FERNANDO SAVATER – EL PAIS – 28/05/16
· Marco Pannella no era revolucionario, lo que en democracia es un retroceso y no un avance, sino un agitador formidable.
Sólo he sido miembro de dos partidos políticos en mi vida y el primero fue el Radical de Marco Pannella. Me gustaba porque era transnacional, o sea plenamente europeo, y porque era el único que llevaba en su programa la despenalización de las llamadas “drogas”, oponiéndose a esa dañina fantasía inquisitorial que tanto daño ha causado a personas y países enteros (México es hoy triste ejemplo de ello).
Entre los radicales conocí a gente tan estupenda como mi amiga Emma Bonnino, audaz e inteligente, con quien compartí algunas iniciativas… y retrocedí ante otras. Una vez, cuando la población de Sarajevo vivía acosada por los francotiradores, Emma me propuso que fuésemos allí el día de Navidad para interponernos pacíficamente entre el fuego de ambos bandos. Comenté prudentemente que no me parecía el mejor modo de festejar fechas tan entrañables y ella me advirtió: “Piensa que la alternativa es pasarlas en familia”…
Marco Pannella no era revolucionario, lo que en democracia es un retroceso y no un avance, sino un agitador formidable; tenía ideas apasionadamente prácticas pero carecía de odio social: lo contrario de lo que ahora se lleva. Algunos lo tenían por insensato pero nadie dudó de su honradez. Vino a Madrid a conocerme y fuimos a un restaurante cerca de casa.
El dueño, cazador entusiasta, nos propuso unas perdices cobradas por él mismo. Marco me miró severo, porque acababa de impulsar un referéndum en Italia —¡otro más de los suyos!— para prohibir la caza. Yo estaba confuso, el dueño insistía. De pronto, Marco alivió el ceño y me lanzó su mágica sonrisa. “Bueno, las perdices ya están muertas, ¿verdad? De modo que más vale comérnoslas”.
Y después, tan felices, nos comimos sin remordimiento las perdices. Ciao, Marco, contagioso campeón del activismo ciudadano inconformista.