Jesús Cacho-Vozpópuli

Lo del comisario Villarejo viene de lejos. Tanto como del año 1992, cuando el diario El Mundo sacó a relucir el caso Ibercorp o el escándalo del gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, el hombre cuya firma figuraba en los billetes de curso legal, participando en una sonora estafa con sus amigos de la beautiful people, los De la ConchaBoyerSoto y compañía. La «cultura del pelotazo». Todos eran íntimos de Jesús Polanco y su grupo Prisa, el imperio mediático de la transición, de modo que entre todos recurrieron al comisario, entonces un desconocido para el gran público, para que pinchara el teléfono de quien esto suscribe en Aravaca con la intención de descubrir mis fuentes informativas. El resultado fue la publicación en El País, en impar y a toda página, de una conversación mantenida con el abogado Juan Alella, entonces uno de los referentes del foro madrileño. La charla, relajada y nocturna, salpicada de tacos, era del todo intrascendente de cara al objetivo perseguido por los «malos», lo que no fue obstáculo para que Joaquín Estefanía, entonces director del diario, cometiera una de esas felonías, de las que jamás se disculpó, capaces de avergonzar de por vida a cualquier profesional del periodismo. Se trataba, táctica acrisolada en Prisa, de desacreditarme como denunciante del caso.

El Grupo Prisa y sus amigos volvieron a tirar del comisario pendenciero y matón en 1997 con ocasión del caso Sogecable, otro escándalo en el que servidor (disculpas por partida doble) tuvo participación destacada junto al inolvidable Jaime Campmany y otros. La operación consistió en matar civilmente al juez Javier Gómez de Liaño por haberse atrevido a instruir sumario de un caso en el que se ventilaba la utilización torticera de las fianzas depositadas por los abonados de Canal Plus. Días atrás, El Confidencial vino a confirmar las sospechas de quienes vivimos aquel episodio: «La Sección Tercera de la Sala de lo Penal considera que existen indicios de que Prisa y el PSOE utilizaron al comisario Villarejo para espiar y neutralizar al juez que asumió el procedimiento contra Sogecable (Prisa), por quedarse con 138 millones de euros (23.000 millones de pesetas) de fianzas depositadas por los clientes de Canal Plus, según recoge un auto del pasado 8 de julio». De acuerdo con la información, «el comisario añade en su denuncia que la trama habría realizado un primer pago de 200.000 dólares a Bacigalupo por la condena de Gómez de Liaño desde una cuenta del Sr. Navalón en un banco de Zúrich. Posteriormente, Bacigalupo recibió supuestamente otros 170.000 dólares desde una sucursal del banco HSBC de las Antillas inglesas». Siempre tuve la sospecha de que los Prisa/Polanco habían logrado ablandar a Enrique Bacigalupo, juez firmante de la sentencia, y al también juez Baltasar Garzón -íntimo amigo de Liaño hasta el lance-, y que la persona que había oficiado de intermediario había sido Navalón, a quien después Prisa «exilió» en México con un puesto de responsabilidad. Polanco («¿Tú sabes cuánto nos ha costado esto, Juan Luis?») y Cebrián salvaron los muebles gracias a una operación en la que se movió mucho dinero y en la que llegó a participar José María Aznar, quien una noche recibió en Moncloa la llamada descompuesta de un Polanco a punto de llanto: «¡Que me lo meten en la cárcel, José María, que me lo meten!». Quien previamente había llamado era el rey Juan Carlos I.

Villarejo, un tipo zafio, prepotente y mal encarado, carente del menor encanto personal, no quiere morirse en la trena. Le aterroriza. Y ha decidido embarrar el campo hasta hacerlo irreconocible, buscando, quizá, la nulidad de las actuaciones

