ZOÉ VALDÉS – EL MUNDO – 03/12/16
· La autora destaca que la Historia no absolverá al dictador Fidel Castro, lamenta que haya muerto sin haber pagado por sus crímenes y confía en que los cubanos puedan ser dueños de su destino pronto.
Sucedió lo que debió haber sucedido de otra manera y hace mucho tiempo. Debió de ser juzgado, condenado o, en el más abrupto de los casos, ajusticiado a su estilo, como él hizo con tantas de sus víctimas y con sus propias manos: el tiro en la nuca o ahorcado. Pero no ocurrió así. Fidel Castro murió tranquilamente en su cama, a los 90 años, rodeado de los suyos, lo que él no le permitió a miles de fusilados y de desaparecidos en el mar, devorados por los tiburones del Estrecho de la Florida tratando de llegar a tierras de libertad en Estados Unidos.
No. La Historia no lo absolverá, que es lo que él más deseaba, dicho con sus propias palabras en aquel panfleto de autodefensa dictado en el año 1953, en el que se le dio la posibilidad de tirarse flores a sí mismo y en el que plagió, por cierto, una frase de Adolf Hitler.
La Historia lo condenará, como al resto de tiranos que han infectado el mundo Y que han sido figuras claves en la historia de monstruos del siglo XX. Fidel Castro pertenecerá inevitablemente a la nefasta cofradía de Hitler, Stalin, Pol Pot, Mussolini y Franco, entre otros.
La Historia lo condenará, pese a estos momentos iniciales tras su muerte en los que observo con tristeza cómo una gran cantidad de políticos y de personalidades de todas las esferas se deshacen en loas y cantos fúnebres dedicados a sus mamarrachadas a costa del sacrificio de todo un pueblo. Mamarrachadas elevadas y sublimadas a veces hasta el ridículo, debido al acontecimiento de su muerte, a la categoría de heroicidades, las que para nadie en otro contexto y con otro personaje tendrían el aparatoso y melodramático sentido que les han conferido.
Los que así se manifiestan han hecho de los horrores que se han cometido en Cuba un aval para su utopía personal. Se apoderaron de la revolución cubana como se la apropió el mismo Fidel Castro para crear un producto de marketing en beneficio propio, para justificar lo que sabía bien que sería y ha sido una quimera desastrosa y criminal.
La mayoría elogia a Fidel Castro, unos pocos excepcionalmente lo rebajan a populista, y ahí se queda el trato. Pero no fue un populista, fue un gángster político. Género producido en Cuba durante los años 30, impuesto en Sudamérica, rebautizada por ellos América Latina, y que en la actualidad causa furor en España. Un tipo de personaje que lo mismo asesina calculada y fríamente a través de calumnias o a balazo limpio que siembra de espías a periódicos y organizaciones internacionales, y miente sin que le tiemble una pestaña.
Estamos viviendo el fin de la novela de un nuevo estilo de dictador absolutista, muerto de una muerte demasiado esperada, del caudillo finiquitado de a poco, lentamente, y de sus muy bien entrenadas plañideras revoloteando como moscas alrededor del cadáver, ofreciendo el más patético de los espectáculos. Pero eso no es nada en comparación con los nueve días de gran show a la norcoreana que le han impuesto a los cubanos. Otro lamentable teatrucho más que no han podido evitar porque, de lo contrario, no serían ellos, y que mis compatriotas aceptan con el llanto velándoles los rostros y la rumba repiqueteándoles en el alma, un guaguancó muy escondido que marcará el ritmo de sus corazones, y enmascarado en lo más recóndito de sus conciencias.
Sí, este nuevo dictador se ha sobrepasado a sí mismo, ha ido más allá de lo imaginado, mucho más allá de aquella novela de Valle-Inclán Tirano Banderas; y de la de Augusto Roa Bastos, Yo el Supremo; o de El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez; La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa; del poema de Mario Benedetti Los canallas viven mucho pero algún día se mueren… Resulta una paradoja que dos de los mejores amigos de Castro, Gabo y Benedetti, hayan descrito y previsto con tanta exactitud algunos de los acontecimientos y rituales que se están dando estos días en el luto oficial.
En esas páginas ya tuvimos un adelanto magistral de lo que hoy estamos contemplando los cubanos del exilio, entre los que me encuentro, barajando sentimientos tan encontrados: dolor por nuestros muertos dispersos por el mundo, e ira al ver que las cenizas de Castro –esos viles polvos– recorren la isla transformada en escombros hasta llegar al cementerio de Santa Ifigenia, donde descansan los restos del más demócrata de todos los cubanos: José Martí.
Poco valdrá que yo escriba y opine como cubana, como exiliada, como escritora censurada, como víctima. Fidel Castro ha sido y es el tirano predilecto de muchos, siempre y cuando lo tuvieran bien lejos y sin padecer sus consecuencias, sin resignarse al horror, ni convertirse en la diana de sus rabietas, de sus constantes actos delirantes, los que llevaron a la ruina a una próspera isla y al desastre humano de sus habitantes.
Los cubanos debemos continuar, sin embargo, en esta batalla por la libertad de la isla. Muerto el Tirano número Uno, queda el hermanito número Dos. La dictadura persiste y existe.
Castro II, heredero, nombrado de a dedo por Castro I, tan sanguinario como él, sigue haciendo y deshaciendo a sus anchas. Estamos ante ese tiranuelo muy anciano también, y muy malvado, que después de destruir el país imponiendo el comunismo pachanguero y entregarle la isla durante más de 30 años a los soviéticos, de robarle el petróleo y el oro a los venezolanos convirtiendo a Venezuela en una provincia castrista de ultramar, ahora pretende resucitar el capitalismo a la hechura y medida de sus descendientes (todos hijos y nietos formados en el extranjero) con la anuencia y complicidad de Estados Unidos. O sea, pretende imponer un capitalismo salvaje de cruceros y mucha maraca y tumbadora para entretenimiento de los americanos, pero con la misma hambre y opresión para el pueblo.
No, el combate de los cubanos por la libertad y por la democracia no ha finalizado. Desde luego, también morirá Castro II, intentarán gobernar sus hijos y nietos –como ya he dicho–, y los militares de la alta jerarquía (puesto que se trata de una dictadura militar) se fajarán por su trozo de pastel. Pero los cubanos nunca olvidaremos a los que se han prestado a esta payasada diabólica, y seguiremos reclamando lo que nos merecemos desde hace mucho: ser los dueños de nuestros destinos, impedir que sigan considerándonos esclavos en todas partes y poder elegir a nuestros líderes mediante un sistema democrático que nos conduzca a la libertad y por fin a una vida normal.
Zoé Valdés es escritora cubana.