El presidente del PNV, Andoni Ortuzar, viajó en fechas recientes a París, donde se hizo una foto ante la fachada del palacete que Pedro Sánchez acaba de regalar a su partido en el número 11 de la Avenida Marceau. El edificio hace frontera entre los distritos 8º y 16º de Paría, a un paso de los Campos Elíseos y del Pont d’Alma, donde Lady Diana Spencer y Dodi Al Fayed pusieron fin a su historia de amor, perseguidos por unos papparazzi. Un emplazamiento de lujo, entre propiedades de judíos ortodoxos y embajadas de postín, un barrio para gentes de posibles, vamos.
El PNV venía reclamando la propiedad del palacete desde que Franco lo hizo incautar, so pretexto de que había sido comprado por el partido jeltzale en 1936 para albergar al Gobierno vasco. Efectivamente, allí estuvo ubicado el Gobierno Vasco en el exilio, salvo en el cuatrienio en que París estuvo bajo control del nazismo. A partir de 1944, el Gobierno de José Antonio Aguirre en el exilio volvió a instalarse en el palacete, hasta 1951, en que la 4ª República atendió a la petición del Franco y devolvió el edificio al régimen franquista.
En virtud del acuerdo que aprobará el Congreso de los Diputados pasado mañana, el Gobierno transferirá la titularidad del palacete al PNV en lo que a uno se le antoja un birlibirloque de libro y un ejemplo antológico del primer capítulo del catón de la corrupción, que antes que ninguna otra cosa consiste en confundir lo público con lo privado. El PNV no ha podido demostrar la propiedad del edificio que va a pasar a ser suyo por obra y gracia de Pedro Sánchez y de sus angustiosas necesidades de apoyo que le llevan a comprarlo a quien sea y al precio que sea.
Un grupo de autodenominados vascos constitucionalistas, entre los que figuran Ramón Rabanera, Guillermo Gortázar, Pedro Chacón y Federico Verástegui denuncia que el movimiento de dinero para comprar el inmueble se hizo con triquiñuelas para evitar el control financiero de la República. Incluso en el caso de que estuviese clara la procedencia de los fondos, no dejaría de ser una irregularidad la compra de un edificio por parte de un partido para instalar allí un Gobierno, salvo que tuviese algún fundamento jurídico la fantasía de que tal Gobierno le pertenece.
Claro que el rigor en las cuentas no ha sido nunca un fuerte del PNV y sobre la confusión de Sánchez y los suyos entre los conceptos de público y privado los criterios han debido de ponerlos Begoña Gómez y David Sánchez Pérez-Castejón, no hace falta decir más.
El negocio ha venido probablemente a ser un elemento con una influencia notable en ell devenir de los acontecimientos en el interior del PNV, en un momento en que no estaba garantizada la continuidad de Andoni Ortuzar en la Presidencia del Euskadi Buru Batzar para la que ya se postulaba el portavoz del partido en el Congreso, Aitor Esteban. Ortuzar ha manifestado su predisposición a quedarse cuatro años más al frente del aparato, lo que también sería muy lógico. Solo un líder con capacidad y profesionalidad demostrables tiene su liderazgo muy tasado al frente del PNV, pongamos que hablo de Josu Jon Imaz. Ortuzar es más un trapisondista, un secuaz de Sánchez en sus alegres corruptelas. Qué pensaría del tema un nacionalista cabal como Juan Ramón Guevara Saleta a cuya sombre fue creciendo Ortuzar. A los hechos me remito: Guevara ha pasado a la reserva y su aprendiz lleva 17 años mandando en el partido.