Ya no lo es. Tampoco la Prensa de papel, y menos aún la televisión. Si en esta legislatura corre serio peligro el régimen constitucional –y lo corre– no es sólo porque Rajoy siga apostando, como estos últimos años, por aliarse con Podemos para romper el PSOE y hundir a Ciudadanos sino por otra razón: hay una nueva generación de periodistas que, por costumbre o conveniencia, no se toma en serio la libertad, la democracia y la Nación española. Ya sé que no todos son así, pero esa es la tendencia dominante.
Repásense las críticas a las jornadas de Investidura y se verá cómo la mayoría, archiprogre y famélica en Historia de España, se esfuerza en quitarle importancia al desprecio que contra la sede de la soberanía nacional y las víctimas de la ETA mostraron rufianes, paraetarras y podemitas, cuya triple alianza simbolizó el saludo machote del bildutarra, Iglesias y Rufián. La cobarde parálisis de la presidenta del Congreso protegiendo la coz y no a los coceados por rufianes, podematones y euskomatones apenas recibe atención, salvo para exculparla. Ayer, un titular de El País al estilo graciosete de TV3 resumía perfectamente ese periodismo que tiende a banalizar el mal, siempre que el mal –digo, el disculpable error– sea de Izquierda, separatista o proetarra: «Rufián se pasó de frenada». Vamos, que el portavoz del partido aliado con los Pujol y ovacionado por podemitas y proetarras no hizo realmente nada malo, sólo que no lo hizo del todo bien.
Esto es el periodismo de frenada: un freno a la posible indignación de la sociedad contra un matonismo político que, en el fondo, le pone.