JON JUARISTI-ABC

  • Está desapareciendo lo mejor del elenco del viejo periodismo que defendió la democracia liberal en la Transición

Asistí el miércoles, con Joaquín Leguina, a un homenaje póstumo a Jorge Martínez Reverte, en la Residencia de Estudiantes, cuyo salón de actos rebosaba de peña de mi generación. El trienio de la pandemia ha sido mortífero para periodistas que admiré y quise hasta el final y después. El primero en caer fue Josemari Calleja. El último, hace una semana, mi paisano José Manuel Garayoa Romero, o sea, Manu Garayoa. Entre uno y otro, han muerto Jorge, Patxo Unzueta y Victorino Ruiz de Azúa, también miembros de mi farra querida de aquellos tiempos.

De Manu Garayoa escribí algo este pasado verano, en una semblanza de Patxo Unzueta que Fernando Savater me encargó para ‘Claves’, su revista cultural. Decía allí que fue Manu quien primero me habló de Patxo, al que había conocido y tratado, si bien por breve tiempo, en la Facultad de Ciencias Económicas de Sarriko, donde coincidió asimismo con Joaquín Leguina. Como Patxo, Manu Garayoa abandonó Sarriko sin terminar la carrera, y también por motivos políticos. Lo detuvieron y procesaron en 1967 por montar en su facultad el SDEU, un sindicato antifranquista de estudiantes que promovía la FUDE. Marchó a Barcelona, a estudiar Periodismo, en compañía de otro bilbaíno de excepción, Ramón Aguirre. Allí controlarían durante una temporada ‘Ajoblanco’, revista alternativa y ácrata, e incluso se inventaron un suplemento ecologista, ‘Alfalfa’, de corta duración.

Manu y yo nos encontramos en la mili, en Logroño, ambos en régimen de castigo, sin permisos ni rebajes. Me pilló en el cuerpo de guardia leyendo un ensayo sobre Marx y me impuso, como castigo, una larga lista de lecturas edificantes (Stendhal, Céline, Anthony Burgess, Bioy Casares, Raymond Chandler…). Manu era tres años mayor que yo y, sin duda, el tipo más culto, más gamberro y más divertido que yo había conocido hasta entonces.

Pero, sobre todo, Garayoa era ya un liberal congénito que se ignoraba y se creía anarquista (porque el anarquismo funciona, a veces, como una forma barata y desorientada del liberalismo, apta para jóvenes insolventes, como lo que entonces éramos). El José Manuel Garayoa maduro, director de ‘Dinero’, suplemento financiero de ‘La Vanguardia’, y presidente de la Asociación Española de Periodistas Económicos, fue un ortodoxo seguidor de la Escuela de Chicago (la de Milton Friedman, no la de Alfonso Capone, aunque sospecho que en sus años mozos, de haber estado todavía en vigor la Ley Seca, le habría encantado dedicarse al contrabando de whisky por la frontera canadiense: una cosa no quita la otra).

Manu Garayoa fue uno de mis dos maestros en librepensamiento. El segundo, otro gran periodista fallecido antes de la pandemia: Germán Yanke. Ejemplares selectos ambos del alma liberal de nuestra Bilbao Invicta y mis convillanos y amigos inolvidables. ¡Adios, muchachos, hasta pronto!