Eduardo Uriarte-Editores

“El aire, en estos momentos en España, se compone de coronavirus y propaganda”. (Lo siento, Mr. MacLuhan: ni siquiera oxígeno).

La inaguantable presencia de nuestro presidente, con rostro fatigado, compungido, y formas que imitan las del rey, está empezando a cansar a la gente normal. Primero, porque para decir muy poco –“cantinflear” lo llama Juaristi- se introduce por largo tiempo en el televisor de tu casa con una frecuencia inusitada y, segundo, tanto comentar las cosas que se acaba descubriendo las mentiras que él y sus subordinados nos han ido transmitiendo. Se descubre la tensión de los Consejos de ministros, sus improvisaciones ante el BOE, sus ignorancias, y el temible contenido ideológico que dichas declaraciones rezuman. Ahora resulta que las mascarillas son útiles, antes no porque nos las teníamos. Pero lo que más destaca es la ineficacia que con toda desfachatez hacen gala y que creen superar abusando de la propaganda.

En momento de crisis, en momento de perturbación de las conciencias, y el riesgo de muerte es uno de los que más perturba, los publicistas, empezando por Goebels, sabían que es la situación más oportuna para manipular a las masas hacia objetivos políticos difíciles de asumir en momentos de normalidad social. También lo hizo Roosevelt y su afamado equipo de sociólogos y comunicadores tras el impacto producido en la opinión pública americana, contraria a intervenir en la guerra, tras el bombardeo de Pearl Harbor. Podríamos poner ejemplos más recientes.

La parodia de “Aló Presidente” de Sánchez, o las presencias de Iglesias para ofrecer un discurso en el que todo es enfrentamiento (nacionalización/libre mercado, sanidad pública/sanidad privada, interés general/iniciativa privada, caseros/inquilinos, feminismo/machismo) sin posibilidad de encuentro, es decir, de democracia política, nos está mostrando una estrategia que tiende a aprovechar la crisis cara a la introducción de un sistema político similar al bolivariano. Maniobra más complicada en un momento de tranquilidad.

Tal aluvión de propaganda, con muchas mentiras o verdades a medias, tal sometimiento de la prensa a sus pies, tal capacidad de subvención a las televisiones, tal capacidad de coerción a la sociedad confinándola, tal capacidad de anulación del Parlamento, tal capacidad de enfrentamiento con las autonomías no afines (el caso del hospital del IFEMA paradigmático), tal gusto por el decreto ley, en el seno de la estrategia bipolar, evidentemente no sugiere un proceder democrático sino autoritario. Cualquier lector de la historia del bolchevismo, por mal lector que haya sido, sabe que hay que aprovechar los momentos de crisis, que no hay quedarse escondido como Lenin, sino sustituir la Duma por los Soviets como hizo Trotsky. Por eso Iglesias no pierde el tiempo ni en guardar la cuarentena.

El problema que se pueden encontrar los artífices de prácticas y propagandas revolucionarias es que ambas cansen a la sociedad. Las aventuras políticas están bien para mentes universitarias con pocos exámenes que aprobar, pero no en personas, por muy idiota que haya sido su comportamiento electoral, que se han enterado ya de cuánto les han engañado tras una hemeroteca repleta de embustes. La propaganda doctrinaria tiene el inconveniente de su saturación, fue el problema que descubrieron los ocupantes nazis, explicado por Jean Maire Domenach en su pequeño manual de propaganda política. Presencia continuada y embustes provocan la saturación de la audiencia que acaba rechazando a los que se presentan como salvadores. Por muy buena que sea la propaganda no puede finalmente encubrir la realidad, lo acabó sabiendo hasta Goebels.

Mientras no pasara algo muy anormal este Gobierno podía proceder a realizar su larga marcha en pro de la sustitución del sistema del 78. Pero, incluso, aprovechando la cruel realidad que nos envuelve, puede optar por acelerarla, como parece intentar Iglesias y los suyos. O puede buscar una vía de entendimiento con el resto de las fuerzas políticas y sociales. Para lo primero pocos recursos le quedan, sólo el sobreactuar: esgrimir el primitivo rito del chivo expiatorio, “los recortes de Rajoy”, que como todos los chivos expiatorios son falsos, y usar la pose del victimismo como hacen los nacionalistas, “nadie podía prever (ni esos expertos que no conocemos) lo que iba a ocurrir” aunque estuviera ocurriendo en Corea (donde si era obligatoria la mascarilla) y en Italia, país en el que desde el siglo XIX nos avisa de lo que a continuación va a pasar en España. Amadeo lo sabía y por eso se marchó.

En estas circunstancias, pues, el Gobierno tiene dos alternativas: seguir aprovechando la trágica situación acelerando la dinámica de enfrentamiento y autoritarismo, proseguir el discurso explícito de bipolarización política que desarrolla Podemos, o hacer caso a voces autorizadas que reclaman la necesidad de encuentro. Concertación lo llama Ignacio Varela en El Confidencial, otros pactos de la Moncloa reclama Joaquín Estefanía en El País. Pacto, encuentro, que iría en línea con lo que Felipe González publica en diario El País -(“El interés general y el papel del Estado”, 4/4/2020)- en el que se aboga por concitar el encuentro entre el interés general y el privado, convocar el diálogo entre las partes sociales –“no habrá empleo sin empleadores, ni las empresas privadas podrán ser sustituidas por la tentación estatalizadora que nos conduciría al fracaso”- y sacar de su paralización al Parlamento, entre otras cuestiones. Si Sánchez no fuera el adalid del No, hubiera descubierto que tiene más apoyo en la oposición para sacar al país de la crisis, que de sus apoyos formales.

