- Con su afán de pescar a votantes desencantados del PSOE, Génova está empezando a desatender a su público natural de centro-derecha y derecha
De vez en cuando las marcas de cerveza lanzan una encuesta preguntando a los españoles: «¿Con qué político te irías de cañas?». Si me preguntasen, confieso que no elegiría a Cayetana Álvarez de Toledo. El personaje no me resulta especialmente agradable, qué le vamos a hacer. Y, sin embargo, no se le puede negar su evidente valía. Es una de las pocas políticas españolas actuales con un armazón intelectual bien forjado y tiene las ideas claras, que además no son las del PSOE, a diferencia de algunos de sus compañeros de partido. De propina se trata de una formidable oradora (véase el repaso que le acaba de propinar a Bolaños en el Congreso).
Entonces, ¿qué hace una política de la calidad y punch de Cayetana en el banquillo del PP mientras se sitúa bajo los focos a los tan correctos como inanes centristas Borja S. y Cuca G.?
El barco de Sánchez presenta ahora mismo más boquetes que el casco del Monte Jaján, barco de madera que capitaneaba mi padre en Gran Sol y que naufragó unos años antes de que yo naciese. Pero el PP no acaba de lograr que el grueso de la opinión pública vea el sanchismo como lo que es: un buque a la deriva zarandeado por la corrupción, la incompetencia y los tics autoritarios. Algo falla en su labor de oposición, y en parte tiene que ver con su reparto de actores. Gamarra es una política correcta y honesta. Pero para el gran público cuando habla es como quien oye llover. Sémper directamente no es un político de derechas. La pegada del PP mejoraría enormemente con Cayetana haciendo oposición dura a la vera de Tellado, que sí tiene mordiente y funciona.
Con esos dos arietes correosos en punta de ataque, Feijóo podría reservarse el papel de hombre bueno y lanzar ofertas en positivo, ofreciendo a los españoles la esperanza de un modelo alternativo al de la izquierda. Pero eso no está ocurriendo. A día de hoy, todo lo que hace el PP es repetir que Sánchez es muy malo —algo que ya sabemos— y proclamar que si ellos ganan cumplirán la Constitución e intentarán cuadrar las cuentas (¡qué menos!). Pero eso no basta. Conformarse con ese programa es la película Mariano 2. Se repetiría el error de Rajoy, que saneó la caja, pero dejando intacto todo el marco mental y social del PSOE (incluida su economía socialdemócrata, de la que poco se alejó).
¿Dónde tiene que situarse el PP en el espectro ideológico para conquistar la Moncloa? Gran pregunta.
Los actuales jerarcas del PP creen que solo pueden ganar desde el centro-centro (o casi centro-izquierda), robándole votos al PSOE. Pero otros piensan —o pensamos— que en un momento en que toda Europa está girando a la diestra se podría echar a Sánchez con un discurso nítido de centro-derecha, de economía liberal, de fortalecimiento del Estado y de retirada de la empanada insufrible de ingeniería social que nos ha traído la izquierda (condena de la cultura del esfuerzo, desprecio de la familia tradicional y hasta del hecho biológico del hombre y la mujer, histeria climática que lastra nuestros bolsillos y una fiscalidad extractiva para financiar un modelo que prima el subsidio sobre el emprendimiento empresarial). Pero no se percibe un interés por revertir ese esquema del mal llamado «progresismo». Génova nos está vendiendo un PP que viene a ser un PSOE tipo González, aseado y constitucionalista. ¿Es suficiente?
En los últimos días he hecho un pequeño experimento sociológico casero. He planteado a varios amigos y conocidos, votantes de PP y Vox, lo siguiente: «Si Sánchez saca adelante el cupo catalán, ¿tú crees que Feijóo lo retiraría si llegase al Gobierno?». Todos me contestaron más o menos lo mismo: «No. Lo dejaría estar diciéndole a su gente que ahora ya no se puede molestar a los catalanes revirtiéndolo».
Esa es la percepción que existe entre muchos votantes del PP sobre la ubicación ideológica actual del partido. A costa de hacer carantoñas a los votantes desencantados del PSOE, el PP corre el riesgo de empezar a defraudar a su parroquia natural.
Aterricen: al votante de derechas no le gusta ver al líder del primer partido de la oposición diciendo «Comunitat» Valenciana cuando habla en español para toda España. O refiriéndose al presentar su —acertado— plan de ayudas escolares a las «familias monoparentales y LGTB», con la jerga del PSOE. O al PP gallego publicando folletos para jóvenes donde les habla de si están ya «anotados y anotadas», rindiéndose así al lenguaje inclusivo distintivo del PSOE. Al votante de centro-derecha y derecha no le gusta ver al PP mallorquín cargándose el PIN parental, que a pesar de todo el ruido de la izquierda era algo tan lógico como que los padres puedan decidir sobre quién habla a sus hijos en charlas en los colegios (¿o es que es obligatorio aceptar que venga cualquiera a predicar «progresismo» a tus hijos?).
Al votante de centro-derecha y derecha tampoco le gusta observar que tras la espantada de Vox el PP ya está dejando caer las llamadas «leyes de concordia», que suponían un saludable antídoto frente a unas «leyes de memoria» inaceptables, pues bajo pena de multa imponen una lectura única y sectaria de la historia y fulminan la libertad de cátedra. Al votante de centro-derecha y derecha no creo que le entusiasme ver al Ayuntamiento de Madrid rindiendo homenaje a Almodóvar con una gran exposición (reflejando un complejo ante el rodillo de la izquierda cultural que repiten por media España).
Mi pronóstico es que Feijóo dormirá en la Moncloa, porque el sanchismo está reventando. Pero se puede llegar de dos maneras, porque la fruta del PSOE está tan podrida que cae de madura, o porque se ha conquistado a los españoles con la ilusión de un programa alternativo, con otros valores y esperanzas.
El PP tiene que dejar de correr como un pollo sin cabeza, pararse a leer y pensar más, fortalecer su propuesta programática y explicar claramente a su público qué tipo de partido quiere ser, si estamos ante Ciudadanos 2 o estamos ante el Partido Popular.