EL CORREO 30/09/13
TONIA ETXARRI
La bronca en el consejo de EiTB denota el grado de contaminación del debate parlamentario sobre la pacificación en Euskadi
Con el pacto fiscal firmado con los socialistas bajo el brazo. Así celebró el PNV su primer Alderdi Eguna de la legislatura de Urkullu, subiendo al estrado la compañía del PSE, que es quien le va a garantizar la estabilidad presupuestaria que tanto necesitaba. Con ese marcaje en la sombra, con una crisis que en Euskadi no acaba de ver la salida, irritados los empresarios afines y los sindicatos en pie de guerra, el PNV no podía permitirse el lujo de un Alderdi a la vieja usanza. El partido ha llegado a las campas recuperada Ajuria Enea, sí, pero la fragilidad es tan palpable que un alarde de fuerza como en otras épocas hubiera resultado poco creíble.
Este lehendakari, y el presidente del EBB, Andoni Ortuzar, no piensan dejar que se pudran sus aspiraciones nacionalistas, que las tienen, pero como su estilo, por necesidad, es el del acuerdo a muchos les parece que van a ritmo lento. El PNV se plantea, entre el espejo de Artur Mas y la presión de la izquierda abertzale, ir sin prisas y dejar que sea el Parlamento vasco, donde por cierto domina una mayoría abertzale, quien vaya construyendo el debate soberanista.
En sus nueve meses de gobierno, Iñigo Urkullu sólo ha podido tejer un acuerdo con los socialistas. En materia fiscal. De ahí que sus dos próximos retos, la pacificación y la soberanía, los proyecte a cámara lenta. A veces, su estilo puede recordar al del presidente Rajoy, al que le acusan desde todos los sectores políticos de dejar macerar muchas situaciones conflictivas con la confianza de que el tiempo ponga las cosas en su sitio. Urkullu ha podido dar también esa imagen porque, a diferencia de sus antecesores nacionalistas, no quiere asumir la responsabilidad de dar un paso en la pacificación o la reforma del Estatuto sin consenso. Sencillamente porque las urnas no le dieron la mayoría para poder aplicarla en caso de necesidad. Sabe que la minoría con la que gobierna, a excepción del acuerdo del pacto fiscal, le puede pasar factura. Por eso, los mensajes de ayer fueron de perfil bajo.
Decir, como hizo el lehendakari, que «Euskadi, como nación europea» es nuestro destino apaciguó algunas sensibilidades de su partido, pero no supuso reto alguno. Tampoco intranquilizó a la opinión pública un presidente del EBB diciendo que la «nación vasca es un objetivo que, por supuesto, alcanzaremos». Es tal la presión que está ejerciendo el presidente de la Generalitat con su intención de celebrar una consulta en Cataluña, que recuerda tanto la hoja de ruta fallida de Ibarretxe, que la celebración del día del Partido Nacionalista Vasco tuvo, en comparación , un enfoque casi plano. Que el Alderdi Eguna ya no es como los de antes quedó demostrado en el tratamiento tan sucinto que tuvo la información del evento en el informativo de mediodía de la televisión pública vasca.
Urkullu, hoy por hoy, no puede permitirse plantear desafíos al Estado por muy mal que le vaya la negociación con el Gobierno de Rajoy. Porque, en la política doméstica, tiene varios frentes abiertos, además del derivado del pacto fiscal con el PSE que tanto ha disgustado a la clase empresarial vasca. Ni avanza en pacificación ni tiene consenso aún para abordar el debate sobre el soberanismo que, con tanta impaciencia, aguarda la izquierda abertzale.
La bronca desatada en el consejo de administración de EiTB la pasada semana, que dejó en evidencia la resistencia de la directora general del ente para incluir una referencia a los males causados por ETA en el texto de su plan estratégico, es una radiografía del retraso que está experimentando la convivencia después del terrorismo. Que muchos observadores se hayan quedado preguntando qué hacen los consejeros de ese ente público teniendo que suscribir un texto de apoyo a un consejero de EH Bildu procesado por el ‘caso de las herriko tabernas’, que sigue sin rechazar las acciones de ETA, denota el grado de contaminación que aún existe en el debate parlamentario.
Con este panorama y la ponencia de paz bloqueada porque UPyD, PP y PSE exigen a la izquierda abertzale una deslegitimacion de la violencia de ETA que no está dispuesta a realizar, el lehendakari tiene una china en el zapato. «Primero la crisis, luego la pacificación y más tarde el nuevo estatus». En estos días previos al Alderdi Eguna, los observadores concluían que Cataluña y Euskadi presentan, hoy por hoy, sutiles diferencias. En efecto, además de nuestra particular condición de las secuelas de la historia del terrorismo, la diferencia que marca las distintas formas de actuar entre Mas y Urkullu es la compañía. El lehendakari, a diferencia de Mas, preso de las exigencias de ERC, no tiene a la izquierda abertzale como aliada de su gobierno minoritario. Que sigue sin renegar de la historia de ETA y que en el Parlamento puede entorpecer proyectos gubernamentales, pero que no tiene la capacidad de presionar en calidad de socio a quien se le debe los favores prestados.
El último exabrupto de ETA pinchando el globo de cualquier contrición respecto de su macabra historia y reclamando, por el contrario, un reconocimiento político ha sido la última puerta que ha cerrado un acompañamiento del nacionalismo sabiniano en el blanqueo de su imagen. La fiesta del PNV marcó distancias con la izquierda abertzale y ubicó al partido en el nebuloso espacio de una nación en Europa y la inocua frase enunciativa «yo soy vasco». Eso sí, en inglés.