Nunca tuvimos peor Gobierno que éste para superar tan tamaña crisis, pero es el que tenemos.

Es un mal Gobierno, lo calificó el recordado Rubalcava de Frankenstein. Asentado sobre un PSOE muy minoritario, constituyendo un Gobierno minoritario a pesar de su coalición con Podemos, necesitado del apoyo parlamentario de fuerzas que están en tal menester exclusivamente para favorecer su causa secesionista (la gobernabilidad les importa un comino). Como era de esperar de tal fórmula gubernamental su mensaje político ha sido el del desencuentro, si no enfrentamiento, con las fuerzas nacionales situadas a su derecha, en una práctica que recuerda la de ruptura que ETA y su mundo de HB promovieron contra el Estado constitucional del 78. Observemos con toda su gravedad que el izquierdismo puede contemplar esta crisis como una oportunidad revolucionaria, y lo está haciendo desde la privilegiada situación del Consejo de ministros al que por irresponsabilidad se les dio entrada.

Pero ha sido tan grave el reto al que se enfrenta y tan ineficaz la fórmula de gobierno, que ni siquiera la propaganda, ni el sometimiento de la prensa, ni la debilidad e incoherencia de la oposición tras los errores de Rajoy y de Rivera, le permite hacerle frente con éxito. Ni siquiera Sánchez ha sido inmune, no por la abundancia de las críticas a su gestión, que han sido mínimas en este país de serviles adoradores de las cadenas, sino por su calidad, a la presión en favor de un acuerdo amplio que nos permita salir con garantías de la crisis sanitaria, de la económica y de la política que le sucedería de proseguir por la vía del autoritarismo y del desprecio a la oposición. Las virtudes del encuentro están dichas, mejoraría la gobernabilidad, liberaría al Ejecutivo de las acechanzas de su socio y aliados, obtendría una autoridad mayor en el interior y una mejor imagen externa.

Pero, sobre todo, volveríamos a la política, a la convivencia política, a lo que se inició en el 78, fortaleciendo de nuevo a nuestra sociedad, abandonando la artificiosa y criminógena dinámica del enfrentamiento que resucitaba los odios de todas las guerras civiles que hemos padecido. Dejando a un lado la política de gente aburrida y malcriada, dejando sin importancia la inhumación del Caudillo, poniendo en valor lo que hizo la pasada generación, los caídos del Coronavirus. Pero, sobre todo, poniendo en valor a la actual, que ha demostrado una entereza inusitada en esta lucha a la que los políticos de esta generación (con esa sanidad, la mejor del mundo), les mandaba sin medios, entretenidos ellos en luchas bizantinas por el poder. Entretenimiento, propaganda, peleas sin sentido, mala educación en el Parlamento, ofensas innecesarias a símbolos y valores, ganas de joder metiéndose con el rey en plena epidemia, etc, etc, etc, a la búsqueda del enfrentamiento artificial que les otorgara el poder vitalicio aún a riesgo de cargarse todo. Ese comportamiento tiene que acabar ante lo importante.

Haría muy mal la oposición, sobre todo el PP y C’s -Vox tiene todavía que asentarse y descubrir la política burguesa como hicimos los de izquierdas de nuestra generación-, en despreciar la posibilidad del encuentro, de facilitarle las cosas a Podemos, en sumirse en una actitud especular de desprecio como la que ha llevado la coalición socialpopulista con ellos. La oposición no debe caer en la crispación, ni abandonar una insistente actitud positiva ante el pacto, pues con él volveríamos a la democracia, arrumbaríamos el guerracivilismo, y expulsaríamos de los cielos la ruptura revolucionaria y caótica de Podemos.

Lo peor que puede ocurrir es que el discurso crispado del PP y Vox sirva de excusa para evitar el pacto al que PSOE acudiría corrigiendo su tendencia izquierdista, puesta en marcha desde ZP. Porque la democracia española se fraguó, Constitución incluida, en los pactos de la Moncloa que hoy sirven de referencia.

Pero ojo al pacto, es complicado pedir peras al olmo. El pacto ha de ser sincero, no es Sánchez precisamente ejemplo de tal virtud -es más sincero Iglesias que él-. No debe convertirse el pacto en unos falsos pactos, o en un mero señuelo para argüir inmediatamente la acusación de que la derecha no los quiere. Que no se pervierta la solución, pues en la historia existe la tendencia de convertir las repeticiones en farsas, y se reduzca hasta la indignidad, en mera propaganda manipuladora, lo que es la última solución a esta gravísima y múltiple crisis, Es la última solución nada menos a la continuidad de nuestra democracia.

¿Estarán dispuestos nuestros políticos a este paso, especialmente el presidente? Que no se preocupe la oposición por el éxito electoral que pueda sacar Sánchez si gestiona con la ayuda de todos los partidos constitucionalistas la solución victoriosa. No está asegurado que salga bien parado, aunque nos salve de ésta. El sabio pueblo suele ser muy desagradecido, lo hicieron con Churchill después de haber ganado una guerra, lo hicieron con Suárez después de sacarnos de una dictadura. Pero, además, sería injusto, porque nunca tuvimos peor Gobierno.