rico idioma español de las tierras americanas se llama pelotudo al «irresponsable» o a quien «tiene pocas luces» pero «obra como si las tuviera».
Queda así todo aclarado.
Y más si añado que, en verdad, la supresión de las pelotas ¡tiene pelotas!