DAVID GISTAU, ABC – 15/06/15
· Hasta el PSOE, con su flexiblidad moral, se ha pasado al bando de los felices, de la nueva izquierda providencial que indulta incluso los pecados del terrorismo.
El nuevo alcalde de Cádiz, señor Kichi, ha inaugurado su mandato con una promesa modesta: ha prometido la felicidad. La felicidad podría constituir el punto único de un programa jeffersoniano de gobierno cuyo principal inconveniente sería el de crear una expectativa acaso más difícil de cumplir que, por ejemplo, el compromiso de mejorar la limpieza de las calles. En ese sentido, las religiones son más astutas, aplazan la felicidad para después de la muerte, cuando no está claro que el individuo estafado tenga acceso a cauces administrativos de protesta, ni tan siquiera a un voto de castigo.
Con todo, la promesa del alcalde Kichi, de quien ignoramos si maneja un molde innegociable de felicidad colectiva al que deberíamos ajustarnos todos o si se ha propuesto satisfacer cada concepto particular de felicidad como en la lista de peticiones al Estado proveedor de «Bienvenido Mr. Marshall», es ilustrativa de la naturaleza emocional de la nueva política que arrasa: aparte del cumplimiento de la venganza, todo es una ilusión como la de los niños que no necesitan preguntarse por qué procedimiento mágico han llegado a su salón los regalos de los reyes magos.
A la espera de que el alcalde Kichi consiga cumplir la utopía de los anuncios de lotería de existir sin deberes ni dolores, sin madrugar, ya puestos a anhelar, y con un barco bien grande para hacer flexiones en cubierta como Cristiano Ronaldo, la felicidad es haber desalojado a una élite fallida y cleptocrática que encima trató de solucionar su fracaso con una pedagogía del sacrificio: cómo no irse con Kichi mientras pregona felicidad.
La partición española actual es el vapuleo de un estado de ánimo a otro, juego para el cual ha tenido que retirarse la inteligencia a posiciones tan remotas que un señor puede salir y anunciar que va a traer la felicidad. Una España anuncia la felicidad. La otra proclama el miedo. El miedo, y la fatiga de un liderazgo muerto, sin dinamismo, sin fuerza creadora, en el que Rajoy ya sólo aspira a ser el refugio de quienes le compren la fantasía de que van a fletar de nuevo los camiones a Paracuellos. En eso ha quedado el gran proyecto nacional del centro-derecha a manos de un presidente estéril: en traficar con miedo.
Hasta el PSOE, con su característica flexibilidad moral, se ha pasado al bando de los felices, de la nueva izquierda providencial que indulta incluso los pecados del terrorismo, para dejar concentradas en la derecha todas las características que identifican a la regresiva alimañana histórica que hace siglos que demora en España el advenimiento de la felicidad. Cómo habrá sido de eficaz este reparto de personajes, que la atmósfera es propicia para un gran pacto nacional de extirpación de la vida pública de unas siglas democráticas que representan, en inercia menguante, todavía a millones de españoles que hasta pueden tener el rasgo humano de aspirar también a ser felices.
DAVID GISTAU, ABC – 15/06/15