El auto explica que «el propio Villarejo presentó en 2019 una denuncia en el Juzgado de Instrucción número 45 de plaza de Castilla en el que reconocía su vinculación con los hechos y aseguraba que en su vivienda de Boadilla tenía escondidas grabaciones de los encuentros que mantuvo con dirigentes del PSOE y Prisa para perfilar la operación». Así reconoce que «se citó en varias ocasiones con el abogado Matías Cortés, con el también letrado Horacio Oliva y con el periodista Antonio Navalón, así como con el político socialista Txiqui Benegas, que habría ejercido como enviado de Felipe González«. La semana pasada, una tanda de grabaciones salidas de la interminable bodega de audios del famoso Villarejo levantó una auténtica polvareda al revelar que la estrella televisiva de La Sexta, García Ferreras, había dado pábulo a una información falsa publicada en el Okdiario de Eduardo Inda -el periodista favorito de Villarejo- sobre un supuesto pago efectuado a Pablo Iglesias en el paraíso fiscal de Granadinas. Un posterior comentario de Arcadi Espada en El Mundo ha provocado la reacción airada del grupo AtresMedia prescindiendo de sus servicios como tertuliano en el matinal que Carlos Alsina dirige en Onda Cero. El poder de Mauricio Casals, el capo di tutti i capi en AtresMedia, es infinito. De la denuncia de Espada, de la que apenas había constancia, se ha enterado ya toda España.

De 1992 al 2022 han transcurrido 30 años de una ininterrumpida letanía de escándalos en torno a una figura, la del ex comisario José Pepe Villarejo, cuyas «fazañas» han contaminado gravemente varias décadas de historia española. Una corrupción inaudita, una corrupción continuada en el tiempo, que ha salpicado a casi todas las instituciones, a la Justicia, por supuesto, pero también a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, a la clase política, a la empresarial y, naturalmente, a la periodística, una de las grandes damnificadas por este pertinaz incendio. Es verdad que este país ha progresado mucho desde 1978 a esta parte, pero, a la hora de hacer balance, los españoles nos hemos tenido que tragar sapos del tamaño de este escándalo, similar, si no mayor, al de la corrupción del rey emérito y otros de parecido porte. Villarejo es una enmienda a la totalidad de la salud y calidad de la democracia española. Durante años, el sujeto dispuso de un pequeño ejército formado por policías, abogados, informantes, personal de juzgados, y periodistas, la claque encargada de actuar de altavoz insertando en los medios la morralla que le convenía publicitar. En la última década, un selecto club de plumillas ha alcanzado fama como «periodistas de investigación» por el sencillo método de pasarse por el despacho del comisario Eugenio Pino (ex DAO) en la calle Miguel Ángel para recibir, de su mano o de la del propio Villarejo o alguno de sus adláteres, papeles que al día siguiente abrían los medios. El periodista Javier Ayuso, que en las páginas de El País (el de Antonio Caño, no el panfleto al servicio de Sánchez que ahora dirige «Bueno, Pepa«) destapó el entramado empresarial del ex comisario, está sacando a la luz estos días en su cuenta de Twitter (@JavierAyusoC) los nombres de la troupe periodística que ha servido a Villarejo con ejemplar dedicación. Ya van cerca de la veintena, pero faltan algunos más y de gran relumbrón.

«Llegó a creerse omnipotente», corrobora un colega de El Mundo. «Manejo el aparato represor del Estado (hasta con 11 ministros del Interior ha llegado a trabajar), tengo policías y abogados, dispongo de una red de informantes, controlo a jueces y empresarios, la clase política me corteja y me teme, y cuento con una nómina de periodistas a mi servicio… Soy invulnerable. Hago un papel, lo filtro, y al día siguiente lo veo publicado. Puedo destruir a cualquiera. Soy Dios…». Y realmente llegó a creerse una pequeña deidad en ese pestilente y oscuro mundo de las cloacas policiales. Un tipo al socaire de cualquier contingencia. Tiene grabadas cientos, quizá miles, de horas de conversaciones. Todo el que se reunía o conversaba con él quedaba registrado. Lo sabe todo de casi todos, y durante años le embargó una insuperable sensación de impunidad. Pero, tras pasar más de tres años en la cárcel, las cosas han cambiado. La espantosamente lenta Justicia española le pide 80 años de cárcel por tres de las piezas separadas que están a punto de caramelo de la vista oral. Le quedan 27 piezas más. Y Villarejo, un tipo zafio, prepotente y mal encarado, carente del menor encanto personal, no quiere morirse en la trena. Le aterroriza. Y ha decidido embarrar el campo hasta hacerlo irreconocible, buscando, quizá, la nulidad de las actuaciones. Ha dividido su bodega de audios en partes o parcelas y las ha puesto en circulación, generalmente a tanto la pieza. Dicen que «quiere vengarse de todos los que le han traicionado». Y hay de todo, como en botica, y para todos. Medios informativos y/o simples particulares compran lo que quieren para publicar lo que les conviene. Lo que publico yo contra mis enemigos, es bueno; lo que publican mis enemigos contra mí, falso.

