Juan Carlos Viloria-El Correo
- El resultado de unas elecciones generales no puede manejarse como una especie de moción de censura
En unas elecciones tan polarizadas, estar indeciso es una rareza. Y, sin embargo, en torno a un 20% optarán por una u otra papeleta en mismo día que abran las urnas. Son los más pragmáticos, por no decir apolíticos o apartidistas. Les da igual quien gobierne, si creen que les beneficiará. Otros deciden a última hora apuntarse al caballo ganador como si esto fuera una carrera de caballos. A juzgar por la mayoría de sondeos, Núñez Feijóo, va primero con claridad pero todavía hay quien duda entre apostar por Vox o por el Partido Popular. No entre PP y Vox porque ese trasvase ya se dio y ahora circula en sentido contrario. En el caso de PSOE y Sumar (Podemos, IU, Compromís, En Comú, etc) parece que los indecisos están en parecida disyuntiva; pasarse de la izquierda radical populista amalgamada en torno a Yolanda Díaz, al «sanchismo», pero no en sentido contrario.
En Cataluña el trasvase de los indecisos, los menos ideologizados, los neo-indepes que ahora no lo ven claro, regresar de ERC al PSC mientras la derecha constitucionalista que hizo una gran apuesta fallida por Ciudadanos, ahora duda entre PP o Vox. El País Vasco registra un clima de pugna por la hegemonía en el terreno abertzale porque el desgaste de la sigla clásica PNV, puede acabar beneficiando al derecha constitucionalista del PP muchos de cuyos votantes se pasaron al presunto voto útil de Andoni Ortúzar. De hacia dónde se inclinen los electores vacilantes dependerá el futuro inmediato y la configuración-deconstrucción de España para muchos años. Pedro Sánchez afirma que va a dar la vuelta a las previsiones y que ya ganó, contra pronóstico, en dos primarias internas del Partido Socialista y en las elecciones de 2019. Todo es posible. Pero probablemente olvida un detalle y es que entonces los españoles no le conocían. No sabía cómo iba a gestionar el Gobierno y cómo utilizaría el poder; con quien aprobaría sus leyes, presupuestos, y la tensión que su figura generaría entre los ciudadanos.
No deja de ser absurdo que la alternancia o permanencia en el poder, en una coyuntura tan trascendental, lo vayan a decidir los titubeantes en el último minuto. Pero a la vista de que Pedro Sánchez no acaba de aceptar el compromiso moral de renunciar a la investidura, si pierde, el desenlace de este pulso nacional podría ser que unos ganen el poder perdiendo las elecciones y otros lo pierdan ganando en las urnas. El resultado de unas elecciones generales no puede manejarse como una especie de moción de censura. No debería poder utilizarse el mecanismo de aglutinar siglas y votos de perdedores para censurar un Gobierno sin que éste haya podido ni siquiera tomar posesión. Es en el fondo, una artimaña del combate político. Pero, desgraciadamente, esas son las reglas de juego.