IGNACIO CAMACHO-ABC

  • A grandes problemas, grandes remedios. Un compromiso bipartidista sería la salida más razonable en un país serio

En un país políticamente normal, una idea como la de Nicolás Redondo –la del acuerdo PP-PSOE, o PSOE-PP, para evitar que un prófugo de la justicia decida el Gobierno con un mando a distancia desde Bruselas– sería como mínimo estudiada por los dos grandes partidos con la atención que requiere una propuesta seria. Por supuesto que éste ya no es un país normal, pero la prensa y los sectores de opinión pública con cierto grado de influencia tienen la obligación patriótica de hacer pedagogía y reflexionar con madurez estratégica. En esta clase de asuntos conviene aprender de Italia, donde las élites son capaces de ponerse a la altura de las circunstancias y encontrar salidas de ajuste fino para situaciones delicadas. El ‘modelo Draghi’, un independiente con prestigio y experiencia, es una solución de impecable índole democrática si cuenta con el apoyo de una mayoría de clara y suficiente transversalidad parlamentaria. Y por ingenua que parezca en nuestra escena polarizada, la sociedad civil no debe renunciar a pensar con grandeza cuando se trata de salvaguardar las bases de la convivencia en España.

Populares y socialistas suman 258 escaños. Sólo los pactos de La Moncloa en 1977 contaron con más respaldo. Entonces era una crisis económica la que exigía medidas urgentes para evitar que el proceso constituyente acabase en naufragio; ahora la crisis es política pero no menos perentoria salvo que se considere un buen plan entregar el proyecto nacional a una amalgama de fuerzas rupturistas dispuestas a desbrozar el Estado y a expensas de que el orate de Waterloo mueva el pulgar hacia arriba o hacia abajo. 258 diputados pueden abordar muchas de esas reformas –incluso la constitucional– que llevan tanto tiempo esperando en ausencia del consenso necesario. Sólo, o nada menos, hacen falta luces largas para convertir el endiablado resultado electoral en una oportunidad de cambio. Sin vencedores y sin otros vencidos que los defensores del particularismo identitario.

Es un sueño, obvio, pero un sueño decente, imaginativo, noble y generoso en medio de este opresivo clima de frentismo. Y en todo caso más digno que la previsible realidad de otra legislatura de aún más inestable equilibrio que hasta para un narciso como Sánchez puede convertirse en un suplicio. Ni siquiera es demasiado difícil de realizar: basta con un ejercicio de lucidez, arrojo, pragmatismo y espíritu de compromiso, todos esos valores que brillaron en la Transición y se fueron perdiendo en un camino de hostilidades sectarias y desaliento cívico. La alternativa, que será la que tengamos, consiste en seguir instalados en esta asfixiante atmósfera de discordia, cainismo, trincheras ideológicas y estructuras institucionales rotas. Mira por dónde, este presidente que se preguntaba durante la campaña por su lugar en la Historia está ante la ocasión de escogerlo precisamente ahora.