Ferreras sigue en su puesto, también Inda. Quien ha caído ha sido Espada. Villarejo como síntoma de los males de la democracia española y de una profesión, la periodística, que atraviesa por uno de los momentos más bajos de su historia

La periodista Patricia López, ex del diario Público.es, apadrina un digital aparecido este mismo mes donde se están publicando las conversaciones grabadas por Villarejo de un almuerzo celebrado en mayo de 2016 en el que participaron, además del propio Villarejo, el también ex comisario y jefe de la UDEF José Luis Olivera, el empresario Adrián de la Joya, el presidente de La Razón, el ya citado Casals y el director de La Sexta, García Ferreras. Uno de esos cónclaves en los que, entre risas y bravuconadas, se concretaban operaciones contra potenciales enemigos. Uno de los afectados podría haber sido Javier Pérez Dolset, dueño del grupo Zed. Dolset pasó casi un mes en la cárcel a consecuencia de una celada tendida por las cloacas con documentación falsa que se tragó el juez García Castellón. A su salida del «colegio», como decía Javier de la Rosa, ha jurado destruir a los responsables del atropello, aunque para ello tenga que emplear su fortuna. Él es uno de los particulares que se ha hecho con cintas de la audioteca de Villarejo, cintas que podría estar publicando ‘Crónica Libre’. Fue esta web la que, el 12 de julio, detonó la conversación en la que Ferreras reconoce haber publicado la supuesta cuenta de Iglesias en Granadinas a pesar de haberle parecido «material muy burdo«. «A este locutor Ferreras le viene un día su socio Inda con una de sus basuras convencionales (…) y decide airearla en su programa de La Sexta, consciente del carácter burdo -tosco, basto, grosero- de la información. A mí que me registren, se le oye pensar», escribe Espada en El Mundo («Un burdo rumor»). «Las mentiras de Ok Corral en La Sexta son las mentiras de Ok Corral y La Sexta, una empresa conjunta, insisto, de buenos beneficios», concluye el articulista. Inda y Ferreras, Ferreras e Inda, una forma de entender el periodismo bajo la advocación de san Florentino Pérez, patrón del capitalismo cañí hispano. Una de esas extrañas conexiones que explican algunas de las cosas que suceden en este curioso país nuestro.

Ferreras sigue en su puesto, también Inda. Quien ha caído ha sido Espada. Villarejo como síntoma de los males de la democracia española y de una profesión, la periodística, que atraviesa por uno de los momentos más bajos de su historia. Un oficio podrido. Cierto que desde hace tiempo, que esto, lógicamente, no es de ahora. Empezando por la proverbial ausencia de grandes editores vocacionales. Aquí solo ha habido editores de ocasión dispuestos a hacer negocios con los medios, tipo Polanco en su día. O Javier Godó hoy. Leído el viernes: «La radio de Grupo Godó se llevó 10 millones de euros en publicidad de la Generalitat entre 2016 y 2021». Solo la radio, RAC1. Y siguiendo por la debilidad de las cuentas de resultados, un asunto que está en el origen de gran parte de los males del sector, acrecentados por la caída de la publicidad provocada por la crisis de 2008 y la aparición de las multinacionales tecnológicas americanas que, ante la mirada impotente de Bruselas, se comen el 80% de la tarta publicitaria. Todos siervos de Google, de rodillas ante el Dios Google. Casi todos los grandes grupos están en quiebra técnica, una debilidad estructural que ha hecho posible la instrumentalización de los medios por parte de grupos de presión, grandes empresas y «bandas criminales organizadas», según la definición judicial, como esas cloacas policiales sobre las que ha reinado Villarejo.

