ABC-LUIS VENTOSO

Incluso el Reino Unido es demasiado chico para caminar solo

ESTE jueves, los 27 le espetaron claramente al Reino Unido, el socio que ha dado un arrogante portazo a la UE, que no se puede soplar y sorber al mismo tiempo y que deje ya de tomarles el pelo. Europa respondió con un «no» corto y sonoro a la oferta de Theresa May, conocida como «el Plan de Chequers», que resumiendo mucho aspiraba a que su país siguiese disfrutando del mercado abierto de la UE sin someterse a las obligaciones y reglas del club. Con gratos modales –y un rostro de cemento armado–, los ingleses, pues esta chaladura del Brexit es un invento puramente inglés, pretendían que Europa inventase una solución para el carajal que ellos mismos han creado de forma innecesaria con su pataleta nacionalista. Pero en un rapto de lucidez, Macron y Tusk les han dicho que «nones» (o igual fue idea del doctor Sánchez y se la plagiaron…).

Tras recibir en Salzburgo el cubo de agua helada comunitario, May retornó airada a Londres y ayer ofreció un dramático discurso televisivo desde su residencia del Número 10. Exigió a la UE «respeto» y exclamó: «No es aceptable que se rechace nuestra oferta sin una explicación y una contrapropuesta». Lo cual es una bobería, algo así como destrozar una camisa con unas tijeras y luego culpar a otro del roto y exigirle que te lo zurza. Lo mercados lo vieron claro: mientras la heroica premier hablaba en tono patriotero, la libra iba cayendo en picado frente al dólar y el euro.

El Brexit es el mayor tiro en el pie nacionalista de lo que va de siglo XXI (el segundo fue la intentona catalana, pero Rajoy logró evitar que no se automasacrasen del todo). El referéndum contra Europa constituyó un alarde de chovinismo inglés. Allí se mezclaron unas gotas de desagradable xenofobia, las peleas internas del Partido Conservador –donde anida una caterva de hooligans antieuropeístas alérgicos a toda lógica– y las morriñas imperiales de un país que, aun siendo maravilloso, hoy no deja de ser uno más y no acaba de asumirlo.

La UE ha sido perfectamente razonable con los británicos. Les ofreció dos posibles fórmulas de acuerdo tras el Brexit. La primera era que permaneciesen en el Área Económica Europea y en la Unión Aduanera, obligados por las reglas comunitarias. Pero los hooligans tories brexiteros y May se niegan, pues creen que supondría «traicionar» el resultado del referéndum. La otra oferta era un acuerdo de libre comercio, pero con controles fronterizos entre el Reino Unido y la UE. Pero esto tampoco le sirve a May y los forofos del Brexit, pues consideran que se separaría a Irlanda del Norte del resto del Reino Unido. ¿Qué propone entonces May? Pues que Bruselas invente alguna «solución creativa», que les saque a los ingleses las castañas de un fuego que ellos mismos han prendido.

Por muchas vueltas que le den a la noria, a los británicos solo les quedan dos salidas: o romper por completo y marcharse el próximo 29 de marzo, asumiendo el terrible coste económico; o un poco de humildad, convocar un segundo referéndum y quedarse en la UE. El título más famoso de la gran Jane Austen sirve para resumir esta tontuna del Brexit: «Orgullo y prejuicio». Nadie en Europa, ni siquiera la formidable Gran Bretaña, puede permitirse ya el lujo de caminar sola. Salvo que quiera enfilar la senda de la decadencia.