Félix Madero-Vozpópuli
El disparate se ha instalado en los que nos gobiernan, en los que aspiran a hacerlo y en nosotros, que soportamos los rigores de este teatro infame sin rechistar
Cuando en 1982 el grupo punk madrileño Kaka de Luxe hizo popular la canción que lleva el título de este artículo corría el año 1982. Pedro Sánchez tenía ocho añitos y su ‘vicepresidente’ e inquietante valido Iván Redondo uno. Criaturitas.
Pero qué público más tonto tengo / Un, dos, tres, cuatro / Decididamente / Pero qué público más tonto tengo… El grupo en cuestión maltrataba con su letra a aquellos que habían pagado una entrada por verlos –aguantando un montón de bobos / a un montón de lelas-. El tiempo pasado de ayer a hoy es de 38 años, y no hay señales de que el público, el que paga por un concierto o el que va a votar, haya cambiado mucho en la consideración de quienes demandan su atención, bien sean unos brillantes músicos punk o un partido político. Pongamos que el de Pedro Sánchez. Y ya ven que pongo su nombre por respeto a las siglas del PSOE, de aquel PSOE que llegó al poder al mismo tiempo que Kaka de Luxe cantaba estas cosas.
Decididamente es imposible que Sánchez y Redondo estuvieran al tanto de aquella gozosa y divertida música de la tardotransición, pero es posible que la descubrieran con el tiempo, que ya sabemos que la música nunca termina de irse del todo, y más si la canción repite una y otra vez esa frase tan redonda que define con tanto realismo al público en general.
Es como si estuviéramos vacunados con alguna sustancia que nos hace permeables a la estupidez, a los mentecatos y mentirosos
Vamos comulgando con ruedas de molino con la misma facilidad que mojamos las ‘María’ en el ColaCao matinal. ¿Qué más nos falta por tragar para dejar de aplaudir o al menos para despertar? Es como si estuviéramos vacunados con alguna sustancia que nos hace permeables a la estupidez, a los mentecatos y mentirosos. Como si nada importara. Puede que la gran abundancia de disparates, uno cada día, por parte del Gobierno resulten balsámicos para quien ha hecho de España un patio de monipodio que terminará, con permiso de Alfonso Guerra, con una España que no la va a reconocer ni la madre que la parió.
Hay quien mantiene que los que vivimos son tiempos líquidos, que la mentira tal y como la conocemos no es lo que era, ni se paga como merece, si es que alguna vez en España un político mentiroso pagó por esto. El disparate se ha instalado en los que nos gobiernan, en los que aspiran a hacerlo, y en nosotros que soportamos los rigores de este teatro infame sin rechistar. «El mecanismo tira palante de la manera más bonita y popular», quecantaba Carlos Cano.
Ahora estamos entretenidos con el pin parental. Un filón encontrado por el Gobierno para que nos entretengamos discutiendo si los hijos son nuestros o no. Para que Pablo Casado le compre la mercancía a Vox y se ponga a hablar de Cuba y vuelva así al discurso que menos conviene a quien un día asegura ser el representante del centro derecha y otro un talibán que compite con Abascal. En el PP ha de haber alguien con fundamento que le recuerde todos los días -todos-, que cuando se trata de imitar a la copia siempre -siempre, siempre-, gana el original.
Basta con reparar en lo que le ha pasado a Ciudadanos, un partido hoy desahuciado y a punto de desaparecer por su peregrino empeño de comerse al PP. Alguien debería decirle a Casado que en las últimas elecciones muchos exvotantes de un PSOE inexistente para ellos decidieron, ante el fiasco de Rivera, apostar por el PP, y que esos votantes no le podrán seguir cada vez que mire hacia Vox. Casado no gana nada yendo por ahí proclamando que lo del dichoso pin no es una idea de Abascal, que “la pusimos nosotros hace 15 años”. Bien, de acuerdo, señor presidente del PP, ya está dicho. Dicho también eso de que “ningún comunista me va a decir cómo tengo que educar a mis hijos”. ¿Y qué más?
Pero qué público más tonto tengo. Imagino a Sánchez y Redondo cantando el estribillo de la canción y confirmando que, en realidad, todo es bastante más fácil cuando el respetable se entretiene con cualquier cosa. Bastó que la señora Celaá se pusiera a decir barbaridades para que en tropel entrara el PP como si le fuera la vida en ello. El señuelo en cuestión es herramienta vieja desde los tiempos de los romanos. Para muy pardillos, vaya.
Si el PP está haciendo algo, no llega con claridad. Si grita ante tanto atropello, no se le escucha. Que se lo hagan mirar, decimos en Madrid
Porque mientras estamos en esto, la barbaridad de tener a una exdiputada del PSOE y amiga de Villarejo al frente de la Fiscalía General se diluye. Mientras discuten de quién son los hijos -disparate que no merece un minuto-, Sánchez nombra a un ‘vicepresidente’ sin cartera que no ha prometido el cargo ante el Rey, que manda más que ninguno de los cuatro que hay, que tiene más competencias que Calvo, Calviño e Iglesias juntos, -o juntas, que ya no sé muy bien qué escribir-, un prestidigitador de la política y de estos tiempos líquidos e infames que no ha pasado por las urnas. Mientras estamos en lo que estamos sube el paro, Junqueras se enmierda y enmierda al Gobierno. Mientras estamos como estamos, Sánchez, el del ‘no es no’, señala a las derechas como actores del bloqueo que vive España.
Si el PP está haciendo algo no llega con claridad. Y si grita ante tanto atropello no se le escucha. Que se lo hagan mirar, que decimos en Madrid. Todo esto lo está haciendo un presidente y un partido, que como Cacho afirmaba aquí gobierna para el 50%, que ha ganado las elecciones con el 28% de los votos y ha salido presidente a la quinta intentona. Un presidente que sabe de la atonía que vive la calle y conoce bien la falta de músculo de los partidos y de paso de eso que llaman la sociedad civil. O sea, todos nosotros.
La polémica servida en pequeñas dosis de tontería. Ayer fue Alberto Garzón, que quiere poner un impuesto a la comida basura, antes Irene Montero y sus teorías sobre la heterosexualidad y el ano de los varones, y ahora Isabel Celaá, esa señora cursi y tan valiente que la toma con Murcia pero no con la forma en la que en Cataluña enseñan el castellano y la Constitución. La demagogia pinta de rigor y seriedad y funciona como emoliente medicinal. ¡Qué fuerte Celaá con Murcia y qué débil con la Cataluña de Torra y Junqueras! Otra que, por edad, ha de conocer bien la canción de Kaka de Luxe.
Ya que estamos en el año de Galdós, escritor moderno donde los haya y que habría que leer sin pin parental alguno, les traigo aquí lo que en 1875 escribía acerca del narrador del Episodio La Segunda Casaca, Juan Bragas: «Personaje cínico y chaquetero. Hombre camaleónico moderno, capaz de defender todas las ideas y pasar de uno a otro campo”. No hace falta dar muchas pistas de lo actual que resulta don Benito.
Sí, se repite la Historia, sobre todo la de la España en la que desfilan pillos y truhanes por doquier. Antes, como ahora, pero qué público más tonto tienen Sánchez y Redondo. Y con qué tragaderas. Decididamente tonto, que cantaban los De Luxe.