Todos los medios, desde el más poderoso multimedia hasta el más humilde portal de Internet, dependen financieramente del Ibex 35, lo que crea una dependencia francamente malsana desde el punto de vista de las libertades informativas. Todos pasando por caja, porque «el perro nunca muerde la mano del que le da de comer», en frase que solía repetir José Antonio Sánchez, editor de El Confidencial, cuando visitaba los despachos de los Dircom para renovar los acuerdos con las siete u ocho grandes firmas que mantienen a todo el sector. Para agravar la situación, hace tiempo que esas grandes empresas optaron por poblar sus gabinetes de comunicación de periodistas, en la creencia, desgraciadamente cierta, de que así les será más fácil controlar a los medios. Las notas de prensa disfrazadas de noticias pueblan el panorama informativo. La puntilla la ha dado la irrupción de Internet con la aparición, costes de establecimiento mínimos, de una pléyade de medios que no han contribuido a sanar los males del oficio, sino a agravarlos, dada la precariedad de recursos y la dependencia del Ibex. La clave del arco sigue descansando en una pregunta: cómo sostener una redacción bien pagada y capaz de hacer información propia y de calidad. El cierre de la información a suscriptores no da, ni de lejos, para tanto. No hay modelo de negocio.

No hay periodismo independiente. Hay periodismo de trincheras, periodismo de barricada, periodismo al servicio arrastrado del poder, ese que diariamente exhibe El País. ¿Resultado? Los lectores no se fían de nosotros. Y hacen bien

Algunos otros asuntos, más propios del oficio que de sus circunstancias, han contribuido a acrecentar los males de una profesión sometida a todo tipo de servidumbres. La pésima formación con la que salen los titulados de unas Facultades de Periodismo que seguramente habría que cerrar cuanto antes. Este es oficio que, sobre una sólida base cultural, se aprende en unos meses. De las aulas salen titulados con una vasta cultura general de un centímetro de espesor, pero, eso sí, casi todos podemitas, la mayoría de ellos instalados en la izquierda más rabiosa. Encontrar un joven periodista liberal es toparse con una joya. Un fenómeno que explica la ideologización extrema de los medios, el alineamiento con derecha, unos, o con izquierda, otros. La pérdida de esa neutralidad que un día fue santo y seña de la profesión. Y la corrupción, claro, mucha, muy abundante, porque, en contra de lo que creen algunos viejos popes, la misión del periodista consiste en transmitir -socializar- información, no en cambiar ministros o derribar Gobiernos. Tampoco en hacer amigos que te inviten a viajar a la finca extremeña en su avión privado o en hacerse rico. La corrupción siempre a la vuelta de la esquina.

Llegados a este punto habría que decir que lo verdaderamente extraordinario sería que el periodismo hubiera escapado a la crisis general -política, económica, institucional- que vive España. La situación del periodismo no es sino el reflejo de la pérdida general de referentes, una víctima más de la descomposición de un país que vaga sin rumbo y sin proyecto. Un sector precarizado, sometido a todas las presiones y que probablemente tiene el enemigo en casa. Lo más sano ahora mismo son esos periodistas de base que tratan de cumplir honestamente las reglas del oficio. Los hay a cientos en las redacciones. La corrupción, por eso, vive arriba, en los grandes popes, en las gerencias, en las direcciones, contaminadas todas hasta el tuétano por ese medio ambiente que ha envilecido a la clase política y también a la empresarial. El capo Villarejo y su banda organizada no han hecho, por lo demás, sino poner de manifiesto la gravedad del enfermo. Seguiremos viviendo escándalos salidos de la inagotable bodega de audios del ex comisario que nos helarán la sangre. Además del famoso almuerzo con Garzón y Dolores Delgado, la ex FGE («Marlasca maricón»), Villarejo mantuvo hasta cinco más con los citados. Horas de grabaciones llenas de dinamita. ¿Por qué ha dimitido nuestra Lola se va a los puertos? Lo sabremos pronto. No hay periodismo independiente, por mucho que presumamos de ello. Hay periodismo de trincheras, periodismo de barricada, periodismo al servicio arrastrado del poder, ese que diariamente exhibe El País. ¿Resultado? Los lectores no se fían de nosotros. Y hacen bien.