Antonio R. Naranjo-EL DEBATE
  • Acudir de tres en tres a ver a Sánchez es una de las decisiones más lerdas que ha adoptado en años

Este viernes Pedro Sánchez recibirá a tres presidentes autonómicos de una tacada, como si fuera un festival taurino en unas fiestas de pueblo: primero el lehendakari, q a quien le gustaría ser un enérgico Gremlin mojado pero no pasa de lindo gatito. Y después ya los presidentes de Andalucía y Galicia, Juanma Moreno y Alfonso Rueda, dos tipos cabales que logran por ello mayorías absolutas en sus tierras.

Da igual cómo acabe el encuentro y cómo lo hagan los demás sucesivos: Sánchez ya ha ganado al cambiar el marco, el juego, el foco y la discusión pública. Ya no es el infumable atraco que supone aceptar un «cupo catalán», a sumar a los dos robos legalizados en los paraísos fiscales del País Vasco y Navarra. Ahora lo es que eso se podría llegar a aceptar si al mismo tiempo se refuerza la financiación del resto de autonomías.

Es decir, una cuestión estrictamente conceptual, que atenta contra el núcleo fundacional de la Constitución y de la propia idea de España, se transforma en una subasta, cuya mera celebración ya constituye una victoria de Sánchez y un blanqueamiento tal vez irreversible de la rendición en Cataluña, más propia (otra vez) del epígrafe dedicado a la traición en el Código Penal que del simple cambalache político.

Acudir a La Moncloa a ver a Sánchez, con la agenda, los tiempos, el orden del día y la puesta en escena de Sánchez, no era una obligación inevitable, por mucho que lo repitan los ingenuos barones del PP, que podían haber cubierto sus responsabilidades institucionales sin alimentar la trampa obscena del engañabobos del PSOE.

Les bastaba con aceptar el encuentro, cómo no, pero en el formato que la ley impone a Sánchez, que es el de una Conferencia de Presidentes y un Consejo Fiscal: no se puede decir que está en juego la unidad y la cohesión de España y, a la vez, renunciar al cauce formal que responde a esa inquietud y asumir la fragmentación de la negociación, como si lo importante fuera cuánto más sacan Madrid, Aragón, Andalucía o Extremadura y no en qué estado terminal queda la España constitucional al ser sustituida por el universo siciliano del pequeño Largo Caballero.

En este viaje, que acabará con los presidentes del PP disfrazados de pagafantas y Sánchez llevándose en sus narices a la rubia al lecho, el PP devalúa algo más que la única estrategia válida para medirse a un sátrapa sin líneas rojas que le miente hasta a su médico: demostrar que, frente al Estado paralelo montado por Sánchez con acólitos del corte de Pumpido, hay un poderoso bloque institucional, unido y enérgico, fiel a la Constitución sin fisuras, conformado por todas sus Comunidades Autónomas y el Senado, capaz de fijar el objeto de la discusión y de evitar las maniobras de distracción proverbiales del sanchismo cuando quiere llevarse el gato, o toda la gatera, al agua.

Importa poco lo que digan ahora Moreno, Rueda, Mazón o Azcón: ya lo han dicho todo cayendo en la trampa tendida por Sánchez, que ha logrado que se discuta más sobre el dinero que debe darle a Andalucía (como si abrir el grifo no supusiera más impuestos para los ciudadanos y más deuda para España) y no sobre la barbaridad inconstitucional que está perpetrando en Cataluña para comprarse un puesto que no le dieron los ciudadanos.

En ese viaje, por si todo eso fuera poco, queda dañada además la autoridad de Feijóo, que no ha podido, querido o sabido imponer un discurso único y se ha dedicado a sobrevivir a las opiniones de sus teóricos subordinados, en la práctica convencidos de que, mientras no gobierne en España, los importantes son ellos, que para eso manejan presupuesto.

Tal vez algún día el PP despierte y entienda que la única manera de tratar a Sánchez es como Sánchez le trata al PP. Pero cuando asuma tan sencilla certeza, visible incluso para uno de los entrañables vendedores de cupones, quizá ya sea tarde.