IGNACIO CAMACHO-ABC
- El AVE y todo el sistema ferroviario sufren un fallo multiorgánico. Un caos de parones, averías, incidentes y retrasos
No es sólo un incidente de cables robados. Ni varios. Ni la broma del tren de la escoba disfrazado de AVE en Extremadura. Es la evidencia de que Renfe no es capaz de gestionar el pico de demanda del verano. Es el retraso convertido en rutina. Son las averías reiteradas del aire acondicionado, los parones en mitad de los trayectos, los incidentes cotidianos, las estaciones colapsadas por incapacidad para absorber su propio tráfico. Es la escasez de personal, la subida de precios paralela a la degradación del servicio, la sensación patente de caos. Es el prestigio del escaparate tecnológico de la marca España malversado por una alta velocidad reducida a media o baja en cada vez más tramos. Es la falta de unidades y la consiguiente disminución de frecuencias en los viajes más largos. Es el deterioro general y muy rápido de una red que hasta hace un par de años era motivo de orgullo nacional, una especie de joya de Estado, y hoy sufre un síncope multiorgánico.
Algo ha ocurrido en el transporte ferroviario desde el forzoso reajuste de la pandemia. Como si el Covid se hubiese llevado también por delante toda su eficiencia. Incluso en aquellos días dramáticos del confinamiento, la circulación de los trenes casi vacíos siguió articulando el país como un símbolo de normalidad y hasta de resistencia civil en medio de la tragedia. Sin embargo, el final de la crisis ha dejado a Renfe en fase cataléptica, agarrotada para reorganizarse, instalada en la situación de emergencia. Su estructura se ha quedado encogida, inadaptada a la vuelta, y su funcionalidad se ha bloqueado como esos pacientes que superan bien una enfermedad grave y se hunden al salir de la convalecencia. El público ha vuelto en masa y ha encontrado a la compañía sin otra capacidad de respuesta que la de subir las tarifas y cambiar el sistema de venta a un modelo similar al de la navegación aérea.
Como en otras instituciones y empresas públicas, huele a declive, a abandono, a esos síntomas de desgaste que presagian un hundimiento. Sólo que en este caso los desperfectos afectan a un sector clave de enorme valor estratégico donde el AVE luce, o lucía, como justificado emblema de modernidad y de progreso. Un nuevo «logro» de un gobierno especializado en crear problemas nuevos y volver a plantear los que ya estaban resueltos. El vandalismo en la línea Madrid-Barcelona ha hecho ruido por el peso específico de las dos ciudades y la especial sensibilidad del Ejecutivo a las quejas del nacionalismo, pero tanto en la larga distancia como en la media no pasa día sin contratiempo en pleno período de auge turístico. El descuido, la insensibilidad y la desatención llevan camino de transformar un modelo de éxito en un proyecto fallido. Cuando caiga el sanchismo va a ser un trabajo ímprobo elaborar un inventario no ya preciso sino siquiera aproximado de tanto estropicio.