En la década de 1930 casi todos fracasaron, salvo los dictadores sanguinarios: Hitler, Mussolini, Stalin. El fracaso de la Segunda República fue trágico y los errores de sus pilotos en la tormenta, justifican una valoración crítica; solo que en el régimen del 14 de abril hubo mucho más que una intransigencia forzada.
En la celebración del 80 aniversario del 14 de abril se ha registrado un notable reverdecimiento de la Segunda República como fuente de inspiración para un cambio político progresista. Tal como se encuentra hoy la izquierda, y no solo en España, resulta lógico que se busquen otros asideros susceptibles de inspirar la movilización. Por don Juan Carlos van pasando los años y los príncipes, Felipe y Leticia, por muchas series que los ensalcen, políticamente son, como es lógico, dos incógnitas, pues conviene recordar que aquí no estamos en Suecia. Otra cosa es que dado el avispero en que se ha convertido nuestra vida política, tenga algún sentido añadir a corto plazo un nuevo elemento de disputa.
Pero los verdaderos protagonistas del aniversario no han sido los nostálgicos del himno de Riego, entre quienes me cuento a pesar de su música ratonera, sino los que han volcado, y desde los ángulos más variados, todos los dicterios posibles sobre el quinquenio republicano. La secuencia ha sido muy curiosa, desde el mismo momento en que fue puesta sobre el tapete la Ley de Memoria Histórica, y pasó de las críticas airadas al paroxismo cuando Garzón lanzó su infortunado auto. Desde entonces ha sido una norma que quienes queman en efigie a Garzón, envíen luego al infierno a la Segunda República, incluso cuando en principio se trate de gente razonable. A pesar de sus trabajos en el ‘caso Nécora’, en los GAL, contra Pinochet y contra Batasuna, la condena del juez no admite atenuante alguno para tales censores. Y qué decir del atrevimiento de pretender desenterrar un crimen masivo contra la humanidad, como el que acaba de mostrar Paul Preston en su Holocausto.
A fin de cuentas, del mismo modo que el intento de hacer el juicio del franquismo ha dado con un juez demócrata en el banquillo, la restauración de la memoria republicana ha generado una ola de condenas viscerales que deben hacer removerse de satisfacción en sus tumbas a los historiadores de la ‘cruzada’ en los años 40. Los artículos y las intervenciones televisivas reproducen el tipo de relato que ya exhibiera Gil Robles en vísperas del 18 de julio, a efectos de justificar lo que iba a venir. La República habría sido desde su principio, pasada la fiesta inaugural, un ejercicio de intransigencia por parte de izquierdistas no preparados para gobernar, que se hicieron dueños del poder con el insensato deseo de solucionarlo todo de un plumazo, después de lo que otros juzgan benéficos años de la ‘modernización autoritaria’ de la dictadura, hoy en clara alza de cotización. No se dieron cuenta de que sus ideas eran irrealizables y escoraron hacia la violencia. Un par de citas fuera de contexto lo refrenda una y otra vez, y llegado el caso, así como Alfonso XIII hablaba de 300.000 comunistas dispuestos a tomar el poder, el censor multiplica los levantamientos anarquistas por el número que sea necesario para ofrecer la impresión de un caos insuperable. Caos provocado por la izquierda. Y en esto llegó Franco, y se acabó la diversión; ya tenemos justificada la dictadura.
La Segunda República abordó los principales problemas del país. Para eso llegó, y no para que su presidente asistiera a las carreras en Lasarte. No fue nada parecido a una revolución soviética, al intentar la reforma agraria, la transformación del Estado centralizado en el antecedente de nuestro Estado autonómico, la promoción de la enseñanza, la reforma de un ejército ineficaz y corporativo, la introducción por Largo Caballero de tímidos avances en la legislación social y nada menos que de los Jurados Mixtos, esto es, la conciliación como método para resolver los conflictos de trabajo. ¡Terrible maximalismo! Entre tanto, conviene leer la prensa católica y los discursos de Gil Robles para entender la radicalización posterior, mientras Hitler y Dollfuss aplastaban a sus respectivos movimientos obreros. Desde el 33 se inicia la cuesta abajo, pero es preciso recordar la regularidad con que todavía se desarrollaron las elecciones de febrero del 36. Hubo en la crisis responsabilidades de todo tipo, entre ellas la de Indalecio Prieto, impotente para convertir sus ideas, su lucidez en acción. Pero en julio del 36 había aun baraja y quien la rompió, crimen mediante, fue el Ejército golpista personificado por el general Franco (véase el último libro de Ángel Viñas sobre el asesinato del general Balmes, el 16 de julio).
En la década de 1930 casi todos fracasaron, salvo los dictadores sanguinarios: Hitler, Mussolini, Stalin. El fracaso de la Segunda República fue trágico y los errores de sus pilotos en la tormenta, justifican una valoración crítica; solo que en el régimen del 14 de abril hubo mucho más que una intransigencia forzada. Su legado es comparable al de Weimar en Alemania, otro fracaso. Sin nostalgia. Azaña lo explicó poco antes de morir: no había que volver al pasado, sino esperar a que gente nueva retomara el camino de la democracia.
Antonio Elorza, EL CORREO, 1/5/2011