KEPA AULESTIA, EL CORREO 25/05/2013
· La desairada irrupción televisiva del expresidente dejó al desnudo buena parte de los males que afectan al PP.
La intervención de José María Aznar en televisión ha provocado dos efectos contradictorios: ha debilitado a Rajoy y a sus más cercanos al condenarlos a silenciar su desagrado y, al mismo tiempo, ha generado una corriente imprevista de solidaridad hacia el actual presidente en el momento en que su gestión estaba siendo más contestada. Frente a la insistente frase ‘rajoyniana’ de que «el Gobierno sabe lo que hace» se alzó la presuntuosidad de Aznar dando a entender que es él quien está más cerca de la verdad económica y de los intereses ciudadanos. Tan despiadada crítica indujo una curiosa reacción que al conceder a Rajoy la autoridad que correspondería al gobernante elude cuestionar su autosuficiencia en tanto que más legítima que la de su censor. Pero bajo la pugna entre el padre que se ve preterido por su heredero, y de éste reafirmándose en el desdén haciendo ver que es capaz de ignorarle, Aznar desnudó al Partido Popular. Aunque al expresidente se le olvidara un detalle: es democráticamente imposible una acción más decidida que la del recurso continuado al decreto ley y al Constitucional.
La premeditada aparición televisiva de Aznar podría responder a la puesta en cuestión de su incorruptibilidad, de su desinteresada entrega al país y de su estoico celo en el ejercicio del poder. Pero poco importa si sus declaraciones de debieron, más o menos, a la nula atención prestada por Rajoy y por Génova al señalamiento del expresidente en el caso Bárcenas y en el Gürtel. Porque las palabras de Aznar conectan con la actitud que mantiene la cúpula del PP en un punto crucial: la implícita reclamación de un remedo de amnistía que permitiera soslayar lo ocurrido hasta ahora para cimentar en el olvido el tiempo de la transparencia y de la regeneración democrática que dice impulsar el gobierno Rajoy. Un remedo de amnistía que se sustentaría, sobre todo, en la más que relativa indignación que los casos de corrupción que afectan al PP generan entre sus seguidores. A no ser que el choque entre la descarada negación de las evidencias que obran en los sumarios y que han trascendido a la opinión pública y la actuación de la Justicia acabe impidiendo al votante popular seguir mirando hacia otro lado.
Las declaraciones de Aznar constituyen un reduccionismo ideológico a cuenta del cumplimiento del programa electoral de los populares. Como si la única discrepancia tangible y confesable fuese la de la urgente rebaja de los impuestos. El golpe de efecto del martes ha conseguido dejar de lado, por lo menos durante una semana, todos los demás reproches que desde otros ángulos arrecian sobre la acción del Gobierno. La imagen proyectada por Aznar, y fomentada por otros voceros, de una clase media disgustada frente a Rajoy se parece demasiado a una pose engolada en un arribismo elitista como para animar un debate sin duda pertinente. Porque en el fondo es la misma pose que evita discutir la reforma educativa con el desprecio de quien, demandando más esfuerzo y supervisión centralizada, cree escalar alguna posición en el imaginario clasista.
La desabrida irrupción de Aznar en escena ha provocado que el partido reaccionara delatándose como correa de transmisión de los ‘argumentarios’ del Gobierno. Los militantes y dirigentes no solo están técnicamente incapacitados para aportar alternativas, sino que se ven moralmente desautorizados para sugerirlas siquiera. Solo Aznar y pocos más asoman de vez en cuando para incomodar o contrapuntear el relato oficial. El resto prefiere depositar su confianza en el liderazgo gubernamental, con menos fe que sentido del deber partidario. Así es como el Ejecutivo no solo desdeña a la oposición porque ignora lo que está en juego; esgrime además su papel de guardián de los enigmas del futuro ante su propio partido. Es el poder del Gobierno el único autorizado para elaborar, en cada momento, la síntesis ideológicopolítica del centro-derecha.
Aznar fue el muñidor de la unificación de todo el centro-derecha español en un solo partido. De hecho el PP es una excepción tanto en la historia de la derecha en España como en relación a su espectro homólogo en la mayoría de los países democráticos. La duda que surge tras la entrevista de Aznar es si esa casi milagrosa unidad podría soportar la exteriorización continuada de distintas posiciones. La irrupción de Aznar sugiere que el PP puede mantenerse compacto solo desde la máxima y unánime fidelidad a quien lo dirija en cada momento. El Partido Popular es, con mucha diferencia, la pieza más sólida del bipartidismo hoy en crisis. Pero no cuenta con el cuajo histórico suficiente como asegurar, sin más, su continuidad como partido unitario. El desgaste está siendo contenido por la falta de una opción que reclame la alternancia con un mínimo de crédito. Pero la disciplinada cohesión que han mostrado los fieles a Rajoy parece insuficiente para aventurar la perpetuación popular. El problema no es Aznar sino todo lo que ha aflorado con su perforación del martes.
KEPA AULESTIA, EL CORREO 25/05/2013