La reinserción social de los penados no es la única función de la pena, según parece creer la retórica buenista. El Código Penal no se llama aún Código de Reinserción. Están, además, la expiación, la retribución a las víctimas y la seguridad.
Esta, que debería ser una historia extraordinaria, se está convirtiendo, no ya en cotidiana, sino en una escena costumbrista. Un recluso obtiene un permiso de cuatro días para salir de la cárcel de Pontevedra, donde cumple condena de dos años y siete meses por malos tratos a su ex mujer. En un breve espacio de tiempo mata a su novia, busca después a su ex para hacer lo propio. No la encuentra y acuchilla a dos vecinos que habían testificado contra él y a un policía que trató de detenerlo.
También hay tradición de que la víctima interceda por su verdugo. María del Rosario, que así se llamaba la de este suceso, había pedido al director de la prisión que se concediera el tercer grado a lo que con evidente impropiedad llamamos en estos casos su compañero sentimental. No lo había denunciado por malos tratos, ni consta que éstos se hubieran producido con anterioridad.
Hubo un tiempo en que los presos aprovechaban los permisos para no volver. Normalmente había algo de polémica, claro. Nadie podía entender que a tipos como Fernando Lerdo de Tejada, uno de los asesinos de los abogados laboralistas de Atocha en 1977, se le pudiera dar un permiso de fin de semana dos años después. Desapareció antes del proceso. A Carlos García Juliá, otro que tal, le dieron un permiso en agosto de 1994, para viajar a Sudamérica mientras estaba en libertad provisional. No volvió. El juez que autorizó el viaje fue el mismo que el año pasado avaló la prisión atenuada para De Juana Chaos. Otro tanto pasó con Emilio Hellín, condenado por el asesinato de la joven Yolanda González, que aprovechó un permiso para marcharse a Paraguay en 1987. El último ha sido Emilio Rodríguez Menéndez. Nada hay que reprocharles a ellos, sino a quienes hicieron posible su fuga, porque la primera obligación de un preso, ya se sabe.
La lista es tan larga como se quiera, pero es aún más impresionante la de quienes aprovechan los permisos carcelarios de fin de semana para seguir en lo suyo. Por ejemplo, Antonio Anglés, condenado por agresión sexual, disfrutaba de un permiso carcelario el fin de semana que violó, torturó y asesinó a las tres niñas de Alcasser en noviembre de 1992; un poco antes, Valentín Tejero aprovechó un permiso para violar y asesinar a la niña Olga Sangrador. El violador múltiple de Granada cometió 16 violaciones y 14 robos durante sus permisos carcelarios. Pedro Jiménez cumplía condena por ocho delitos sexuales y robo. Un permiso de fin de semana le bastó para asesinar a dos policías en prácticas y violar a una de ellas.
El Ministerio del Interior investiga los fallos que han podido producirse, por qué el GPS que llevaba el recluso en la pulsera no emitió señal de alarma alguna cuando entró en la zona de exclusión en torno a la casa de su ex mujer. También habrán de investigarse los informes que permitieron la excarcelación. El director de la cárcel contaba ayer que todos ellos eran favorables. Si es así, y no hay motivo para dudarlo, lo que está mal es el sistema. Se necesitan otros controles capaces de impedir que un psicópata vuelva a sus aficiones durante los permisos carcelarios.
La reinserción social de los penados no es la única función de la pena, según parece creer la retórica buenista. El Código Penal no se llama aún Código de Reinserción. Están, además, la expiación, la retribución a las víctimas y la seguridad. Pero es que, en todo caso, hay condenados cuya reinserción es mucho más difícil que la de sus compañeros de cárcel. Son los delincuentes sexuales y los maltratadores. Algo habrá que hacer.
Santiago González, EL MUNDO, 1/12/2008