Cristian Campos-El Español
El programa se llama Quién se ríe ahora y en él se pretende reconvenir el supuesto machismo, racismo y señorismo de los humoristas españoles de las generaciones previas a la nueva beatería progresista. José Ignacio Wert Moreno ha escrito para EL ESPAÑOL un análisis especialmente brillante de Quién se ríe ahora. Aunque sólo sea porque, a diferencia de Beatriz Cepeda y sus compañeras, Wert sí conoce el material que tiene entre manos.
Vamos a dejar de lado el hecho de que RTVE crea que el dinero de los españoles merece incinerarse en la realización de un programa que consiste en poco más que un puñado de humoristas escandalizándose por turnos de los chistes de tartamudos de hace décadas. Y todo ello para acabar quejándose de que «el hombre heteronormativo blanco» les está impidiendo triunfar como se merecen. Ya saben, un quítate tú para ponerme yo de los de toda la vida de Dios, pero con pretensiones de justicia social y a costa de los Presupuestos Generales del Estado.
En realidad no les hacía falta irse tan lejos en el tiempo. Bill Burr, Ricky Gervais, Louis C.K., Joe Rogan o Dave Chapelle triunfan hoy en Estados Unidos con un humor infinitamente más ácido que el de cualquier humorista español y que supera en millones de kilopondios de incorrección política los chistes de la España de los años 70, por no decir los de Cepeda & Company.
La diferencia entre Bill Burr, Ricky Gervais, Louis C.K., Joe Rogan o Dave Chapelle y las humoristas de Quién se ríe ahora es otra muy diferente y no tiene nada que ver con el hecho de que los primeros se rían de los judíos, de las mujeres o de los trans. La diferencia es la valentía. Los cinco primeros la tienen y las humoristas de Quién se ríe ahora no.
En este sentido, Cepeda y sus compañeras están mucho más cerca de Arévalo que de las grandes estrellas de la comedia anglosajona del siglo XXI porque reman, como él, a favor de la corriente socialmente dominante. Y eso hace aún más patético su intento de cancelar a los humoristas españoles que crearon de la nada una escena que no existía antes de ellos para que ahora una banda de humoristas alineadas al 100% con la moralidad de las multinacionales del entretenimiento (ya saben, ecológicas, multiculturales y empoderadas) se erijan en inquisidoras tirando de victimismo.
Pretender ocupar el escenario señalando moralmente a tus precursores es impresentable, pero cuando utilizas además de forma hipócrita unas causas (como la del feminismo) cuya importancia supera con mucho tus problemas imaginarios con el «heteropatriarcado», entonces es que lo tuyo no es ventajismo, sino pura y dura hipocresía.
Lo de Perra de Satán, lo he dicho en Twitter, no tiene en realidad nada de especial. Perra de Satán señalaba gitanos, andaluces, moros, sudacas, negros y lesbianas en 2010, y en 2022 señala supuestos machistas, fascistas y señoros. Perra de Satán está en el mismo punto exacto en el que estaba, como esos catalanes que en 1960 aclamaban en masa a Francisco Franco cuando visitaba Cataluña y que ahora aclaman en masa a Carles Puigdemont porque lo que han cambiado es el cacique, no la ideología, que siempre ha sido el fascismo.
En el caso de Perra de Satán, su negociado, de ahora y de siempre, es el señalamiento y en base a él ha construido una carrera. No me digan que no es gracioso que alguien que escogió como seudónimo Perra de Satán, es de suponer que en un osado intento de escandalizar a su abuela, se santigüe ahora frente a un chiste de Arévalo o cierre sus redes sociales porque alguien le ha reprochado su afán inquisitorial. Ese sí que es un buen chiste.