EL MUNDO 05/05/15 – ARCADI ESPADA
· No hay una explicación fácil para el asesinato de centenares de miles de judíos húngaros en Auschwitz, en la segunda mitad de 1944. Los dirigentes nazis sabían que la guerra estaba perdida y, salvo el efecto de una enloquecida inercia criminal, no acaba de comprenderse qué interés les llevó a un exterminio que poco podía tener ya de la alucinada arrogancia de los primeros años de la guerra. El asesinato crepuscular, decadente, de los judíos húngaros es uno de los graves misterios del nazismo. Mucho más si se tiene en cuenta que se trató de una compleja operación logística, resuelta con la tópica eficacia germana, pero que debió de retraer muchos recursos a los que no se advierte compensación en términos de la industria de la guerra, por más que Hilberg aluda «al gran negocio de las SS con la nueva mano de obra». Mi amigo Sergio Campos tiene una hipótesis fría e inteligente: «Eran nazis, tomaron el poder de un país lleno de judíos e hicieron su labor».
En menos de dos meses, contando desde mayo de 1944, casi medio millón de judíos fueron trasladados a los campos e inmediatamente asesinados en la abrumadora mayoría de los casos. Es obvio que las piezas del engranaje debieron de funcionar con precisión. Una de esas piezas, una de tantas piezas minúsculas imprescindibles, fue la del miembro de las SS y administrativo en Auschwitz Óskar Gröning. Ha cumplido 93 años y estos días lo juzgan en Alemania. El juicio revive viejos debates. El primero el de la prescripción del crimen: si este anciano debe responder por aquel joven. O lo que es lo mismo, aunque más difícil: si este anciano es aquel joven.
Luego el perdón. Aunque Gröning ha declarado que no empleó ninguna forma de violencia contra nadie y se limitó a ejercer su trabajo administrativo, sí ha descrito asesinatos que vio con sus ojos y ha asumido claramente su culpa, sin tratar de protegerse en la inexorabilidad de las órdenes recibidas. Y ha pedido perdón a las víctimas. La respuesta a su petición, ejemplificada, según la crónica publicada en el diario El País, por el abogado Walter, me parece que cierra de un modo radical todos esos debates que cíclicamente se suceden en torno al perdón de los asesinatos. No tengo autorización de los muertos para perdonarle, ha venido a decirle Walter. Es fama que los grandes abogados se caracterizan por poner al lenguaje simbólico en su sitio.