Una mezcla de miedo y de temor difuso se ha adueñado de las actuaciones de muchos sectores de la comunidad universitaria, que se ven mediatizados, sin duda, por las amenazas del mundo de ETA y su entorno.
La Universidad del País Vasco se ha convertido en objetivo estratégico de ETA desde hace ya algunos años y en objeto de deseo de la codicia nacionalista, casi desde su fundación. Cuando empezaron los ataques violentos y las amenazas directas contra los colegas que comenzaban a alzar su voz desde las plataformas cívicas, que reivindicaban la justicia y la dignidad de las víctimas del terrorismo, todos nos dimos cuenta de lo que se nos venía encima.
La estrategia de terrorismo callejero (kale borroka) y de violencia difusa (socialización del sufrimiento) adquirían especial virulencia y significación en nuestra primera institución docente.
Aprovechándose de la gran vulnerabilidad y permeabilidad que la mezcla de tolerancia institucional, descontrol e instrumentalización interesada producían, la zafiedad, la intimidación, el matonismo, la inmoralidad y la marrullería habían ido enseñoreándose de este santuario del pensamiento crítico, la producción científica y el civismo. A catedráticos de prestigio se les vilipendiaba, se les perseguía y se les condenaba al exilio. A mediocres sin mérito alguno se les jaleaba o se les colocaba en puestos de mando, desde los que reforzaban la estrategia de infiltración.
Mientras que a los estudiantes ordinarios se les exigían, con razón, los estándares de rendimiento necesarios, a los extraordinarios (los terroristas presos) se les privilegiaba hasta el límite, si no de la ilegalidad (que también), si de la injusticia académica. Y, por si fuera poco o porque no era suficiente para doblegarnos, llegaron a ponernos una potente bomba con la complicidad de los infiltrados internos y que sólo la suerte o la Providencia evitaron que se convirtiese en una tragedia sin precedentes.
Controlar, cercenándola y ahogándola, la libertad del pensamiento y dominar la reproducción de la élite del país eran dos objetivos que confluían, también en la Universidad, y que forman parte de la crónica división del trabajo que el nacionalismo etnicista, de uno u otro signo, viene practicando.
El pluralismo científico e intelectual, constitutivo de la propia Universidad, y su liderazgo crítico y movilizador contra la intolerancia y el control ideológico del propio nacionalismo se convirtieron en anatema para esta mezcla de neofascismo liberticida y populismo institucionalizado.
Primero, las estrategias clientelares, de instrumentalización lingüística o de subyugación presupuestaria. Más tarde, las formas de infiltración silenciosa de la red subcultural de la violencia. Después, la persecución pura y dura de los insumisos frente al nacionalismo. Y ahora, toca el zarpazo definitivo mediante el cercenamiento de la propia autonomía universitaria y el apaleamiento mediático de unos o el jaleamiento de los otros por los medios afines o controlados por el gobierno nacionalista.
Vivimos un momento crucial en la Universidad vasca. El derroche de energía y coraje del que muchos sectores hacen gala todos los días, la sensación de desamparo e incertidumbre que agobia a muchos otros, la necesidad de producir y competir en el respectivo campo del conocimiento científico y la sana envidia que nos producen los ambientes intelectuales de nuestras instituciones académicas hermanas hacen muy difícil e insostenible la moral de resistencia que impera en amplios sectores de una institución, tan amenazada o más por el síndrome de la inestabilidad, la fractura y el desistimiento ético. ¿En cuántas universidades españolas o europeas, o de sociedades desarrolladas y democráticas, se ejerce la actividad académica y científica en las condiciones en que aquí se sigue ejerciendo?
¿Alguien cree que se puede mantener por mucho tiempo la capacidad de pensar o la moral para investigar, enseñar o, simplemente, asumir responsabilidades de dirección académica en semejante clima de desasosiego, intimidación, desprecio y desautorización?
Cualquiera se puede imaginar el futuro de la sociedad vasca si su Universidad sucumbe ante semejante estrategia de control y destrucción.
Francisco José Llera Ramo es catedrático de Ciencia Política en la Universidad del País Vasco, miembro del patronato de la Fundación Víctimas del Terrorismo y director del Euskobarómetro.
Francisco José Llera, revista de la Fundación Víctimas del Terrorismo, marzo de 2004