Los afiliados socialistas debaten estos días las bases políticas del Congreso que celebrarán en Sevilla. Sería la ocasión para pronunciarse sobre amnistía o cupo catalán, pero de esas asambleas solo salen silencios cómplices que legitiman pactos que avergüenzan. Ni hablan de esas cosas ni los periodistas locales les preguntan, seguramente por no molestar. Asumen sin rechistar que los herederos de ETA decidan sobre la Ley de Seguridad y que los jefes del PSOE lo justifiquen como un “compromiso electoral del presidente del Gobierno” con Otegi. ¿Se les han olvidado las víctimas de la banda terrorista?
No se me va de la cabeza que, siendo yo candidato al Congreso en Zamora, el 7 de marzo de 2008, a dos días de la jornada electoral, asesinaron a Isaías Carrasco. Descendiente de una familia emigrante zamorana, había sido concejal socialista en Mondragón entre 2003 y 2007. Recuerdo bien aquel día terrible ante la casa de su abuela Agustina en Morales de Toro. Allí estaba todo el pueblo, con la incredulidad y la rabia escritas en los rostros. Le habían matado con cinco tiros dentro de su coche. María Ángeles, la esposa de Isaías, y su hija mayor, Sandra, oyeron los disparos y le vieron agonizar en la puerta de su casa. Tenía 43 años.
Los militantes socialistas que se reúnen estos días en Toro o en Zamora saben que su partido hará todas las reformas legales que le exijan para adelantar la salida de la cárcel del asesino de Isaías, que será homenajeado
Lo mató Beñat Aguinagalde, que después asesinaría al empresario Ignacio Uría, además de intentar una carnicería al hacer estallar dos bombas-trampa contra varios policías en Hernani en enero de 2009. Detenido y condenado a 400 años en 2015, el ministro Marlaska lo incluyó en el acercamiento a prisiones vascas en octubre de 2022 como parte de los compromisos del presidente Sánchez con Otegi. En enero de 2023 intentaron concederle un tercer grado, que no lograron porque el magistrado Pablo Llarena lo impidió en el Tribunal Supremo. Los militantes socialistas que se reúnen estos días en Toro o en Zamora saben que su partido hará todas las reformas legales que le exijan para adelantar la salida de la cárcel del asesino de Isaías, que será homenajeado con un ongi etorri. ¡Presos por presupuestos!
Si fuera necesario tranquilizar la conciencia de algún militante, usarán la más indecente de las falacias fabricada para salir del paso. Le dirán que los diputados bildutarras son tan legítimos como cualquier otro y los pactos con ellos, plenamente democráticos. Eso como “explicación” de las concesiones del PSOE a los de la ETA que desprotegen a policías y guardias civiles para que “los chicos” puedan, como en Alsasua, patearlos en las fiestas patronales –“¡que se vayan, se vayan, se vayan!”. No, el Partido Socialista no pacta con ellos porque ya no matan, sino para hacer presidentes a Chivite y a Sánchez. Ese anzuelo que muerden, señores afiliados, lleva el cebo dentro, y todos lo saben.
Cada socialista, en cada agrupación local, no desconoce que asesinaron a Isaías Carrasco porque defendía el orden constitucional. Saben que los etarras desprecian a la Policía y a la Guardia Civil porque odian a España. Ningún militante puede ignorar hoy que ETA no mataba contra Franco, mataba contra la democracia española. El 95% de los crímenes etarras tuvieron lugar en democracia, después de morir el dictador. Ahora, el PSOE se subordina a la narrativa de los de Otegi que convierte a los asesinos en héroes del “pueblo vasco” en un “conflicto” con España.
La gran abdicación
Muchos españoles no entienden el silencio de los militantes del Partido Socialista. He utilizado en varios artículos las claves que se dan en “Cómo mueren las democracias” para comprender las obligaciones de los partidos políticos a la hora de impedir la degradación de un sistema democrático. La tesis central del libro se refiere al Partido Republicano y a Donald Trump y es de aplicación completa al Partido Socialista y a Sánchez. En 2016 se produjo, como en EEUU, la “gran abdicación” del PSOE en su obligación constitucional de guardián para evitar que un peligroso demagogo accediera al poder. En la sede de Ferraz, aquella urna escondida tras una cortina anticipaba lo que vendría después.
Los militantes, ahora callados por vergüenza, olvidaron que no se puede perder la democracia para no perder el poder. Así, hasta hoy, cuando el PSOE concede que la Policía y la Guardia Civil dependa de Bildu y la financiación del Estado, de Esquerra Republicana. ¿Qué os pasa?