ABC-LUIS VENTOSO

Al nacionalismo solo se le gana desde la oposición frontal

CRUYFF, jugador fabuloso y entrenador innovador, gastaba un soniquete insolente en sus años dorados en el banquillo. Si en una rueda de prensa no le agradaba una pregunta, el flaco solía desacreditar al periodista con esta invectiva: «¿Tú has jugado alguna vez a esto?». El holandés negaba la capacidad de emitir juicios sobre fútbol a quien no hubiese sido pelotero; un absurdo. Algo similar ocurre cuando alguien que no vive en una comunidad donde manda el nacionalismo trata de analizar su situación política. «No se puede opinar sin vivir aquí», advierten catalanes y vascos. «Del Ebro para abajo las cosas se ven de un modo diferente», rezongan en el PP vasco actual. No tienen razón. A veces es precisamente la lejanía lo que permite distanciarse de las distorsiones emocionales y ver los contornos del debate político-moral con mayor lucidez.

Ser complaciente con el nacionalismo nunca le ha rentado a ningún partido estatal. Ejemplo de manual es Escocia. El laborismo se despeñó –de 40 diputados a uno– en cuanto comenzó a ensimismarse en el terruño y aparcó la crítica al nacionalista SNP. Por el contrario, el Partido Conservador, que no pintaba nada en Escocia y era detestado desde Thatcher, se alzó al segundo puesto cuando la joven y desenvuelta líder tory local, Ruth Davidson, plantó cara sin cuartel a Sturgeon. El agudo Tony Blair se lo soltó muy claramente a los laboristas: «El problema de Escocia no se arregla siendo los más escoceses. No se puede competir con el nacionalismo ofreciendo lo mismo que ellos». En España tenemos otro buen ejemplo: Ciudadanos acabó ganado las elecciones catalanas gracias a batirse contra el pensamiento único nacionalista y no pasarle una.

La aristócrata hispano-galo-argentina Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz parlamentaria del PP, puede no resultar la persona más grata (su deje sobrado no la ayuda), pero en la lotería de la inteligencia salió bien parada, y además la cultivó en Oxford, ni más ni menos que con sir John Elliott como mentor. Esta semana, en víspera de la convención del PP vasco, Cayetana acusó a sus correligionarios locales de «tibios» con el nacionalismo. Defendió que hay que hablar de «igualdad entre españoles libres» y no de «derechos históricos» que alzapriman a unos frente a otros, y recordó una verdad incómoda: desde que suavizó su dialéctica antinacionalista, el PP vasco ha ido de mal en peor, hasta lograr el hito en las últimas generales de no lograr ni un escaño, lo nunca visto. Alfonso Alonso –peleón y tesonero, pero que en la lotería de la cuna no recibió las neuronas de Cayetana– y su equipo se han indignado con el comentario y han invocado su heroísmo en la lucha contra ETA, que es cierto, pero una cosa es ser un héroe admirable y otra gozar de buen juicio político. Y me temo que en este interesantísimo debate, muy importante para España, la razón acompaña a Cayetana. El votante vasco conservador y constitucionalista no quiere que le digan que el PNV es sensato y que los fueros son la leche. Lo que busca es un antídoto contra la suave, pero pegajosa, presión nacionalista que lo impregna todo. Y ahí el PP no está acertando.